Tenía seis años. Mi padre era entrenador de una de las categorías del equipo del barrio y, a veces, me llevaba con él a ver partidos de otras categorías: el fútbol era el interés profundo de mi padre y yo encontré un filón para poder relacionarme con él. Una de aquellas veces, cayó en mis manos un folleto de solicitud de ingreso. Mi padre me gastó la broma de si quería que me apuntara. Mi consejo es que no le hagáis bromas a los niños, especialmente si son autistas, porque os pueden salir mal: le dije que sí.
Así fue como empezó mi aventura futbolística. Ni aquel equipo, ni ningún otro de la ciudad, tenía plantilla femenina: en aquellos tiempos era casi imposible que las niñas jugáramos al fútbol. Casi, porque me alisté en el equipo del barrio, que era todo de niños, en la categoría prebenjamina.
Al
ser una niña, todo el mundo quería dejarme un espacio para ducharme y cambiarme
por mi cuenta. Pero yo hablé con mi madre y le dije que no quería distinciones:
quería estar en el mismo vestuario que mis compañeros. Mi deseo era que no
hubiera diferencia, estar integrada en el resto del equipo. Yo no entendía de la misma manera la construcción social del género y lo que no comprendía, por supuesto, eran todas las normas que se formaban a su alrededor. Estos son temas que, a día de hoy, seguramente por ser autista y percibir el mundo de manera diferente, sigo sin entender.
En
los entrenamientos me dejaba la piel. Corría y corría, daba buenos pases. Hace
algunos años hablé con el que fue mi entrenador –el de los pantalones rojos de
la foto– y me dijo que, si había una palabra que podía definirme, esa era tenaz.
Según me contó, empecé más o menos, pero luego mejoré muchísimo. En los
deportes siempre he funcionado de la misma manera: he sido muy torpe en el
momento de empezar a aprender algo nuevo, pero luego hago una buena mejora de
golpe. Y esto es porque a nivel motriz siempre he tenido dificultades y me ha llevado más tiempo aprender ciertas cosas, pero luego, una vez aprendidas, las he aprendido muy bien.
A
pesar de que veía fútbol por televisión, a la hora de jugar me costaba entender
las reglas del juego. No sabía cuánto podía correr sin perder mi posición; no
entendía si tenía que quedarme en nuestra parte del campo o si podía irme a la
del rival; no tenía claro si podía actuar más allá de mis funciones; no sabía
si podía hacer esto o aquello. Pero lo básico lo entendía: defender, pasar el
balón o marcar. Creo que me hacía demasiadas preguntas y que eso me llevaba a bloquearme bastante, algo muy típicamente autista, porque muchos a menudo buscamos comprenderlo todo a la perfección antes de actuar, por aquello de ser cautos, debido al miedo a meter la pata.
Como
sucede en esa categoría, me probaron en todas las posiciones –salvo la de
portero debido a mi estatura, aunque era la única que yo misma sabía que
dominaba bastante bien por las veces que había jugado con mis amigos en la
calle–. A veces no me convocaban para un partido y casi siempre empecé en el
banquillo en aquellos a los que asistía. Mientras no jugaba, en lugar de estar
pendiente de mis compañeros y ver el partido, como el campo era de arena, me
sentaba en el suelo a hacer montoncitos. Eso llamaba mucho la atención de la
gente, pero yo no lo hacía con intención de hacer daño a nadie: simplemente, me
entretenía con mis cosas mientras no me tocara salir a jugar. Había gente que lo interpretaba como falta de interés o incluso como falta de respeto hacia mis compañeros, pero yo estaba muy atenta a lo que pasaba a mi alrededor, solo que necesitaba regularme porque me ponía nerviosa. A muchos autistas nos pasa que se creen que no prestamos atención cuando es totalmente lo contrario.
Ah,
sí. El público. El dichoso público. Allí no osaba nadie meterse conmigo por ser
una niña, porque entonces hubieran tenido problemas con la apisonadora de mi
madre, a la que ya todos conocían por ser muy sociable y querida. Pero recuerdo
que los gritos de aliento y queja de los asistentes me daban sensación de vértigo y confusión. Gritos
y aplausos en medio de un partido de fútbol no son una buena idea para una
persona autista. Entre eso, la temperatura externa, la corporal, el tener que ir
recordando mentalmente las reglas del juego, las indicaciones de los entrenadores y el
utillero, el estar pendiente de marcar mucho al rival –contacto físico, lo
mejor del mundo para alguien autista, nótese la ironía–, mirar a tu alrededor si tienes el balón
para ver a quién se lo pasas o contra quién tienes que pelear para que no te lo
robe… Para una persona autista es muy difícil estar en todo. Los partidos eran
todo un desafío, desde luego.
Durante
los entrenamientos, como ya he comentado, me esforzaba mucho, pero es cierto
que había situaciones que no entendía, que se me hacían confusas. Por ejemplo,
recuerdo una vez que dividieron nuestra parte del campo en dos y de nuestro
equipo hicieron cuatro subgrupos. Dos subgrupos jugaron en una parte del campo
y los otros dos en la otra. Yo me desorienté, no sabía muy bien con quién iba,
dónde jugaba… y me llevé una buena bronca del entrenador auxiliar –el del
chándal oscuro de la foto–. No lo hice a propósito, era completamente cierto
que me había perdido. Así de triste, pero mi capacidad de orientación siempre
ha sido bastante pobre. Si, encima, no tenía ninguna referencia por la cual
guiarme (por ejemplo, que una mitad llevara petos y la otra no), entonces no
era de extrañar que pudiera pasar eso.
Otra
vez recuerdo que hicimos toques con el balón y yo conseguí hacer los tres que
pedía el entrenador, pero él no me vio y no fui capaz de repetirlo. Ese mismo
día, al cabo de un rato, partió al grupo en dos y me puso al mando del segundo.
Imaginaos poner a una chica autista al mando de un grupo de iguales mientras
improvisa actividades o minijuegos relacionados con el fútbol para los cuales
no tenía ninguna experiencia. En efecto, salió fatal: nadie me hacía caso y
hasta hubo alguno que se quiso escapar del entrenamiento saltando la valla. En
defensa de esas actitudes diré que mis propuestas tampoco es que fueran muy llamativas,
pero, ¿Qué esperar de una persona de siete años sin experiencia y que tenía poca
idea de fútbol más allá de ver los partidos del Barça? Milagros desde luego que
no.
Como
compañera siempre fui generosa. No recuerdo mucho mis relaciones sociales con
los demás, está todo muy difuso en mi memoria. Pero sé que no me llevaba mal
con nadie, incluso con alguno nos seguimos en redes hoy en día. Sin embargo,
tampoco establecí ningún vínculo de amistad. Más bien, tengo la sensación de
que fue un poco de ignorancia mutua o, como mucho, de tratarnos de manera muy
superficial. No diré que no influyera el hecho de ser autista: probablemente,
algo de eso habría. Yo siempre he sido muy independiente y pasota socialmente,
sobre todo cuando era pequeña. Sucede que, a esa rareza se le añadía la de ser
una niña jugando a fútbol en un equipo de niños. ¿Que no podía ser de otra
manera porque no había equipos de niñas? Cierto. Pero eso no hacía más que aumentar
esa sensación de rareza. Aun así, yo siempre me he llevado y me llevo mejor con los chicos, por lo que para mí nunca fue un problema y, muchas veces, parecía que me vieran como un niño más. Me llevaba bastante bien con Alberto, uno de los porteros
–en la foto no aparece como tal, es el niño rubio de la fila de arriba–, que
siempre me contaba cosas sobre Pinocho, su tortuga, en los ratos de vestuario.
Es el recuerdo más nítido que tengo de mis relaciones. Me llevaba bien con él y
con Víctor, porque Víctor y yo vivíamos en edificios colindantes. Víctor es el que
está al lado del entrenador auxiliar.
Con
los demás, recuerdo reírme a ratos, porque, aunque no establecimos relaciones
profundas, nos llevábamos bien. De hecho, los recuerdo bastante bien a todos,
aunque no sepa definir específicamente cómo me llevaba con cada uno. El niño de
la foto que se está tapando la cara era compañero mío del colegio y amigo mío
fuera del mismo, pero no duró mucho en el equipo. En realidad, debo confesar
que ni siquiera recuerdo haber coincidido con él en el club. Imaginaos lo difusas que están mis relaciones sociales con el equipo en mi memoria.
Cuando
terminó la temporada, lo dejé. No era un deporte para mí: el balón estaba muy
duro y me hacía mucho daño poner el pecho o cabecear, algo en lo que influía también mi hipersensibilidad táctil, por lo que a menudo me negaba a hacerlo, incluso si ello implicaba perder la posesión del balón. Además, me pesaba mucho, no sabía levantarlo cuando chutaba y tampoco era
demasiado consciente de que de pierna era zurda, por lo que chutaba y pasaba
con la derecha y salían resultados penosos. Por otro lado, los entrenamientos me
gustaban porque eran de noche, pero ir a jugar partidos los sábados por la
mañana me daba una pereza enorme: siempre he sido más bien nocturna. Tampoco ayudó mucho a motivarme que me
recordaran constantemente que, por ser una chica, a los quince años tenía que
dejar el equipo: aún quedaban muchos años, pero ya entonces era muy de mirar a
futuro y en mi cabeza era incapaz de concebir años de cohesión grupal tirados a
la basura por algo tan injusto como el hecho de tener el cuerpo distinto a los
demás.
En
resumen, mi paso por el fútbol fue muy corto y no estuvo demasiado lleno de éxitos.
Nos llevamos una copa y una medalla porque quedamos en muy buena posición en la liga, pero
poco más. A título personal, marqué dos goles, pero uno fue por accidente y el
otro fue robado a un compañero: yo estaba al lado del portero contrario y mi
compañero chutó… yo metí el pie para asegurarme de que iba dentro, pero tal
como yo lo recuerdo, estoy segura de que ese balón hubiera entrado de todas
formas. En realidad, ni siquiera sé si este último lo contaron como mío (me
suena que lo celebraron como si fuera suyo, así que no creo… pero yo sé en mi
interior que lo marqué yo). Uno de mis orgullos es que le metí un gol al
portero de mi padre, que no sé de qué categoría sería, pero ya era mayor, quizá
incluso adulto. ¿Cómo se lo metí? Justo por mi torpeza de no tener fuerza como
para levantar el balón del suelo: él no esperaba que no supiera hacerlo, así
que se lanzó al aire y el balón atravesó raso la portería. Así que, ya veis:
mis triunfos fueron pocos y muy flojos de sostener.
Una
persona autista puede jugar al fútbol, de eso no hay ninguna duda. Pero este es
un deporte que requiere de mucho entendimiento con los compañeros. Si esto no
lo tienes, no vas a jugar bien. Era, entre otras cosas, lo que a mí me pasaba:
nunca entendí –ni entiendo– cuando alguien quiere decirme algo de forma
discreta, para que solo me entere yo, con gestos o moviendo los labios, así que
siempre me liaba y nunca seguía bien las instrucciones de mis compañeros en el
campo. Eso me hacía tener la sensación de estar sola ante el peligro y tenía
que resolver por mi cuenta, lo cual a veces hacía que me percibieran como un
poco individualista, siendo esto mentira. Me bloqueaba mucho tanto estímulo.
Una
persona autista puede jugar al fútbol, pero hay que ser conscientes de que el proceso funciona de manera distinta y que, en ocasiones, tiene que tener algunas
adaptaciones, especialmente en las instrucciones, porque como se dé todo tan ambiguamente
como a mí me lo daban, vamos a meter la pata casi seguro y luego vendrán los
enfados.
Una
persona autista puede aprender a jugar bien al fútbol y, en el futuro, no tener
ningún tipo de dificultad. Pero eso requiere de mucho tiempo y esfuerzo, tanto por
parte de la persona como por parte de su entrenador. Si no hay compromiso por
ambas partes, no tiene sentido. No puede recaer toda la responsabilidad sobre
el jugador, ni mucho menos. Especialmente, si se trata de un infante. Aparte, nuestra forma de procesar el mundo y aprender sobre lo que nos rodea es distinta, por lo que a veces no es tanto que a la persona autista le cueste jugar al fútbol, sino que no se le ha introducido adecuadamente en el mundillo, porque no se ha entendido bien cómo hay que hacerlo.
Sé
que con el tiempo hubiera aprendido a llevarlo bien y, si hubiera resistido, en
mi época de los quince años ya existían los equipos femeninos: quizá podría
incluso haber hecho carrera de haber mejorado todo lo que debía. Pero no seguí
y eso nunca se sabrá seguro. Tampoco me arrepiento, a decir verdad.
Tengo buenos recuerdos de mi época de futbolista y siempre hablaré de ello con orgullo y una sonrisa en la cara, con mis flaquezas y fortalezas incluidas. Porque sí, también tenía fortalezas: era buenísima persiguiendo y marcando al rival. A lo mejor no metía pie con tal de no tener contacto físico, ni abordaba con faltas, pero no los dejaba pasar tan fácilmente y eso ayudaba a que mis compañeros vinieran a rematar el trabajo que yo empezaba. También, como comentaba anteriormente, entregaba buenos pases.
Mi tenacidad me llevó por muy buen camino y contagié a muchos en mi equipo. Ese sí puede ser el gran orgullo de mi tiempo fugaz como futbolista, aunque este terminara por algo tan penoso, vergonzoso y triste como que un rival me entrara con falta de barrido y, por mi umbral del dolor tan bajo de aquel entonces, una simple herida en la rodilla me retirara del terreno de juego.
ay no sabía ke habías jugao en un ekipo de fútbol, ké bonito, yo admiro eso porke a mí me gustaba el fútbol mucho también y me daba igual estar sola entre niños pke ninguna de mis amigas jugara, pero nunca habría podido llegar a lo ke tú llegaste, no creo ke habría podido concentrarme con tanto ruido, era un desastre total jugando en la placeta, me hacía un lío con kien estaba en mi grupo (pk no llevamos distintivo), también tenía ese problema para entender cuando me hablaban así como en secreto, si me tocaba de portera me daba miedo la pelota y cuando venía para mí muchas veces me iba para otro lado y pasaba de intentar pararla y encima no tenía tus habilidades, mi torpeza motora con la pelota era increíble y sólo le creaba problemas a mi ekipo así ke acabé dejando de jugar y sólo viendo. Ké alegria ke pudiste tener esa experiencia y ke interesante ke lo cuentes pk también se ve muy claro ese no tener en cuenta el autismo a la hora de las adaptaciones en las instrucciones y todas esas cosas y la injusticia de género ke no siempre las niñas lo tuvieron como ahora con respecto al fútbol aunke todavía keda por hacer, me acordé de Alexia y de todas las del barça femenino.
ResponderEliminarBueno, yo era un desastre también jugando, no te creas, jajajaja. Pero te acabas adaptando, seguro que si lo hubieras probado, un poquito habrías mejorado. Te pasaban cosas parecidas a las que me pasaron a mí, sí. De portera también me daba ese miedo que dices, pero me hubiera sentido algo más segura, porque los pantalones de los porteros llevan (o llevaban, ya no sé) gomaespuma para proteger los muslos cuando tienes que tirarte a atrapar el balón.
EliminarLa verdad que es admirable lo del Barça femenino. Esperemos que en la actualidad y de cara al futuro, la situación cambie para las mujeres en el fútbol. Porque, obviamente, podemos jugar. Solo faltaba.
Me da pena que digas que no probaste la experiencia en un equipo... también te digo que creo que todavía no es tarde, por si te apetece probar un poco. Somos mayores ya, pero en los equipos masculinos hay categoría de adultos ("veteranos", que se llama), así que imagino que en el femenino debe haberlo también. Si te hace ilusión, busca a ver, ni que sea por probar una temporadilla. Es una experiencia que recomiendo. Yo no sé si repetiría ahora ya, pero estoy contenta de haberlo vivido.
Por el prejuicio a la estatura no saben que en ese equipo se perdieron una Benji Price, jaja. Muy linda toda esa experiencia que contás. Creo que tu personalidad dice mucho de cómo eras adentro de la cancha y por eso no sorprende lo de tenaz.
ResponderEliminarOtra cosa, ¿no te agobiaba la previa del día del partido contra otro equipo? Yo creo que ni con los exámenes de la escuela la pasaba tan mal. Y no me refiero a cobardía sino que la ansiedad juega muy en contra desde la noche anterior, alimentarse mientras solo pensás en el partido, el viaje; escuchar el griterío y el silbato en los partidos de las categorías que juegan antes, y obviamente la presión de querer ganar.
Que si un autista puede jugar al fútbol, claro que sí. Messi tiene autismo. Hay quienes sostienen que es mentira pero hasta publicaron pruebas de ello. Seguro haya muchos más que ni sabemos o ni sepan ellos mismos, pero lo bueno de nombrarlo a él es que demostró llegar a ser uno de los mejores y varias veces el mejor.
¡Qué guay la foto! :D
¿Benji Price? Nah, me vería más bien como Alan jajajaja.
EliminarAunque no sé, porque yo recuerdo que en ese entonces me fijaba muchísimo en el Mono Burgos. Me encantaba. Cañizares también, pero para técnica y todo eso, me fijaba en los movimientos del Mono. Quién sabe si con una oportunidad y un poco de práctica... jajajaja.
Gracias por tus palabras :).
Si te digo la verdad, no recuerdo si me agobiaba, pero me parece que no. Era más vivir un poco la emoción. También, como tampoco me ponían en la posición que yo quería, ni me daban mi dorsal favorito (el 8), pues siempre empezaba los partidos con cierto sabor agridulce, porque yo nunca perdí la esperanza de ser portera o de llevar el 8. No se cumplió ninguna de las dos :(. Por lo demás, creo recordar que me dejaba llevar, no me ponía nerviosa. Aparte, yo de pequeña era, lo que decimos aquí, una "flipada". Me concentraba muchísimo y la revivía, como si estuviera en una película o fuera a salvar el mundo, algo así jajaja. Entonces, ni tiempo de ponerme nerviosa tenía.
¿Lo de Messi está confirmado? Me pasé años desmintiéndolo porque yo no me lo creo. Pero si me decís que hay pruebas, por ahí cambio de idea.
Sí, el tema del autismo es que muchas veces es invisible y pasa desapercibido, por lo que una persona puede ser autista y no descubrirlo hasta ser mayor, como me pasó a mí... o incluso que no se entere nunca, que eso también podría pasar.
¡Gracias! Es una de las pocas fotos que conservo de la época y es en la única que se ven claramente mis compañeros. Las otras como que están tomadas de más lejos o solo salgo yo con mi vieja y así.