Salir del armario de cualquier aspecto de tu vida es siempre algo muy difícil. Implica que vas a comunicarle a la gente en la que confías algo para lo que no sabes si están preparados y desconoces por completo cuál será su reacción. Aunque sepas que pudieran encajarlo bien, tienes nervios porque no sabes qué te van a decir o cómo van a obrar en consecuencia. Sobre temas LGBTIAQ+ no he salido nunca del armario con mi familia y es algo que, en lo personal, tampoco interfiere en mi vida y me es indiferente. Para otras personas tiene mucho peso: para mí no. Pero el armario autista es muy distinto.
Llevo
muchos años diciéndoles a mis amigos que soy autista, desde mucho antes de
tener el diagnóstico. Tal es así, que no tuve ningún armario del que salir
cuando al fin obtuve el informe. Esto me facilitó las cosas con ellos, pero me
hizo darme cuenta de lo difícil que es decírselo a personas que ni siquiera lo
intuían.
El
primero al que se lo conté, después de un mes y una semana, fue a mi hermano.
Quería contárselo a alguien de mi familia, pero no sabía cómo hacerlo y a quién
tantear primero. Es mi hermano, siempre va a ser más próximo en mentalidad a mí
que mis padres, que son de otra época. Se lo conté el Día de los Santos
Inocentes para restarle importancia al asunto y se lo tomó bien. Tuvo algún
que otro comentario fruto del desconocimiento, pero la base es que lo aceptó y
se esforzó por hacerme sentir como debía. Por extensión, también se lo explicó
a mi cuñada.
Después
surgió la posibilidad de quedarme trabajando en el mismo colegio desde febrero hasta final de curso. Ahí recordé las palabras que me dijo Alba sobre decírselo
a la directora para que me entendiera. No se lo he contado a nadie del equipo
directivo porque no lo termino de ver claro: pienso que podrían entenderlo
bien, pero si no fuera así, arriesgaría mi puesto de trabajo. Me explicaron el
caso de una docente autista que lo contó en su colegio y el director se chivó
al órgano gubernamental de turno, que la expulsó de las listas. Tras aquello,
ella denunció por discriminación y acabó inhabilitada como profesora. No quiero
pasar por un proceso similar y, aunque creo que no me pasaría lo mismo, no
puedo someterme a esa presión innecesaria.
Aun
así, desde el principio planeé contárselo a mis compañeras Lidia y Laura. A la
primera porque es una compañera con la que trabajo codo con codo, le tengo mucha estima y confianza; a la segunda
porque tiene un hijo autista y me gustaría poder ayudarla en la medida de lo
posible. Sucede que se lo conté a dos personas con las que no tenía
planeado nada concreto.
En
primer lugar, se lo conté a Marta, que es una profesora que está de sustituta,
como yo. Vive en mi ciudad y eso nos vincula de alguna manera, además de que es
una persona muy abierta y me inspira desde siempre mucha confianza, me siento
muy cómoda hablando con ella. Se lo conté después de una semana escuchando
comentarios de mis compañeras y compañeros sobre alumnado nuestro que es
autista, que docentes piensan que es autista y del hijo de Laura. Cuando estás
metido en el armario y sabes que no puedes salir, te tienes que contener al
máximo cuando dicen algo que no es correcto. Aquella semana me hubiera gustado gritar cuatro cosas, pero no podía.
Al final, no pude soportarlo más, agarré el WhatsApp y le envié un audio a Marta
contándoselo porque en ese momento pensé que era la persona idónea. Su reacción
me encantó. Me dijo que le hacía mucha ilusión que mostrara esa confianza con
ella, que fuera la primera persona del colegio a la que se lo contaba, y me
aconsejó decírselo a Lidia y a Laura –le conté que tenía ganas de hacerlo–.
También me dijo que me guardaría el secreto y que, si hay ese peligro con el tema
laboral, que no lo vaya diciendo por ahí tan a la ligera por si acaso. Es
decir, que además se preocupaba por mí. Aprecié mucho esa naturalidad y esa reacción
tan positiva.
La
segunda compañera a la que se lo conté fue otra chica que también está de
sustituta y que me inspiraba confianza porque justamente está allí para dar
apoyo a niños con diagnóstico de autismo, entre otros. Se lo conté la semana
pasada, durante el viaje de colonias, tras una conversación sobre que yo era
introvertida y reservada, pero que ella no me percibía tan así. Decidí que era
el momento. Su reacción fue algo más curiosa, me dijo que le parecía muy guay y
que nunca había conocido a ninguna docente autista. Empezamos a hablar del
tema, pero entonces llegaron otros docentes y no pudimos terminar de hablarlo.
Igualmente sé, por su reacción, que no se lo dirá a nadie. Cuando le dije que podría
tener problemas, asintió seriamente.
Este jueves se lo he contado a Lidia. No podía seguir ocultándoselo: al final iba a llegar el fin de curso y no había abierto aún la boca. Estábamos solas haciendo unas manualidades para Cantania y estaba pensando cómo podría sacarle el tema. De repente, comentó que ya era hora de ir a comer y, a la desesperada, le dije que sí, pero que antes quería contarle una cosa. Me levanté, cerré la puerta y se lo conté. Me dijo que se sentía mal por mí por no poderlo contar y demostrar quién soy por culpa de casos como el de la chica aquella; que cree que en este colegio no me pasaría nada de eso, pero que si yo no quiero, me lo va a respetar y no lo dirá. Y que soy buena docente, que una persona autista puede ser lo que quiera en su vida. Me encantó que tuviera esa visión tan positiva.
Me
hace sentir muy bien que gente del trabajo sepa que soy autista y que se haya
acogido tan fantásticamente a esta idea. También sé que hay compañeros a quienes
no se lo puedo contar y no se lo contaría. No pasa nada, no es necesario. Pero
contar con apoyo dentro del lugar donde pasas la mayor parte del día es algo
que tranquiliza mucho.
¿Laura? Aún es asignatura pendiente. Espero no tardar mucho en decirlo. He tenido varias oportunidades, pero igual que con las dos primeras surgió sin
más, con ella debería forzarlo, igual que hice con Lidia; solemnizarlo con una de esas frases con las
que parece que vas a contarle a alguien que tienes un pasado oscuro. Y, claro,
de manera aleatoria. Oportunidades he tenido, como decía, pero siempre que he
sentido el impulso, un pinchazo en el estómago me ha frenado. Supongo que me
cuesta atreverme. Pero ojalá que me salga algún día.
Actualización (05/06/22):
Está acabando el curso y aún no he podido contárselo a Laura. Tal vez cuando ya no haya alumnado pueda tener oportunidad. Mientras tanto, se lo conté el miércoles a Emma. Ella es educadora especial en primaria y desde hace unas semanas atrás que vengo notando mucha confianza con ella, como que me siento muy cómoda, a gusto y me gusta cuando hablamos. Disfruto muchísimo de su compañía, así que sentí que tenía ganas de compartirlo con ella y, a la hora del café, ese día se dio la circunstancia de que estábamos solas, por lo que aproveché para contárselo. Me hizo mucha gracia su reacción. Dejó salir un: «¡Aaah!» entonado como si fuera una grata y curiosa sorpresa, para al segundo siguiente soltarme un: «¿Y qué?» seco, dando a entender que no pasaba nada por ello, que qué más daba si era autista o no. Fue divertido. Luego lo hablamos un poco y me confesó que ella algo había visto, pero que, al ser adulta, no quería meterse. Pero que, de todos modos, lo llevo muy bien y no se me nota para nada. Me dijo como Marta, que tuviera cuidado y no lo dijera muy a la ligera. Y me agradeció la confianza. Llevaba semanas con ganas de contárselo... y acerté. No me equivocaba confiando en ella.
Actualización (30/06/22):
Se lo he contado a Laura, al final a través de un audio de WhatsApp. No por falta de agallas de hacerlo en persona, sino porque no me quedó otra: no se volvió a dar la posibilidad de quedarme a solas con ella. Tuvo una reacción positiva y me estuvo preguntando cosas para su hijo. Le pasé este blog para que pueda ir leyéndome y, si le surge cualquier duda o pregunta, me tiene a toque de móvil.
La
salida del armario es un proceso para el que te tienes que preparar muy bien,
porque depende de la vinculación que tengas con la persona a la que se lo
cuentes, puede suponer un cambio radical en su vida o en su manera de verte.
¿Contárselo
a mis padres? He estado muy tentada varias veces. Pero me cuesta mucho porque
tengo muchos bloqueos al respecto. Ellos desconocen bastante el tema del
autismo. A veces trato de instruirles un poco en la materia y algo de mi
discurso va calando, pero es un proceso muy lento. Tienen ya una edad y, si en
mi época ya no se conocía todo esto, no me quiero ni imaginar lo que debe suponer
una noticia así para ellos, que ni siquiera lo han rozado y sus únicos
referentes son televisivos o de hijos pequeños de personas conocidas, pero no
cercanas. El concepto que tienen de autismo no es muy positivo y es acertado en
algunos puntos, pero no en la mayoría. Y mucho menos en el enfoque, que para
ellos es de «tener
un punto»
o «faltar
un hervor».
Ellos se merecen saber la verdad, pero, ¿Cómo hacerlo sin romperles por la
mitad? Porque esto es algo que les afectaría mucho, suponiendo que se lo
creyeran y no se estancaran en una fase de negación. Mi madre no hace mucho decía
que a ella le costaría muchísimo si descubriera en la actualidad que uno de sus
hijos es diferente –hablábamos en el contexto LGBTIAQ+, pero se podría aplicar al
autismo–, no por el hecho en sí, sino por lo cruel que es la sociedad con
estas personas… y también porque ella desconoce mucho sobre el tema y sería
para ella una tortura tener que informarse en asociaciones y demás. A veces me
planteo qué necesidad hay de hacerles pasar por ese trago. Pero también es
cierto que son mis padres y que deberían saberlo. Que, además, tengo proyectos
que no podría ocultar de ellos bajo ningún concepto y de los que me gustaría
hacer partícipes de manera indirecta, compartir con ellos esas experiencias y
demás. Pero decirles a tus padres que eres autista no es nada fácil y van
pasando los meses. Yo ya no sé cómo hacerlo. Mi hermano se ofreció a ayudarme a
contárselo, pero no sé cómo saldrá la cosa.
La
cuestión es que quiero que se entienda que salir del armario desde fuera puede
parecer algo muy fácil o absurdo. Pero no lo es. Aunque conozcas muy bien a las
personas con las que convives, lo cierto es que el miedo y la angustia te vuelven irracional y
empiezas a montarte tus propias películas mentales sobre las infinitas
posibilidades que podrían suceder, las diferentes reacciones que podrían tener.
Y, sabiendo cómo actúa el miedo, la mayoría de esos pensamientos que se te
cruzan por la cabeza no son positivos. Entonces, lo que te tienes que plantear
es si estás preparado para recibir una reacción equis de tus allegados cuando
les cuentes el tema. Y uno muchas veces está preparado para algunas cosas, pero
para esto no es tan fácil prepararse. Más de un mes me costó con mi hermano y
luego, por su reacción, vi que no valía la pena haber sufrido tanto. Pero es un
proceso por el que no se puede evitar que pases. Sucede así. Vas a dar una
información importante sobre algo que estará en tu vida hasta el día que te
mueras. No cambia quien eres, no cambia que seguirás siendo la persona que conocen
y, aun así, es algo muy importante que no deberías callarte. Pero te entra
miedo de que cambien su forma de tratarte, que ya no te vean igual, que esto condicione
más la vida de ellos que la tuya propia, que emocionalmente sea algo muy
complicado de encajar, que les puedes preocupar o hacer daño y tú los amas y no
quieres que eso pase… en fin, entran en juego muchas cosas.
Por
eso, si alguien os confiesa que es autista –u otra cosa, pero esto es lo que
nos ocupa en este blog– es necesario que valoréis mucho el paso que ha dado
esa persona. Seguramente os lo está contando con la voz temblorosa, quizá
tiemble por dentro… y en un momento así, necesitará vuestro apoyo y
comprensión, vuestro tacto al decir según qué palabras. Yo se lo conté a mi
profesora de guitarra el mismo día que obtuve el diagnóstico porque necesitaba
contárselo oralmente a alguien… y estuvo a punto de soltar un comentario
capacitista, pero enseguida se dio cuenta y reculó. Este tipo de gestos se
aprecian muchísimo, ciertamente.
Solo
quería contar mis inquietudes al respecto y aconsejaros eso, apoyo y
comprensión, e incluso acompañamiento si la persona lo precisa. No hay nada
mejor para una persona que sale de cualquier armario que el hecho de que la otra
persona se lo tome genial y acoja bien esa idea. Yo, por ejemplo, valoré mucho que
la gente a mi alrededor me dijera que obviamente que no cambiaba nada, que yo
seguía siendo yo y que el trato que iban a tener hacia mí no iba a cambiar en
absoluto. Son estas actitudes las que nos hacen tener más confianza y sentirnos
más cómodos con el mundo.
Sin dudas ese proceso de salida es más complicado de lo que podemos imaginar quienes no lo vivimos. En el momento que decidas contárselo a tus viejos, aprovechá la ayuda de tu hermano. Tener alguien que te apoye con su compañía seguro te dé un empujón y mucha más fortaleza que enfrentándolo sola. Si se ofreció es porque él también es muy consciente de eso y de lo difícil que puede resultar decirlo. Igual que todo fluya a tus tiempos. Nunca te olvides que también podés contar con los demás que lo sabemos, así sea solo para descargarte, darte ánimos o lo que surja.
ResponderEliminar¡Muy buena entrada! ✌
Mil gracias por todo, Lio. Sos un gran amigo :).
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