Vengo observando desde hace años que hay una clara tendencia en la gente neurotípica a pensar en el autismo como una condición que te hace estar desconectado del mundo. De hecho, me atrevería a decir que es la imagen más estereotípica del espectro. Pero es una mentira.
Por
nuestra expresión facial o por la razón que sea, damos esa imagen. Sin embargo,
desconectarse de este mundo es prácticamente imposible cuando eres autista. La
intensidad con la que vivimos todas las situaciones, la hipersensibilidad
sensorial que nos hiere, la enorme sobreexposición emocional a los problemas
ajenos que podemos llegar a experimentar… todo eso unido en un cerebro que no
filtra y que procesa lentamente tiene por resultado conductas de evasión o de adaptación
al entorno: stimmings, caras de póquer, shutdowns, abstracciones…
Nuestro
cerebro huye de tanto estímulo porque se satura y quiere mantenerse a salvo,
pero nos damos cuenta de absolutamente todo. He crecido escuchando la dichosa
frase de: «Parece
que no está, pero se entera de todo». Pues claro que estoy y que me entero
de todo. No vivo en mi mundo, vivo en el mismo mundo que todos los demás.
¿Tengo mi propio mundo? De acuerdo, pero esto no tiene nada que ver con lo que
nos ocupa, aunque a muchos os pueda parecer que sí.
En
mi caso, me han dicho muchas veces que estoy en mi mundo cuando en esos
momentos estoy muy absorbida por mí misma o, como yo lo llamo, «estoy
metida para adentro». Es un nivel de abstracción muy grande que hasta te
impide participar del mundo terrenal, pero no implica que desaparezcas de él.
Cualquier cosa que digas o hagas en esos momentos, serán percibidos por mi
cerebro, aunque luego me llegue la información en diferido porque soy incapaz
de sobrellevarlo todo cuando estoy así. Pero la gente neurotípica no puede leer
la sutileza de estos matices.
Recuerdo
en primero de secundaria que, una vez, me absorbí en una posición en la que me
quedé mirando a mi compañero de delante. Supongo que, desde fuera, se veía como
si yo lo estuviera observando fija e intensamente. Estaba escuchando la
lección, imaginando todo aquello que mi profesora contaba. De repente, cortó su
explicación para decir en medio de toda la clase: «Marta, sé que Marc es muy
guapo, pero no lo mires tanto, que lo vas a desgastar». Estaba tan pendiente de sus
explicaciones y tenía que cancelar tantos estímulos de mi entorno, que ni
siquiera me di cuenta de que estaba mirando a Marc. De hecho, no; no lo estaba
mirando: estaba con los ojos en dirección hacia él, que es muy distinto.
En
el sistema educativo esta conducta evasivo-adaptativa me ha traído algún que
otro problema, porque siempre ha habido profesores que se lo han tomado como
una ofensa, como si no quisiera escuchar lo que tenían que enseñarnos. Pero es
que era todo lo contrario: necesitaba hacer eso para poder escuchar. No había
comentarios que me dieran más rabia en la primaria que «Estás en la luna de Valencia» y
«En
vez de sangre, tienes horchata».
En
la secundaria, mi profesora de música intentó entenderlo, pero ella lo asociaba
más a una conducta de huida por la situación de acoso escolar que estaba
sufriendo. Estando en la facultad, cuando hice un trabajo que me pidieron y en
el que tuve que preguntar sobre cómo me percibían mis profesores, estuvimos
hablándolo ella y yo. Le dije que no era por eso y que todavía lo seguía
haciendo. Su reacción fue mirarme con cara de pena y preocupación y preguntarme
por qué. Simplemente, lo necesito. Pero eso no es desconectarse del mundo.
Cuando
estudié el primer curso de la licenciatura de Psicología, mi profesora de
Métodos de Investigación un día tuvo ocasión de contarme sus impresiones sobre
mí. Por esta absorción de parecer ausente, ella creía que iba sobrada en su
asignatura y que me aburría mucho. Y no, no era eso en absoluto. De hecho, era
la asignatura que peor llevaba. Para ir a su clase tenía que levantarme a las
seis de la mañana, con los problemas de insomnio que cargo desde los tres años,
para procesar todos los estímulos de la calle, de la universidad, de la clase,
de una asignatura que no me gustaba y que se me daba peor que mal. No era una
actitud pasota, sino de gestión de todo lo que me rodeaba, que no era poco.
Mientras
estudiaba el grado superior, un día me acerqué al centro donde estudié teatro a
hacer una visita. Estuve en el despacho de la jefa de estudios, también
profesora de historia del teatro, hablando un rato con ella. Le comenté que mi
tutora de ese entonces me había dicho que tenía la sensación de que no la
escuchaba. «No me extraña. Yo también lo pensaba»,
me contestó. Sorprendida, le dije: «¿En serio?». Y me contestó: «En
serio. Parecía que no estabas y a mí me frustraba mucho porque no sabía cómo
hacer que te interesaran mis clases. Pero, un día, viniste a preguntarme unas
dudas muy interesantes y me di cuenta de que no solo me estabas escuchando,
sino que además pensabas y reflexionabas muy bien sobre todo aquello que yo os
intentaba enseñar. Estabas mucho más conectada que los demás».
Las
declaraciones de mi profesora de historia del teatro no me sorprendieron del
todo: esa sensación la han compartido muchas personas que se han cruzado
conmigo, dentro y fuera del ámbito educativo. Pongo ejemplos de mis tiempos de
estudiante porque es lo que resulta más fácil, pero, en realidad, me ha pasado
con mucha gente en otros contextos.
Y el
caso es ese, que sí que me entero. Que mucha gente se ha fiado de que «estaba
en mi mundo»
para decirse secretitos confiando en que no iba a escuchar. Y lo escucho todo.
¿Sabéis ese dicho de: «Si las paredes hablaran…»? Pues si Marta hablara… Pero
la gente a mi alrededor tiene la ventaja de que soy discreta y no me meto en la
vida de nadie.
Una
persona autista está hiperconectada, repito. Para mí es imposible huir… y os
prometo que no es por falta de ganas. Os pongo una situación ficticia:
Estás
tomando algo en la terraza de un bar con un amigo. Sientes su voz muy alta y te
duelen los oídos, sientes el tacto de tus pies tocando tus zapatos y de tus
zapatos tocando tus pies, la temperatura de tu zapato y la temperatura de tu
pie, tu camiseta rozando tu brazo, tus brazos tocando la silla igual que tu
culo y tu espalda; el tacto de tus dedos hundiéndose en contacto con el vidrio
del vaso de tu bebida, los golpecitos cada vez que coges el vaso y lo sueltas
en la mesa, estos mismos gestos de tu amigo también, el camarero que viene y
va, otras mesas que piden, que reciben, que pagan soltando el dinero en el
platillo, la garganta tragando, la gente pasando cerca, tu amigo contándote
cosas que tienes que atender, el peso y la velocidad de sus palabras, la
implicación emocional que conlleva todo lo que te explica, especialmente si es algo
serio o algún problema para el que necesita consuelo, apoyo o consejo,
responder adecuadamente, en la otra esquina un abuelo pasea con su nieta, una
madre regaña a su hijo que llora como si lo llevaran al matadero, las campanas
de la iglesia suenan de golpe, mientras aquel señor que sale de la puerta
roñosa escucha la radio en un transistor y se tropieza. Un adolescente lleva un
skate y fuma un cigarro como si no hubiera un mañana; en el banco del fondo hay
una señora sentada con una bolsa que ruge a plástico… el cielo está enmarañado
y vaya viento que hace esta tarde, cómo se siente en tu cara, en tus ojos, en
tus cejas, en la punta de la nariz y en las raíces de tu pelo. Los árboles se
agitan, cómo suenan y cómo se mueven… hay vibraciones intermitentes en el suelo
por la gente que pasa, los vehículos motorizados y no motorizados y por el simple
movimiento de la tierra. Pasan de repente dos amigas contándose cosas y un
chico que te mira fijamente y le habla a su madre en el oído en voz baja,
esperando que no te enteres de lo que le cuenta –pero sí que te enteras, a
pesar de todo–.
¿Te
has agobiado leyendo esto? Pues esto es estar hiperconectado. Muchas de estas
cosas tu cerebro las filtra y, aunque puedas ser consciente, no te fijas en
ello y lo olvidas enseguida porque no es importante como para procesarlo. Te
permite conectar con aquello que a ti más te interesa. Pero a la gente autista
no. La gente autista se entera de todo, le entra todo, su cerebro no filtra,
almacena toda la información más a la fuerza que tú cuando quieres meter todo
lo de tus vacaciones en la maleta de regreso a casa. Y, aun así, logramos
mantener muy bien la atención en la persona que tenemos delante la inmensa
mayoría de las veces.
Es
cierto que a veces nos vamos a nuestro mundo. A mí a veces me ha pasado. Pero,
aun así, no nos perdemos nada porque seguimos hiperconectados. Yo me he perdido
en mis propios pensamientos mientras alguien me hablaba y en un momento en el
que me han hecho una pregunta, he sido capaz de contestar porque era cien por
cien consciente de lo que me había dicho la persona al volver al mundo
terrenal.
Nuestra
expresión facial, nuestra mirada… solo es una consecuencia, una acción
adaptativa. Aunque te parezca que estamos ausentes, estamos muy presentes. E,
incluso, aunque estuviéramos en nuestro mundo, a la vuelta siempre recibimos
todo aquello que nos hemos perdido por el camino. Como antiguamente, cuando dejabas
el reproductor de vídeo grabando porque no podías ver tu programa favorito: se
almacenaba la grabación en una cinta de vídeo vacía y luego tú la veías porque
estaba todo ahí bien registrado.
Imposible mejor explicado para que podamos entenderlo. ¡Genial!
ResponderEliminarMe pasó cuando era más chico de pensar parecido porque es lo que dice el común de la gente sobre los autistas. Mi viejo llevaba a Braian a su escuela con el coche y siempre le hacía el favor a una familia amiga de llevar a su hijo también porque era compañero de sala de mi hermano. Un día se me dio por acompañarlo y conocí a ese chico, Federico, con quien a día de hoy siguen compartiendo escuela. Fede es autista y tiene alguna discapacidad que le impide hablar. Parecía "estar en su mundo" mirando por la ventana y cuando lo saludo con la mano me dio mucha gracia que instantáneamente me hizo el doble apretón que estaba a la moda, digamos primero con la mano inclinada hacia abajo y luego hacia arriba. No solo notó que iba a darle la mano con apenas decirle hola y ver mis movimientos con el blanco del ojo, sino que estaba más actualizado que yo para el saludo, jaja. No hay dudas que estaba atento.
¡Sí! A mí también me pasaba. Yo conocí el autismo a los 7-8 años a través del personaje de Simon Lynch, de la película Mercury Rising (Al rojo vivo en España, Seguridad Nacional en Latinoamérica). Y viendo a ese niño, cualquiera se crea un estereotipo similar al del autismo. Pero luego uno crece, va conociendo más del tema y se da cuenta de que se llama "espectro" autista justamente por alguna razón.
EliminarQué bonitos tus recuerdos con Fede. Es uno de esos casos en los que se desmitifica mucho el autismo. Que no sea oral, no significa que no pueda comunicarse. Lo hará de forma distinta y en la actualidad hay metodologías que hasta verbalizarían por él. Pero la gente tiende a pensar en que "si no habla, es que es autista profundo". No hay grados de gravedad en el autismo, solo características más intensificadas que otras. Lo que pasa es que, cuando son más visibles, es cuando los neurotípicos dicen aquello del "autismo severo/profundo". Estaba muy atento ese Fede, claro que sí, jajaja.
No, patiné. La película es: "Alguien sabe demasiado" en Argentina. En el resto de Latinoamérica se llamó "Misión: Seguridad Máxima". Lo busqué en Wikipedia.
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