Nuestra relación con la ayuda es algo muy particular.
Seguramente,
muchos neurotípicos también se sientan identificados con lo que contaré a
continuación, pero he visto que es especialmente generalizado en personas
autistas –aunque no tiene por qué ocurrirles a todas ellas– y se vive de una forma más intensa.
La
ayuda es ese algo que nos dejamos la vida con tal de ofrecer. Da igual si,
incluso, ese tipo de ayuda nos perjudica a nosotros: queremos facilitarle la
vida a la gente a toda costa. Quizás es por un ejercicio inconsciente de
empatía en el que entendemos las dificultades por las que pasa la persona,
incluso si estas son de tipo cotidiano, y queremos aliviar un poco esa carga.
Desde luego, nos sentimos mejor cuando somos útiles para los demás. Es posible
que en esto también intervengan nuestras ganas de acercarnos más a la gente y
no saber cómo hacerlo, por lo que ofrecer ayuda podría ser una vía para
conseguirlo. O incluso puede haber un motivo hermoso detrás, que sea el de ver
sonreír a la gente a tu alrededor y hacerla un poquito más feliz facilitándole,
aunque sea un mínimo, la vida. También podría haber un motivo triste tras esta
conducta que reflejara lo inútil que te han hecho sentir durante años y el agradecimiento que sientes cuando puedes demostrar que no lo eres. Pero la
inmensa mayoría de las veces, las ganas de ayudar son genuinamente eso, ganas
de ayudar.
Después
está la otra cara de la moneda: cuando tenemos que pedir ayuda. ¿Pedir ayuda?
¿Nosotros? Para qué. Menuda odisea. Por ejemplo, el contexto que siempre expongo
por sencillo: en el colegio, yo prefería suspender o que mis profesores
consideraran que era tonta por mis respuestas en algunos ejercicios, antes que
pedir ayuda para entenderlos. Perdí la cuenta de las veces que me humillaron
públicamente porque metí la pata, no pedí ayuda y no se dieron cuenta de que no
lo entendía bien.
Durante mi época de bachillerato, Marta, la psicopedagoga del centro, se percató de que yo no estaba emocionalmente bien. Estuvo un trimestre entero insistiéndome para que hablara con ella y le contara, a veces de forma sutil y a veces de forma más directa. No fue hasta el 25 de enero de aquel año que decidí dar el paso. Fijaos lo que me costó.
Como veis, esto
no me pasaba exclusivamente de pequeña. Me estuvo pasando durante toda mi vida
e incluso siendo ya adulta. En el grado superior, por ejemplo. Al principio,
todos los profesores tenían que estar atentos por si necesitaba ayuda, porque
no la pediría nunca por mí misma. Tenía profesores que me ayudaban a
socializar, otros que me iban preguntando de vez en cuando si todo estaba bien,
otros que, si veían que me equivocaba, me preguntaban la razón de mi error y
entonces me ayudaban, etc. Pero, de hecho, a algunos no llegué a pedirles nunca
la ayuda que necesitaba. La primera que tuvo dicho privilegio fue Gemma, quien
trató de incentivar más esta conducta una vez la hube realizado la primera vez.
Y vaya si lo logró.
Incluso
en la universidad, recuerdo estar superando a trompicones una asignatura en el
primer curso y, en la recuperación de uno de los exámenes, esforzarme como
nunca en abandonar la ansiedad de preguntar, porque me iba el aprobado o la
repetición de una asignatura entera en ello. Es más: hasta le preguntaba a la
profesora pidiéndole perdón por molestarla. Os puedo decir que pregunté por
todas y cada una de las preguntas del examen, dado que lo que ella preguntaba y
lo que quería que contestaras no quedaba casi nunca muy claro. Como decía, pregunté
en todas, excepto en una. Y esa pregunta fue la única que fallé en todo el
examen. ¿Por qué no le pregunté? Porque ya me pareció exagerado, me sentía mal
y me incomodaba la situación de pedirle ayuda en todos los enunciados. Sabía
que, si no lo hacía, era casi seguro que la iba a fallar, pero preferí arriesgarme
que seguir preguntando.
Definitivamente,
no nos gusta pedir ayuda. No; en realidad, diría que ni siquiera nos planteamos
si nos gusta o no: es que ni se nos pasa la posibilidad por la cabeza en la inmensa
mayoría de situaciones. Estamos tan poco acostumbrados a que nos ayuden,
estamos tan habituados a cargar con todo nosotros solos, que ni se nos ocurre
que hay gente a la que podemos recurrir en momentos difíciles. A mí me ha llevado
muchos años darme cuenta y pronunciar esas palabras. Es más, aún hoy día,
dependiendo de la persona y del momento, todavía siento dificultades pidiendo
ayuda. Me comen los nervios, me agarra una cosa en el estómago que no la suelto
tan fácilmente. Suerte que soy tozuda y soy consciente de que no saber pedir
ayuda es malo, por lo que me termino forzando –no en todas las ocasiones, hay
veces que el pinchazo en el estómago me supera hasta el punto de bloquearme
muchísimo–. Si la persona me causa respeto, ya ni hablemos. Como siempre, me
resulta mucho más sencillo por escrito, pero no todo en esta vida se soluciona
con correos o mensajes instantáneos.
Sin
embargo, lo peor no es tener reticencias a pedir ayuda: lo peor es no saber
aceptarla. Hablo de esas ocasiones en las que estás viéndote superado por algo,
la gente lo está notando, tú insistes en hacerlo todo solo y, de repente, una
persona se apiada de ti y se ofrece a ayudarte.
Mi
yo adolescente era un poquito borde y decía que no necesitaba a nadie, que
podía sola con todo. Me quedó muy marcada una vez que mi tutora de segundo de
secundaria me quiso ayudar. Ella era consciente de que yo tenía muchos
problemas, tanto en el colegio como en casa. Entonces, de vez en cuando,
intentaba que yo le contara qué me pasaba. Pero nada: yo me metía en mi
caparazón y de ahí no me sacabas. Esa vez de la que os hablo, me dijo que algún
día tendría que hablar. Mi reacción no fue otra que enfrentarme a ella. Yo, que
siempre trataba muy bien a todo el mundo, le contesté que no quería hacerlo, que ser mi tutora no era motivo suficiente como para confiar en ella, que no me pasaba nada y que no necesitaba la ayuda de nadie. También quiero que se entienda el contexto de que a mí
la mayoría de los profesores me trataron mal, así que, encontrarme con una
tutora tan preocupada por mí era algo prácticamente nuevo y en lo que me
resultaba difícil confiar.
Mi
yo actual te diría que no hace falta, que no te preocupes. Además, negaría el
hecho de necesitar ayuda y te contestaría que está bien, incluso siendo
consciente de que sabes que no es así. Y esto se daría de esta manera aunque sí
hiciera falta y aunque aprecie muchísimo que te preocupes por mí, puesto que es
algo que valoro un montón. Pero te pondría mi sonrisa y seguiría a lo mío a
menos que tú me obligaras a aceptar tu ayuda. Porque sí, eso también pasa,
especialmente cuando se trata de algo tangible –por ejemplo, alguna tarea en
la que apoyar, material que cargar o ir a buscar, etc.–.
El
bloqueo por aceptar ayuda es tan grande que, incluso cuando quieres y estás
deseando dejarte ayudar, a menudo es imposible. Se yergue un muro ante ti y un
par de manos se apegan a tu garganta para silenciártela. Esto se me hace
particularmente frustrante. Pocas cosas hay, si es que las hay, que odie más
que querer contarle algo a alguien y ser incapaz de hacerlo. El nivel de frustración,
fijación y llanto que alcanzo en esos momentos es gigantesco. Además, me siento
mal y me invade un sentimiento de culpa: «¿Creerá esa persona que no
confío en ella? Ojalá que no, porque es todo lo contrario… pero no se lo puedo
demostrar y no entiendo por qué», me viene constantemente a la mente.
En
resumen, ser autista es como ser un superhéroe obstinado, uno de aquellos que
se empeñan en que deben ayudar a todo el mundo, pero que creen ingenuamente que
son capaces de todo por sí mismos, como si no hubiera villano que les pusiera las
cosas tan difíciles que, sin alguien a su lado luchando codo con codo, habrían sido incapaces de vencerlo. Incluso usan esta percepción como forma de protección
a sus seres queridos: no quieren que se preocupen, no quieren que estén mal por
sus problemas, no quieren cargarles con sus objetos o con su trabajo porque es
su responsabilidad. Así, ni piden ayuda, ni la aceptan, pero, como todo
superhéroe, siempre acudirán al rescate de los demás, especialmente si los
llaman.
Pero
este superhéroe obstinado puede y debe aprender. Por su bien y por el de sus
seres queridos. No todo es resistir por el simple hecho de resistir, ni vivenciar un afán de superación desmedido como si te tuvieras que demostrar constantemente algo a ti mismo en medio de una ficción audiovisual o pasaje imaginario intenso. No todo es dejar la mente en blanco y seguir avanzando sin pensar y sin medir las consecuencias. Los superhéroes también deben dejarse ayudar; los superhéroes también merecen relajarse y obtener un descanso. Si no lo haces por ti, hazlo por tu fisioterapeuta, que está cansado de descontracturar la pesada carga que llevas en tu espalda.
Estoy
aprendiendo. Cada vez pido más ayuda; cada vez me dejo ayudar más. No se me
quita mi afán de arrimar el hombro, pero es que ese es el mayor orgullo para un
superhéroe.
Yo
soy el Capitán Autista. ¿Y tú?
En mi caso odio pedir ayuda cuando se trata de cosas de coordinación motora o ayuda física y tiene ke ver con mi historia de fracaso ya en la infancia cuando he confiado en otra persona ke acababa saliendo todo mal o haciéndome daño yo o incluso la otra persona.., recuerdo eso de Kien se iba a imaginar ke ibas a hacer ese movimiento? o Es ke eres imprevisible, ahí noté ke mis sensaciones o mis reacciones eran diferentes. Por eso cuando estoy por ahí sendereando, ya pueda ser la cosa más difícil del mundo ke prefiero por ejemplo tirarme al agua directamente y mojarme antes ke dejar ke me echen una mano, aunke me sabe mal decir ke no porke siempre hay gente amable pero es ke desconfio de ke pueda salir bien, siento ke ellos creen ke saben cómo ayudarme pero en realidad se ekivocan, además sea como sea yo prefiero tener yo el control. Pero sí también me ocurre en otras aspectos y no sé si tiene ke ver también con experiencias en ke salió mal, no por mala intención de la otra persona, sino por no entenderme. También por eso ke dices, ke ni se me pasaba por la cabeza, estoy acostumbrada a resolver mis cosas sola. Si es una cosa simple y la persona es de confianza sí ke lo hago sin problemas si veo ke es imposible resolverlo sola, pero si es algo complejo como de un problema emocional o algo así, entre ke primero me tengo ke enterar yo misma ke tengo un problema (suelo tardar) y luego ke siento ke no me van a entender y encima lo voy a pasar mal porke me cuesta trabajo expresarlo pues acabo no haciéndolo. Pero tienes razón ke no es bueno siempre hacer eso ke hacemos, desgasta.
ResponderEliminarGracias, siempre me haces conocerme un poco mejor recordando cosas importantes y viéndolas verbalizadas y explicadas por ti. Y doy fe de ke estás siempre dispuesta a ayudar, siempre me has sido de gran apoyo cuando te he consultao algún problema.
Siento mucho que hayas tenido que pasar por esas experiencias, Carmen, es terrible... Espero que, poco a poco, tu confianza en los demás vaya a mejor. Y sí, es lo que dices: lo importante es seguir avanzando y aprendiendo. Lo bueno es que te diste cuenta de que ser así no es bueno porque te perjudicas a ti misma, en realidad. Me alegra haberte ayudado en eso. Mil gracias por tus palabras, en serio, me pone muy contenta que pienses así :).
EliminarEstá genial toda la entrada, pero qué buen final n.n
ResponderEliminarCreo que dejaste cubiertas todas las posibilidades del por qué querer ayudar y también que no ayuden. Seguro hay de todo un poco y como tan bien explicaste muchas veces uno ni se pone a pensar en la razón, simplemente se cierra y se enfoca en resolver el problema.
Lo importante es lo que dijiste de estar aprendiendo. Me sumo a eso porque siempre fui medio terco para pedir ayuda o hasta para hablar sobre mis problemas. Tengo claro que repito mil veces que cuenten conmigo para lo que sea y estoy atento a los demás, pero cuando se da al revés me lo suelo reservar para adentro incluso con personas que me dijeron lo mismo.
Sí, es verdad. Vos no sos autista, pero este punto sí que lo tenés. Ya sabés que podés contar conmigo, ¿verdad? Seguro que te lo dije mil veces, jajajaja. Dale, cuando tengas algún problema, ya sabés. Ni que sea para escucharte, porque desde la distancia está medio difícil según qué tipo de ayuda. Dejate de reservas o, cuando vaya para allá, te va a faltar Argentina para correr, jajajaja.
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