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Interoceptando... o no

La interocepción es el sistema mediante el cual conocemos el estado interno de nuestro organismo. Dicho en otras palabras: gracias al sentido de interocepción y a sus señales sabemos si tenemos hambre, sed, sueño, etc.

Algunas personas autistas tienen hiposensibilidad interoceptiva, refiriéndose esto a una dificultad para saber si se tiene algún tipo de necesidad fisiológica o si hay algo que internamente no va bien. Yo no era tan consciente de que mi sentido interoceptivo estaba algo distorsionado hasta que recibí el diagnóstico y surgió hablar de ello en la comunidad autista.

Recuerdo de pequeña haber vivido a menudo la situación de estar con ganas de orinar y no poder hacerlo enseguida, por lo que me distraía mientras tanto con algo y pasaba de pronto mucho tiempo. Entonces, mi madre me preguntaba: «¿Tú no te estabas meando?», a lo que yo solo tenía dos tipos posibles de respuesta: «Ya se me han pasado las ganas» o «Es verdad, se me había olvidado». Esto siempre ha llamado la atención de mi madre, porque nadie se olvida de que tiene ganas de orinar, dado que la sensación en la vejiga persiste. En mi caso no solía ser así, aunque esto ha ido mejorando mucho con el paso de los años. Aun así, el asunto de la micción sigue siendo un tema. Cada noche, antes de ir a dormir, voy al lavabo a lavarme los dientes y a orinar. Normalmente no me sucede, pero me paso temporadas que, cada dos por tres, me olvido del pis de antes de ir a dormir y es mi madre la que me tiene que preguntar si no lo hago para recordarme que, efectivamente, no lo he hecho aún. Simplemente, se me olvida.

También me acuerdo de una vez, teniendo ya los veintitantos, que mis padres se fueron a pasar el día al campo con la familia y yo me quedé en casa. Solemos comer sobre la una o una y media. Allá sobre las doce y media, decidí que iba a mirar una cosa en el ordenador y luego me iría a preparar la comida. Hiperfocalicé tanto en aquello que estaba haciendo que, cuando me di cuenta de que tenía hambre, pensé: «Ya debe ser la hora» y, tras mirar el reloj, me percaté de que eran las tres y media de la tarde. Se me había pasado el tiempo volando y ni cuenta me había dado de que llevaba rato con hambre.

Y aún tengo otra anécdota más curiosa. Yo respiro por la boca, pero siempre recuerdo a una profesora de la secundaria que nos contó que no había problema si no respirábamos conscientemente, porque, aunque decidiéramos no respirar, si no nos tapábamos la boca y la nariz, el oxígeno seguiría pasando. A veces me he dado cuenta de que dejo de respirar de repente, pero no es como un tipo de apnea, sino más bien, simplemente, es como si se me olvidara o me concentrara tanto en otra cosa, que ni cuenta le echo a la respiración. Es como si la contuviera en la garganta, pero estando con la boca abierta. Nunca nadie además de mí se fijó en esto, hasta la fecha de la anécdota que os quiero contar:

Hacía una semana que había terminado el tercer curso de la carrera cuando, de pronto, me dio una bajada de tensión que me tuvo en urgencias toda la tarde, primero en ambulatorias y luego en hospitalarias. En las ambulatorias, donde estuve más de una hora siendo atendida, en un momento dado que seguía tumbada en la camilla y con los ojos cerrados, de fondo escuché a la enfermera que me decía: «¡Pero no te olvides de respirar!». Llevaba rato con la boca abierta sin respirar con cierta consciencia. Me acuerdo mucho de aquel momento porque me llamó poderosamente la atención: nunca nadie me había dado ningún toque por esto porque nadie se había fijado. Mis padres estaban delante de mí y no se enteraron. Me chocó mucho que esa enfermera sí.

Estos son algunos ejemplos. Lo cierto es que yo tengo bastante suerte, porque no tengo tan afectada la interocepción. Quizás me afecta más cuando hago hiperfoco y estoy demasiado concentrada en algo muy concreto, como la vez que me olvidé de comer y acabé haciéndolo tarde. Pero no considero que llegue al punto de hiposensibilidad en mi caso, porque, si así fuera, no me daría cuenta ni estando en reposo en el sofá sin hacer nada. Y yo sí noto mis tripas rugir cuando tengo hambre, noto la vejiga a punto de explotar cuando tengo ganas de orinar, bostezo y noto cómo me pesan los ojos cuando tengo sueño…

¿No os ha pasado alguna vez que lleváis mucho rato sin beber agua y, de repente, caéis en la cuenta de ello? Vuestra reacción es algo así como: «¡Uy! ¡Que llevo rato sin beber!» y le ponéis remedio. Bueno, pues esto que nos puede pasar a todos en un momento dado, imaginadlo sin la sensación de sed y extrapolado a un sinfín de situaciones con implicaciones fisiológicas a diario. Esto es la hiposensibilidad interoceptiva.

Personalmente, me ha podido pasar en algún momento puntual. Pero, por lo general, sí soy consciente de todos mis procesos internos. Lo que sí puede ser más habitual en mi caso es que ese nivel de conciencia sea más tenue que en el común de las personas neurotípicas. Esto te lleva a reaccionar un poco más tarde de lo que deberías y es cuando se dan esos momentos de: «Ostras, pues tenía más sed de la que pensaba», «No me había dado cuenta de que me estaba meando tanto» o «¡Pues sí que tenía hambre, sí!». Con el sueño no me pasa porque tengo insomnio; con la excitación sexual tampoco me pasa porque, como asexual, funciona en picos de actividad y eso implica que se nota enseguida por repentina.

En general, internamente suelo tener muchas reacciones y habitualmente me doy cuenta. Si el ritmo cardíaco cambia, si me da flato, si me entra un dolor repentino, si tengo náuseas… Soy la típica persona que lo nota todo con muy poca cosa. Especialmente le presto mucha atención al corazón desde que tuve un soplo en mi niñez.

¿Sabéis en qué otra cosa afecta? En la temperatura corporal. Mi cuerpo generalmente responde acorde al tiempo, pero aquí sí que es cierto que, de vez en cuando, se me rompe la térmica. No falla: hay días en épocas de entre tiempo – otoño y primavera – que voy bastante desabrigada porque mi sensación es de calor y todo el mundo a mi alrededor tiene frío. «Cómo se nota la juventud», me dicen. Pero, aunque soy joven, ya no soy una cría de quince años y siempre he sido de lo más friolero que te puedas echar a la cara: bajan un par de grados y ya estoy tiritando como si fuera a morir en los próximos minutos. En esos días en los que tengo la térmica rota, luego vienen los resfriados, por supuesto. Porque yo tengo sensación de calor, pero la realidad es que mi cuerpo siente frío y yo no lo percibo adecuadamente.

Hay que tener muy presentes los procesos interoceptivos porque en la infancia pueden llevar a episodios desagradables tanto para la familia como para la persona autista en cuestión; y en la adultez pueden entorpecer la vida independiente de la persona, aunque sea ligeramente. A la larga, en algunos casos se ha visto, todo esto puede derivar en problemas de salud.

Si eres una persona autista adulta o si convives con una persona en el espectro, fíjate en sus niveles de interocepción. Si su metrónomo interno está distorsionado, descompasado o directamente está roto, es hora de buscar estrategias para ponerle remedio. Por ejemplo, hay personas que utilizan notitas y las van dejando por toda la casa a modo de recordatorio; o se ponen alarmas en el móvil, etc.

No puedo dar estrategias personales, porque a mí no me hacen falta. Pero imagino que eso irá en función de cómo sea la persona. Seguro que si la conocéis bien –o te conoces bien– sabrás qué tipo de ayudas pueden resultar útiles.

La cuestión es no sentirse al límite, siempre pendientes de un hilo muy fino. De lo contrario, arriesgas tu bienestar físico y emocional y esa cuestión no debería entrar a debate: si necesitas apoyo para cuestiones fisiológicas o para comprender las reacciones internas de tu cuerpo, búscalos. Intenta hacer un ejercicio de autoescucha y autoconocimiento, averigua qué es lo que necesitas y llévalo a cabo. Cuídate. No vayas por la vida como un funambulista desafiando a su suerte.




Comentarios

  1. ¡Qué buena entrada! Como siempre se aprende algo nuevo leyéndote, y creo que tocaste acciones básicas vitales que a quienes les ocurre seguro se sentirán identificados y quizá ni sabían de qué se trataba.

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  2. Yo tengo problemas para saber cuando estoy ya saciada y no tengo ke comer más, así ke a veces tenía náuseas. Unido a esto a veces no reconozco muy bien la sensación de hambre en mí, cuando tengo demasiada hambre me entran náuseas y ya no distingo bien si tengo hambre o al revés, si estoy empachada porke comí demasiado y entonces es mejor ke no coma en un rato. Cómo lo solucioné? Procuro no dejar más de 3 horas sin comer (me lo recomendó el médico) aunke sea picotear algo, me llevaba unas almendras al trabajo metidas en una bolsita o cualkier cosa.
    Si estoy muy sobrecargada tampoco distingo si tengo frío o calor. Me acuerdo un día de primavera ke fui a ver a mis tíos y me llevé puesto un jersey de manga larga, se le ocurrió a mi tía ir a una terraza y hacía bastante sol, entonces al rato empezó a decirme ke yo tenia ke tenía ke tener mucho calor con esa ropa pero a día de hoy todavía no sé si lo tenía o no porke es raro ke yo sude pero sí ke tenía la cara colorada. Otra vez siendo yo pekeña fue al revés, me dio hipotermia y se dieron cuenta porke no reaccionaba o algo así, no me había dao cuenta ke alli bajaban mucho las temperaturas con respecto a mi pueblo.
    En fin, un tema interesantísimo ke has sacao.porke sí ke te puede poner en situaciones peligrosas y ke me ha hecho recordar muchas cosas,
    carmen la granaína

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  3. Tengo una hija de 35 años,autista y no hablante. En en el momento que te leo ,a vos y otros autista ,recién ahora encuentro respuesta a lo que le sucede que nos ayuda a comprender la. Gracias ,de corazón.

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