Que no soy ningún portento de la socialización lo sabemos todos. Pero que no se me dé especialmente bien relacionarme con los demás, no significa que no tenga el deseo de hacerlo.
Cuando
hablo de este tema siempre recuerdo a un señor mayor que escuché hablando una
vez por televisión. Él decía que lo que más le gustaba era coleccionar
personas. Que, si se llevaba bien con alguien, no entendía por qué tenía que
despedirse. A él le gustaba seguir en contacto, aunque fuera poco; tener la
posibilidad de reencontrarse con cada persona con quien él se sintiera a gusto.
Yo lo escuchaba anonadada: por fin alguien entendía cómo me sentía. Pero, por
lo que se podía intuir del reportaje, a él le iban mucho mejor las cosas que a
mí en este sentido.
Las
personas autistas tenemos detrás todo un tema de gestión emocional: somos muy
intensos en lo que a emociones y sentimientos se refiere. Si a esto le sumamos
que, lamentablemente, estamos acostumbrados a que nos traten mal, cuando
encontramos a gente que nos trata de manera que nos gusta y nos hace sentir
bien, la ilusión que sentimos es enorme. También entran en juego otros
factores, como que compartas intereses con esa persona o, simplemente, seas capaz
de empatizar con ella por causas diversas. La clave es que dicha persona te
genere curiosidad, sin importar el motivo, pues a cada uno le mueven
motivaciones distintas y también es posible no tener las mismas razones por las
que sentir esa curiosidad, dependiendo de la persona en la que te fijes: de
entre todas las personas por las que he sentido curiosidad, con todas he
buscado una cercanía –pues esto es lo que tienen todas en común–, pero el
tipo de vinculación que pretendo es distinto. Por ejemplo, hay personas con las
que quiero establecer una relación de hacer y decir tonterías, de generar lo
que se dice buen rollo y que haya cierta complicidad; de otras lo que buscaré
es establecer una relación mucho más profunda e íntima.
Hasta
aquí puedo hablar de cómo funciona la vinculación en general en una persona
autista. O, al menos, cómo funciona en mi caso. Pero quiero hablar de algo muy
específico: la curiosidad excesiva por una persona.
Todos
sabemos que una relación es bidireccional. Que, si ambas partes no quieren,
aquí no hay relación que valga. En eso los autistas también estamos de acuerdo.
Esta curiosidad por una persona en concreto empieza no siendo absolutamente
nada: tienes un trato común y corriente con ella, un trato cordial sin más.
Pero, de repente, sucede algo que te hace empezar a prestarle excesiva atención,
como si alguien hubiera presionado un interruptor, y quieres a toda costa
acercarte más a esa persona.
¿Cómo
actuamos cuando nos encontramos ante esta situación? Empezamos por alegrarnos
de más cuando vemos a la persona en cuestión. En casa nos imaginamos situaciones
que nos gustaría que sucedieran o conversaciones que nos encantaría tener. Tenemos
atenciones con esta persona que no tenemos con el resto. Con nuestros amigos y
compañeros hablamos hasta la saciedad de cosas que hace o dice esa persona, o
de anécdotas que han surgido con ella. En el contexto en el que conocemos a la
susodicha, tratamos de buscarla, la observamos muy atentamente e intentamos con
todos nuestros medios tener acercamientos. Sentimos nervios cuando la tenemos
cerca, pero nos hace feliz; queremos hablarle, pero nos tiembla la voz o nos
dan punzadas en el estómago e incluso a veces no nos animamos a hacerlo.
¿A
los neurotípicos os suena esto que os estoy contando? Seguro que sí. Vosotros
lo llamáis «estar
enamorado».
Pero para una persona autista no es así. Para una persona autista,
específicamente para mí, simplemente es un deseo enorme de saciar una
curiosidad y de conocer a una persona, hacerla formar parte de mi vida porque,
por alguna razón, le he tomado un cariño enorme. Seguramente, si la fijación es
tan fuerte, lo que quiera es un vínculo potente con esta persona o incluso una
amistad.
Generalmente,
yo me doy cuenta de que tengo que luchar por tener una relación con una persona
cuando se me despierta el instinto de protección. No sé si a todas las personas
autistas les pasa lo mismo, pero a mí, a la que le tomo cariño a alguien, de
ese que digo excesivo para el tipo de relación que tenemos en ese momento, se
me despierta un instinto de protección tan fuerte, que ni te atrevas a decir
algo malo de esa persona en mi presencia, porque se te cae el pelo. No han sido
pocas las veces a lo largo de mi vida –de adolescente, principalmente– que me
he metido en peleas por defender a alguien con quien ni siquiera tenía mucho trato,
pero a quien yo tenía el suficiente cariño.
Estas
relaciones a veces salen bien y a veces salen mal. Salen bien si el deseo es
mutuo o si es la otra persona quien da el paso –esto en mi experiencia, que
igual es que soy yo, que no sé fijarme en las personas adecuadas–. A veces
sale bien, aunque al principio no sea mutuo, por aquella metáfora de ir picando
piedra. Pero salen especialmente mal cuando de entrada sientes una vinculación
muy fuerte con esa persona y no consigues disimularlo: ese alguien lo nota y
acaba huyendo o se distancia.
¿Por
qué sale mal? ¿Acaso tiene que ver con un tema de roles, como que se trate de
tu jefe, tu profesor o tu terapeuta? No. Tiene que ver con lo que comentaba
antes: los autistas nos dejamos llevar a menudo por esas emociones intensas que
sentimos. Personalmente, soy una persona muy reservada y no me gusta hablar de
lo que siento… pero siempre llega un momento en el que me gusta mucho
expresarle a la gente mi admiración, hablarle de lo que me hace sentir, y estoy
convencida de que la mayoría ve en mí palabras o gestos de cuidado relacional
exagerados. Como si me pusiera intensa, pero realmente no estuviera sintiendo
lo que digo. Sin embargo, en esos momentos sí que estoy sintiendo lo que digo y
mis sentimientos más profundos son así de intensos. ¿Cuál es el verdadero
problema? Que ser tan libremente honesto a veces asusta a los demás. Quizá por
falta de costumbre, pero muchas veces también es por la descripción anterior:
se piensan que tal intensidad nace de un enamoramiento. Es un error
interpretativo horrible por parte de los neurotípicos y a las personas autistas
nos puede hacer mucho daño y generar muchas inseguridades.
Por
ejemplo, volviendo a mí, yo cuando empiezo una relación con alguien me siento
muy insegura. Esta inseguridad nace de no saber qué está sintiendo o pensando
la otra persona por mí, no saber qué espera, en el sentido de no saber si
estará entendiendo bien cómo me siento o si estará interpretándolo todo mal
(que crea que busco algo distinto a lo que realmente estoy buscando). Hasta que
no asiento bien una base en una relación soy incapaz de verme tranquila, de
sentirme segura con esa persona, pues, entre otras cosas, estoy excesivamente
pendiente de no meter la pata por miedo a perderla. Porque la quiero cuidar, no
quiero hacerle daño; pero tampoco quiero que esta persona me haga daño a mí,
obviamente. Diréis que esto es habitual en cualquier tipo de relación cuando
está en sus inicios, da igual si eres autista o neurotípico. Sí, pero una cosa
es pensar que te llevas bien con una persona y que a ver hasta dónde os lleva
el tiempo mientras tomas alguna que otra precaución; y la otra es estar dudando
constantemente de si realmente esa persona es tu amiga, conocida o lo que sea,
porque a lo mejor para ti es una gran amistad o un vínculo importantísimo, pero
eres consciente de que puede ser que para la otra persona seas solo alguien más
a quien tiene aprecio y con quien pasar un rato agradable. Y cuando te das
cuenta de que no estáis en la misma órbita –o tú crees que no es así, pero en
realidad sí lo es–, la desilusión y la decepción duelen muchísimo, incluso si
te llevas bien con ese alguien y vas a seguir haciéndolo.
Yo
valoro mucho la sinceridad y prefiero las cosas claras: si te digo que te veo
como mi amigo y tú no me ves como tu amiga, dímelo claramente, incluso si ahora
no me ves así, pero te gustaría que lo fuera en un futuro. Explícame qué
objetivos tienes conmigo: si estás bien así como estás, si aspiras a algo más,
si prefieres quedar más seguido, hacer siempre el mismo plan, cambiar de planes
de vez en cuando, contarnos cosas cada vez más personales, quedarnos
simplemente en una relación de pasarlo bien juntos, hablar más casualmente por
mensajería o correo, explicarme tus problemas… Que muchas veces los
neurotípicos asumen estas cosas por contexto, como que ya lo ven por cómo se va
desarrollando la relación o piensan que ya se irá viendo con el tiempo y prefieren
no decidir de buenas a primeras. Pero para mí no es tan obvio. Y soy consciente
de que queda un poco frío hablar de este tipo de cosas o de que puede verse
innecesario, pero así están todas las cartas sobre la mesa. Esa es otra manera
de cuidar una relación. Si yo te digo que te veo como mi amigo y tú te callas,
cambias de tema o me sigues el rollo sin dejarme claro lo que sientes tú, a mí
me confundes y me haces daño, porque puede ser que lo hagas porque para ti es
innecesario hablar de ello por obvio, como puede ser que no sientas lo mismo y
no me quieras hacer daño. Pero yo no soy adivina, no sé cuál de las dos es o si
hay alguna opción que ni siquiera estoy contemplando… y la incertidumbre mata
mucho más que una verdad dolorosa.
Porque
una no sabe a qué atenerse. Porque de estas relaciones en las que las cosas no
están claras, nacen los bloqueos y, de rebote, las frustraciones. Te vienen los
miedos de no saber si vas a hacer o decir algo inapropiado para esa persona en
concreto, que cada uno es un mundo. He perdido la cuenta de la cantidad de
veces que me he quedado con las ganas de contar la cosa más nimia del mundo a
una persona, por si me estaba tomando demasiadas confianzas o por miedo a una
respuesta desganada, de aquellas que hace la gente para no ser borde contigo,
pero tampoco dejándose entusiasmar para que no te vengas arriba. O la cantidad
de veces que he luchado por una persona, pensando que buscaba lo mismo que yo
porque me daba pie a pensarlo y parecía que no sabía o no se atrevía a dar el
paso, para luego percatarme de que estaba dándome cabezazos contra un muro
irrompible. Hablo de casos en los que yo no malinterpreté la situación, sino de
casos en los que las personas te dan una de cal y otra de arena, que hay mucha
gente así.
En
el trabajo, de momento, nunca me ha pasado eso de tener una vinculación tan
fuerte. He tenido relaciones de cariño; a algunos les he tomado yo mucho más
cariño que ellos a mí y lo noto y no pasa nada porque no busco una vinculación
fuerte. Pero de vez en cuando llenan mis pensamientos y les echo de menos, aun
cuando sé que ellos ni se acordarán de mí. Pero para estas veces yo ya estoy
resignada: sé que el mundo funciona distinto a como funciono yo y no me parece
mal. No pasa nada. El día que me pase eso de tener una vinculación fuerte por
alguien del trabajo, seguramente lo pase mal cuando me despida: odio las
despedidas, la gente normalmente no quiere seguir en contacto ni siquiera
esporádicamente –tal vez sí, sobre todo si somos más o menos de la misma edad–…
y sufriré con mucha antelación.
¿Cómo
lo sé? Porque, aunque en el trabajo no me haya pasado, en contextos escolares
cuando era estudiante, sí. Si te pasa con compañeros de clase es menos grave,
sobre todo hoy en día: comunicación por mensajería instantánea, correo, redes
sociales… Posibilidades de seguir en contacto e incluso quedar hay muchas. Aparte,
ser compañeros nos coloca en términos de igualdad y da menos respeto. Pero,
¿Qué sucede cuando la vinculación fuerte ocurre con un profesor? Porque sí, me
ha pasado. Imagina estar estudiando, sabes que pronto terminará ese periodo y
te tendrás que ir. Tal vez puedas seguir en contacto con esa persona o tal vez
no, pero la cuestión es que ninguno de los dos se atreve a dar el paso por el
peso que tienen los roles que se juegan. Eso y que, otra cosa que pasa es que,
tú como estudiante y autista, no sabes si el docente en cuestión también tiene
ganas de seguir la comunicación contigo, ni tan siquiera si esa conexión que
habéis tenido es equivalente o está desnivelada. Por tanto, preguntar podría
ser considerado un hecho muy desubicado por tu parte, muy fuera de lugar. Y lo
último que quieres es que esa persona se enfade contigo y que acabéis mal.
Entonces, cuando llega el último trimestre ya empiezas a angustiarte: sabes
que, a menos que suceda algo que te dé pie a sugerir la posibilidad de
escribirle o quedar de vez en cuando, se acerca el final de vuestra relación y
te va a tocar decirle adiós. No os engaño si os digo que yo alguna vez, a dos
meses de terminar un curso, he soñado con ese momento y me he despertado
llorando con el mayor de los sentimientos; o se me ha encogido el corazón
cuando esa persona ha dicho: «Hoy es el último día de clase» …
e incluso a la que ha dicho que daba por finalizada la clase me he echado a
llorar como si me acabara de ocurrir la peor de las desgracias.
Neurotípicos
que me leéis: ¿A que os parece que estoy enamorada? Pues lamento
desilusionaros, pero no. Si tuviera que enamorarme de todas las personas con
las que me ha pasado esto a lo largo de mi vida, estaría yo apañada: tendría un
serio problema. Que, dicho así, parece que me haya pasado cientos y cientos de
veces. No, no es así. De todos modos, verlo como un enamoramiento nos hace
pasarlo muy mal por dos razones:
La
primera es que, cuando estamos en proceso de autoconocimiento, nos llegamos a
creer ese discurso. Durante dos años me atrajo mucho un compañero de clase,
Melchor. Primero y segundo de secundaria. Melchor me encantaba, yo solo quería
acercarme a él. Me embobaba mirándolo, le reía las gracias, me interesaba por
él, me fijaba en expresiones verbales suyas y las imitaba. Era alguien
inaccesible para mí, porque él era popular y yo era la marginada, así que
muchas veces me encerraba en mi habitación a oscuras a escuchar música y
llorar. Todo ese tiempo creí estar enamorada de él porque me habían explicado
lo que era sentirse así; de hecho, las canciones que me hacían llorar eran de
amor, precisamente porque yo tenía asimilado que se trataba de eso. Ahora,
visto en perspectiva, me percato de que nunca fue así. Melchor era un chico que
me atraía por guapo, sí; pero yo lo que quería era ser su amiga por una razón
más que obvia: yo era rapera, él era rapero. Éramos dos raperos en un colegio
de pijos. Me atrajo, llamó mi atención, me dio curiosidad… por similitud de
gustos, por ser dos personas diferentes en medio de un mar de gente más o menos
cortada por el mismo patrón. Después se portó muy mal conmigo, así que, quizás,
si hubiera sabido de entrada que no estaba enamorada, me habría ahorrado
alguna que otra humillación pública.
La
segunda es que, cuando nos encontramos en una situación de vinculación fuerte
con alguien y le confesamos lo que sentimos, aunque dejemos incluso claro de
manera explícita que no estamos expresando enamoramiento o amor, siempre
tendremos el miedo de que piensen como vosotros y nos malinterpreten. Sobre
todo si esa persona decide cortar todo tipo de comunicación contigo sin darte
explicaciones.
A mí
me cuesta muchísimo enamorarme, pero, cuando lo hago, no siento todo esto que
describo en esta entrada. Mis sensaciones por el sentimiento de amor o
enamoramiento no tienen absolutamente nada que ver con todo esto. Incluso diría
que es un sentimiento mucho más sereno y liviano, no tan intenso.
Después
de todo este relato que os he contado, supongo que os haréis una idea a grandes
trechos de lo que supone para mí vincularme con las personas y cómo el autismo me
afecta para ello. También os diré que estoy segura de que a muchas personas
autistas esto les sonará muy lejano y que no tendrá nada que ver con ellos…
pero precisamente conozco también a otras que sí se identifican con todo esto.
Me apetecía hablar de esta cuestión, porque siempre pensé que tenía más bien que
ver con mis vivencias más íntimas, no tanto con mi autismo. Pero no: resulta
que el autismo tiene que ver muchísimo en todo esto.
Solo
me queda aclarar una cosa a la gente que me lee y que alguna vez ha sentido que
era especial para mí:
Lo
sois. No penséis que no; no penséis que lo erais y ya no porque habéis dejado de notar la intensidad: esto último puede significar, sencillamente, que me siento confiada con nuestro vínculo, que estoy relajada y ya no tengo miedo de perderte, ni de meter la pata contigo, sino que tengo ganas de disfrutar de ti al máximo. Además, es que yo soy muy sincera y me cuesta mucho callarme las cosas: no me extrañaría lo más mínimo que lo escucharas de mi propia boca. Para empezar, a mí no me resulta en absoluto fácil eso
de vincularme con los demás. Me resulta muy sencillo sentirme extremadamente
agradecida y eso conlleva tomar cariño con bastante frecuencia. Entonces, guardo en mi
corazón a mucha gente que fue amable conmigo y a quien siempre recordaré con
una sonrisa, incluso si ellos se olvidan de mí. Con algunos de ellos sigo
esporádicamente en contacto. Pero, como decía, una vinculación fuerte no es habitual
en mí. Es más: de las pocas veces que la he sentido, apenas una parte muy
ínfima se han materializado en una relación estable. Y de esas muy selectas
relaciones estables, contadas con los dedos de una mano –y me sobrarían– aún
permanecen como personas especiales. Si alguna vez habéis pensado que sois
alguien especial para mí u os lo he dicho yo misma, podéis creerlo a ciencia
cierta: sería muy raro que os equivocarais confiando en ello.
Las
relaciones humanas son complicadas. Cuando un autista trata con un neurotípico
aún se complican más las cosas porque nos movemos por códigos distintos. Si le
sumamos que, dentro de cada condición, cada persona es un mundo aparte, apaga y
vámonos. Pero la base de todo es la escucha y el respeto, pues algo que resulta
particularmente molesto es cuando explicas que una vinculación fuerte no es
enamoramiento, sino curiosidad excesiva, admiración, infinitas ganas de labrar una amistad, o lo que sea y la gente no
te cree. Es molesto y duele, porque genera mucha confusión a tu alrededor y te
entran muchos miedos a la hora de tratar con la persona implicada. Y no es justo.
Si
alguna vez te escribo y me pongo intensa y azucarada, piensa que siento eso por
ti de verdad, pero te quiero mucho como una amistad o como un vínculo importante.
Y valóralo: puedo llegar a ser muy cursi, pero no suelo hacer nada para
demostrarlo porque no me gusta demostrarle a nadie lo mucho que me importa, no
soy tan efusiva en ese aspecto. De hecho, que estés en mi vida ya es muy
significativo para mí, porque tiendo a expulsar de mis círculos cercanos a personas
a las que les di una oportunidad y no me gustaron por razones equis. Si entras
en mi círculo, eres importante para mí y nunca te voy a echar, a menos que tú
te quieras ir. Pero si te quedas y un día te cae encima un chaparrón emocional
de los míos, no te hagas ideas equivocadas y trata de encontrar un equivalente
a la emoción neurotípica, que siempre será mucho más rebajada. Pero, sobre todo, no te vayas; no me abandones: ni tú ni yo nos lo merecemos. Si alguna vez me pongo así contigo, piensa que algo de lo que me has dicho me ha calado muy hondo y te estoy correspondiendo. Si lo piensas así, tal vez podamos seguir caminando juntos por la senda de nuestra relación.
Comentarios
Publicar un comentario