En esta entrada quiero compartir un hilo que escribí en Twitter hace un tiempo atrás, a raíz de unas declaraciones que hizo una neuropsicóloga sobre que los autistas solo se relacionan de manera egocéntrica:
Os voy a hablar desde mi punto de vista sobre el mito este de que los autistas solo hablamos de lo que nos interesa y nos relacionamos egocéntricamente. Explico cómo lo vivo yo. Esto puede ser muy distinto en otras personas.
Soy
una persona a la que le gusta escuchar. Me gusta que la gente me hable de sí
misma porque pienso que están compartiendo fragmentos de lo que son conmigo y
eso es una muestra de confianza que valoro mucho. A mí me cuesta más confiar,
soy más reservada. Me gusta que me pregunten por mí, pero como no estoy
acostumbrada, a veces, cuando me preguntan, me bloqueo. Mi experiencia me dice
que la gente no quiere historias largas, pero, ¿Cómo contar algo saltándote
detalles? Si es una persona que ni fu ni fa, no me cuesta: le cuento las cosas
por encima y ya está. Pero cuando alguien me importa, si lo hago de esa forma,
me siento muy mal conmigo misma: ¡No le he contado todo!
Para
mí, contártelo todo no es un acto egocéntrico, ni un intento de monopolizar la
conversación. Contártelo todo significa que me importa que me entiendas y me
conozcas porque te quiero mucho, te quiero en mi vida y no soportaría que nos
hiciéramos daño. Para mí, contártelo todo, sin dejarme ni un solo detalle, es
abrirte las puertas de mi mundo, mi mayor muestra de confianza hacia ti. Por
eso, si me dejo algo por contar y eres alguien en quien confío plenamente, me
siento mal: aunque tú no te rijas por este baremo, yo sí, y mi impresión será
que te estoy fallando como amiga o vínculo importante, que te muestro
erróneamente que no confío tanto en ti. Y te aseguro que esa sensación incómoda
y esa culpa me dura días, e incluso semanas o meses.
También hay que tener en cuenta que los autistas venimos de muchos
malentendidos, de lo mucho que nos malinterpretan los demás. Con ese «trauma»
encima, yo al menos, soy muy cauta y quiero contarlo todo con lujo de detalles
para no dar lugar a estas situaciones tan horribles. Por eso, cuando cuento
algo, lo quiero contar todo. Y no me gusta que la otra persona me interrumpa
demasiado. No es por un afán de hacer monólogo, sino porque me concentro mucho
para contarte todos los detalles y, si comentas mucho, me acabo perdiendo. Eso
y que, si me vas cortando, el mensaje que recibo es que igual te molesta que te
lo cuente todo y me callo. No por ofendida o enfadada, sino por respeto a ti.
Entiendo perfectamente que hay personas que tienen la necesidad de intervenir
en la conversación. No todos somos iguales.
Esa necesidad de que los demás nos entiendan, nos lleva a ese monólogo involuntario, pero también juegan los demás factores que comentaba. Mirad, estando en consulta con la psicóloga durante el diagnóstico, pasó lo siguiente: ella me hacía preguntas, yo las contestaba muy detalladas. En medio de todas mis explicaciones, me contó un par de cosas sobre ella: que habíamos estudiado en la misma universidad y que ella también quiere viajar a Argentina. ¿Me hubiera gustado hablar sobre ello? Sí, mucho. Pero en ese momento solo podía pensar: «Concéntrate, cuéntale todo, no desvíes el tema porque te olvidarás de detalles importantes y, además, si desvías, le harás perder más tiempo». ¿Sabéis? Haciendo solo las pruebas ya estuvimos el doble del tiempo que habitualmente se emplea para ellas. Imaginaos si encima le daba rienda suelta a esos temas. ¿Que me quedé con ganas de hablarlo? Muchas. Pero me limité a responderle monosílabos y seguir con lo mío. Sentía que, si le seguía el juego, no iba a dejarle hacer bien su trabajo y encima le iba a perjudicar en tiempo y quizás en otras cosas. Por correo pasó igual: le comenté que había estado en Madrid viendo El Rey León, en su respuesta mencionó algo al respecto y yo no le hice caso. ¿Por desplante? No. Porque estábamos usando el correo de su trabajo. Porque yo ya le había escrito un tocho de los míos y no quería alargarme más porque ella estaba muy ocupada y me sentía mal con eso.
Siempre
todo lo que hago es porque intento ser lo más considerada posible con la otra
persona, no porque no me importe lo que me cuente, no porque solo me interese
hablar de lo mío. Sino por respetar el espacio y los sentimientos del resto.
Otra
cosa a tener en cuenta es cuando no pregunto a la otra persona sobre su vida o
pregunto lo justo. No es por falta de interés, sino porque el tiempo me ha
enseñado que hay preguntas que a determinadas personas le parecen desubicadas,
aunque a otras no. El ejemplo nimio que se me ocurre es: «¿Cuántos
años tienes?».
¿Verdad que hay gente a la que no le importa decírtelo y otras personas que se
ofenden si les preguntas? Pues esto se puede extrapolar a cualquier pregunta,
más o menos profunda. Si yo no estoy al menos un noventa por ciento segura de que no te lo vas
a tomar mal, no te voy a preguntar sobre ello, porque me preocupa hacerte daño
o hacerte enfadar: quiero que, cuando estés conmigo, te sientas lo más seguro y
en confianza, lo mejor posible. No te voy a preguntar qué tal te va con tu
pareja, porque a lo mejor meto la pata y te hago daño. No te voy a preguntar
sobre esos problemas emocionales que me estás contando, porque igual estoy
siendo intrusiva para ti. En lugar de eso, me callo la boca, te escucho,
respeto tu espacio y te dejo que me cuentes hasta donde tú quieras contarme.
Eso no es falta de interés en ti. Eso no es que solo me guste hablar de mí. Lo
que quiero es que te sientas a gusto. Y te aseguro que lo más probable es que
tenga muchas ganas de saber, de que me cuentes. Si no te pregunto por algo y tú
no me cuentas, le voy a dar vueltas porque me encantaría que me contaras. Por
curiosidad personal, sí, pero también porque para mí significaría que confías
en mí.
Otro vicio que tengo desde pequeña es que me cuesta contar las cosas cuando me
están pasando o todavía me afectan. Si alguien me cuenta algo que se nota que
le afecta, yo no voy a preguntar, precisamente por lo mismo: por respeto a su
dolor, dejaré que me cuente lo que quiera. Si quiero saber, dejaré que pase
mucho tiempo hasta atreverme a sacar el tema, porque creo que el tiempo todo lo
cura y seguramente la otra persona me podrá hablar de ello cuando se sienta
bien. Es mi forma de cuidar a la persona. Si me está contando algo y yo cambio
de tema es porque me doy cuenta de que esa persona no se está sintiendo cómoda
hablando de ello. ¿Que lo leo mal y no es así? No os preocupéis, que ya haré
por arreglarlo.
¿Estoy
equivocada dándole ese enfoque? Probablemente, en algunos casos sí y en otros
no. Pero es mi forma de relacionarme con mis allegados y seres queridos. Si
desde fuera da la sensación de que no me interesas, seguro que no me conoces. Entonces,
no asumas que porque soy autista solo voy a hablar de lo que me interesa,
porque seguro que si hablo mucho de mí es porque: a) Quiero demostrarte mi
confianza en ti dejándome conocer b) Quiero distraerte porque tengo la
sensación de que te estás sintiendo mal. Otra opción puede ser que te esté
hablando de mis aficiones para llenar silencios, porque no sé de qué hablarte y
te hablo de lo más cercano que tengo, lo que más conozco. ¿Que no te gusta?
Dímelo. Dímelo, así como yo expreso mi disgusto cuando cuentan cosas
desagradables por la noche y tengo miedo de sufrir pesadillas. No es tan difícil: «Oye, ¿te importa cambiar de tema, por
favor?» y ya. Las cosas bien dichas no sientan mal.
Somos
personas. Nos gusta estar con otras personas, aunque os parezca que no. Y
podemos llegar a tener mucha más empatía de la que os pensáis.
Comentarios
Publicar un comentario