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La máscara de Michelangelo

Hoy vamos a hablar de enmascaramiento (masking).

Antes de empezar, debo confesar que este es un terreno todavía en investigación para mí. Como ya sabéis, tengo el diagnóstico desde hace poco, incluso si sé desde hace más de una década que soy autista. Pero este hecho me ha mantenido ajena a cuestiones más profundas, como esta del enmascaramiento. Como que siempre he sido consciente de conductas de masking, pero muchas otras las estoy descubriendo todavía.

Empecemos por describirlo. ¿Qué es el masking? Es la reacción de la persona autista ante una situación social para hacer pasar desapercibido su autismo. Es decir, es una conducta adaptativa del individuo autista para parecer neurotípico. Cuando haces masking es porque estás controlando algo: si normalmente lo haces, lo anulas; si no lo haces, intentas provocarlo o lo actúas.

Soy una persona muy introvertida, aunque tengo un punto de ser sociable y me gusta hacer amigos y salir por ahí. Para muchos puedo llegar a ser una persona muy sociable y extrovertida. Si me ven así, seguramente sea porque estoy haciendo masking. Tal vez no y, simplemente, me siento muy a gusto con esa persona, pero tal vez sí. ¿Cómo lo sé? A mí me sirve un truco muy fácil: si cuando actúo de una determinada manera siento nervios en el estómago, quiere decir que esa no es mi reacción natural, que la estoy forzando. Por tanto, que estoy haciendo masking. Una misma actitud o reacción, dependiendo de la persona y del contexto, puede suponer que sea consecuencia del masking o que sea algo que te salga natural. Para que se entienda: si yo le hago a alguien muchas bromas –me lo invento–, depende de quién sea ese alguien, esta puede ser una conducta impostada o puede salirme como natural por ser parte de mi personalidad.

Seguramente, cada persona autista tendrá sus propias experiencias con el masking. Yo puedo decir que, cuando lo he usado de manera consciente, me ha hecho sentir muy torpe. Imagina a una autista introvertida haciéndose pasar por una persona extrovertida para que no se le vean sus características autísticas y no tener problemas. Puedes empezar muy bien, pero como el masking se lleve a cabo de manera prolongada en un mismo contexto o con las mismas personas, al final te acabas volviendo muy metepatas. Los motivos principalmente son dos: el primero es que estás fingiendo algo que no dominas y eso, tarde o temprano, te acaba delatando; el segundo es que, al cabo del tiempo, corres el riesgo de relajarte porque te confías… y acabas teniendo algún desliz. A modo de ejemplo, yo suelo anular los stimmings que hago en mi puesto de trabajo, pero llevo tanto tiempo en este colegio que, hoy por hoy, dejo salir algún que otro stimming aun a riesgo de que se den cuenta.

También es cierto que yo tengo la enorme suerte de tener una gran capacidad de aprendizaje y que muchas de las convenciones sociales que compis autistas aún desconocen o no terminan de comprender o saber aplicar, yo sí he conseguido adquirirlas y usarlas de manera eficiente. Eso me ha permitido evitar el masking en infinidad de ocasiones y ser yo misma de manera natural y muy adaptada.

Aun así, no me libro del masking. Es más: un problema que tenemos las personas autistas y, muy especialmente las mujeres, es que llega un punto en el que usamos tanto masking que ya desconocemos si hacemos masking o no; si lo que estamos haciendo forma parte de nuestra personalidad o es algo impostado para no salir escaldado.

Cuando el masking me pone más en evidencia es cuando creo que haciendo comentarios que yo jamás diría, a la otra persona le va a caer bien y me va a permitir un acercamiento. No confundir con querer quedar o caer bien: es sencillamente un intento de hacer que la conversación sea más agradable para ambas partes, que exista una fluidez mayor, un entendimiento más profundo y, si cabe, como decía, un acercamiento. Pero, por ser autista, muchas veces no atino con el comentario y, aquello que pienso que puede resultar gracioso y que puede hacer que la otra persona se relaje conmigo, en realidad lo que produce es un silencio incómodo. Y esto es algo que me ha llegado a pasar incluso con mis padres. Me ha pasado poco, así, en general, pero me ha pasado. Y me siento fatal con ello, porque ni siquiera suelto algo que yo pienso, sino algo que creo que un neurotípico diría y que a otro neurotípico le gustaría oír.

Otra cosa en la que hago masking es en el lenguaje coloquial. Yo soy muy formal hablando. O eso, o mezclo, porque me cuesta mucho adaptar el lenguaje según el contexto. Pero cuando estoy con gente de mi edad o más pequeña, o gente mayor que yo pero que usa coloquialismos por todas partes, así como palabras malsonantes, yo voy detrás. Y esto sí que me sale muy bien. No lo hago con mis amigos: ellos siempre me dicen que en una misma frase puedo decir una palabra culta detrás de una expresión vulgar. Pero sí con personas que no conozco bien o cuya confianza en ellas no es tan grande como para considerarlas amistades y relajarme en su presencia.

Michelangelo, de las Tortugas Ninja, es a menudo percibido como extrovertido y distraído al punto de ser un metepatas. ¿Se entiende por dónde va la analogía? Michelangelo no es autista, pero sí podría perfectamente representar la personalidad que muchas personas autistas adoptan cuando usan el masking y algunas consecuencias inmediatas tras de sí. Incluso en el lenguaje coloquial que usa se podría parecer a mí usando masking lingüístico. Además, resulta muy irónico que use el color naranja, ya que es el color de la energía… la misma que nos autoimponemos cuando estamos haciendo masking y que se desgasta como nunca en esos momentos.

Por otro lado, tiene intereses muy marcados, como lo son la pizza y el baile. Y cuando se enfoca en un objetivo, puede llegar a ser el mejor. Pero por sus gustos y por su comportamiento aparentemente despreocupado –aunque no necesariamente sea cierto– es percibido por los demás como infantil. Esto seguro que a muchas personas autistas les sonará.

Es por esta razón que usé este personaje como hilo para esta entrada. Me parecía gracioso y nostálgico, ya que, como dato irrelevante, a mí me encantaban las Tortugas Ninja y Michelangelo siempre fue mi favorito. Así pues, encontrar cierta relación con el tema, me hizo venir ganas de utilizarlo para esta entrada.

Todas las personas autistas hacemos masking en mayor o menor medida. Ahora bien: seamos conscientes de ello o no, esto trae sus consecuencias. ¿Cuáles?

Como mencionaba anteriormente, una de ellas es el desgaste prematuro de energía. Tenemos habitualmente poca batería social, pero, si además tenemos que utilizar el masking, entonces es muy fácil que la agotemos muy rápido y que, incluso, nos metamos en un shutdown. Otra consecuencia es el agotamiento físico, que incluso puede llegar a inhabilitarte por días dependiendo de si ha sido un episodio de shutdown muy fuerte o no. Una de las consecuencias más graves podría ser la posibilidad de desdibujar tu personalidad al punto de olvidarte de quién eres o estar continuamente replanteándotelo.

A veces te preguntas si vale la pena. A nadie le gusta reprimirse, ¿verdad? Entonces, ¿Por qué debemos hacerlo nosotros? El problema es que el espectro autista está tan estigmatizado, que no te queda otra que hacerlo. No es que cambies tu forma de ser, sino que estás adaptando la que ya tienes a un modo de hacer las cosas considerado normativo. Y la necesidad de pasar desapercibidas tus características autísticas no es más que el reflejo de una sociedad capacitista que prejuzga, señala, ningunea e infantiliza al diferente. La autoimposición de hacer masking nace de la necesidad humana de vivir en paz y no tener problemas. Os voy a contar una situación que viví yo misma para ilustrar a qué me refiero con esto.

Cuando me metí a estudiar el grado superior acababa de salir de un cuadro depresivo. No tenía el diagnóstico, como ya sabéis, pero sí que hacía un par de años que sabía que era autista. La cuestión es que no tenía ni fuerzas ni ganas de hacer masking. Pensé que ya era una persona adulta y que iba a estar en unos estudios en los que me aceptarían tal como soy, justamente por tratarse de unos cursos relacionados con la docencia. Craso error.

El primer curso lo recuerdo con una tutora que constantemente me atacaba. Enlistaré algunas de las cosas que me decía:

- Eres/yo te veo muy rara.
- Normal que te hicieran bullying en el colegio: con tu comportamiento lo provocas.
- Es que yo entro en la clase y veo a todo el mundo hablando menos a ti y me parece raro. Estás ahí que pareces un bulto.
- No entiendo qué te pasa. Creo sinceramente que te has equivocado de carrera porque la gente como tú no debería estar aquí. Si estuviera en mi mano, te echaría.

Si a estos comentarios le sumamos que no paraba de observarme y que señalaba continuamente a otros profesores aquellos momentos en los que me abstraía o hacía stimming, la verdad es que me sentí muy agobiada.

Y no fue la única que no me dejó en paz. Tenía como profesora de un par de asignaturas a una psicóloga que me hacía pruebas y preguntas supuestamente encubiertas –entendí enseguida lo que pretendía– para confirmar o desmentir mi autismo. De hecho, incluso intentó que un día se lo dijera casi a la fuerza. La suerte es que con ella me llevaba muy bien al menos… y en las sombras me defendía de mi tutora. Por ejemplo, una vez me contó que mi tutora estuvo a punto de llamar a mi familia y ella la frenó. Hubiera sido muy problemático si se lo hubiera permitido.

¿Qué pasó en segundo? Que estaba harta de sentirme observada, de ser el centro de atención, de que varias personas pusieran en duda mis capacidades por ser como era. Aunque aún hacía stimmings, me forcé a socializar muchísimo más. Hice buenas migas con mis compañeras, aunque ya las había hecho el curso anterior –a pesar de que mi tutora dijera que no me relacionaba, en realidad sí que lo hacía, solo que no entre clase y clase como ella pretendía–. Pero reprimir mis emociones me provocaba shutdowns muy continuos. Tenía al menos una crisis a la semana, los viernes no podía con mi vida y estaba tan insoportable que no me aguantaba ni yo. A veces lloraba, a veces tenía repetidos shutdowns en medio de las clases, a veces tenía stimmings muy compulsivos que me ayudaban a calmarme… o a veces ni eso conseguían… Todo esto provocó que mi procesamiento sensorial se disparara y que todos los estímulos sonoros y lumínicos me afectaran más de la cuenta, con lo cual, sufrí todavía muchos más shutdowns, a veces tenía que pedir que me dejaran salir de clase para relajarme, un día tuve un meltdown flojito…

Todo esto provocó que tuviera rachas de insomnio muy fuertes y que eso afectara en los resultados de algunos exámenes. Todo por enmascarar. Eso sí: gracias a ello, mi tutora me dejó en paz, la profesora que era psicóloga se relajó y empezó a pensar que simplemente era una persona rara y no necesariamente autista… Conseguí mayor tranquilidad, pero a costa de mi salud mental y física. Solo encontré algo de refugio en las clases de Gemma, en las que hacía stimming libremente y eso me ayudaba a regularme emocionalmente, recuperar un poco la energía y sonreír después de una larga y dura semana. ¿Que me concentraba demasiado al punto de no escucharla? A ella no le importaba: trataba de devolverme a la realidad de manera suave, no intrusiva; ¿Que me hablaba y no le contestaba? Sonreía, se iba, al rato volvía y con paciencia me repetía lo que quería decirme. Además, siempre respetó mucho mi espacio, me escuchaba, me tenía muy en cuenta, me animaba a todo… en definitiva, me cuidaba. Por eso convertí sus clases en mi refugio durante aquel segundo año.

¿Sabéis otra cosa? Desde que empecé a hacer masking, mi tutora me empezó a tratar mucho mejor, se molestó en intentar conocerme y comprenderme y, aunque aún tenía de vez en cuando algún comentario fuera de lugar, por lo menos demostró una preocupación eficiente en mí. No todo iba a ser malo con esta mujer. De hecho, yo sé que tenía un carácter algo difícil, pero no era mala persona ni mala profesional. ¿Qué le pasaba, entonces? Exacto: tenía muchos prejuicios y una mentalidad capacitista. No se la puede culpar por ello: la mayoría de las personas son así cuando desconocen sobre el tema. Esta es la cruz que nos toca a las personas neurodivergentes: educar a la sociedad para que nos entiendan. La gente teme lo que no entiende y por eso tiene reacciones muy variopintas.

Es la misma situación que nos pone en riesgo de pérdida laboral a las personas autistas dedicadas a la docencia en la escuela pública: los órganos gubernamentales no quieren que personas autistas ocupen las aulas. Que estés trabajando o no, dependerá de que te calles o de que hables y al mismo tiempo tengas la suerte de contar con un equipo directivo que te valora y te entiende, que, si veían que eras un gran profesional, no cambia de idea a la que confiesas que eres autista y se chivan de tu condición al órgano gestor de personal para que tomen medidas contra ti. La realidad es que podemos ser buenos docentes, así como también malos… pero eso jamás dependerá de nuestro autismo. Sin embargo, ¿por qué existe esta realidad que hace que todos ocultemos nuestra condición a los demás? Capacitismo, desconocimiento, prejuicios. Lo mismo que en la sociedad nos obliga a ponernos la máscara de Michelangelo para nuestra mayor tranquilidad.




Comentarios

  1. Ay marta la verdad ke me he emocionao mucho con esta entrada, por las cosas ke has pasao, tu actitud ante ellas y esas personas y por lo clarito ke has explicao por ké todo eso. Ké bueno cómo llegas hasta el fondo hasta la causa. Gracias y a compartir.
    Carmen

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    1. Gracias a ti por leerme siempre. Me alegra que te guste lo que escribo :).

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  2. Está lleno de pasajes tristes y duros de leer, pero qué bien explicado todo. Espero que escribirlo también te haya ayudado a desahogarte al menos un poquito aunque haya pasado tiempo. Horribles las cosas que decía esa tutora...

    Como siempre, nos enseñás mucho a través de tus escritos 👍

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    1. No era mala tipa. Aparte, en los últimos tiempos diría que nos llevamos medio bien. Pero a veces se le saltaba la térmica, sí.

      Igual el masking tampoco tiene todo negativo. Ayuda mucho a que la gente te acoja bien de buenas a primeras. Es horroroso y agotador, poco saludable mentalmente... y que te obligue a ocultar tus rasgos autísticos me parece un error... pero si así la sociedad es más agradable con uno, pues mira, no hay mal que por bien no venga, que se dice.

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