Las relaciones en grupo son sistemas de interacción un tanto complicados, incluso a veces para el común de las personas, pero todavía lo son más para las autistas. Cada cual tiene su propia experiencia, pero yo paso a hablaros de la mía.
Personalmente,
me cuesta relacionarme con grupos grandes. Mi límite es de cuatro personas,
incluyéndome. No es algo que yo misma decida de forma consciente, sino que es
una cuestión sobre la que tengo muy poco control. Cuando solamente un grupo de
tres individuos me van a escuchar, no tengo ningún problema en participar en la
conversación. Es más: es una situación que me resulta bastante cómoda y
agradable. Sin embargo, solo con que haya uno más, cerraré la boca y estaré de
espectadora, escuchando lo que la gente dice y participando solo en caso de que
me pregunten algo, con cierta incomodidad y sensación de vértigo.
¿Significa
esto que me incomoda estar con grupos grandes? No. Una idea que he encontrado
mucho en núcleos neurotípicos es que la gente tiende a pensar que te aburres o
que te sientes mal al no participar. Yo me lo paso muy bien en grupos grandes,
escuchando solamente, riendo si algo me hace gracia. A veces, sobre todo, me
sirve para apreciar y valorar más y mejor a las personas que forman parte de
él, e incluso conocerlas en mayor profundidad fijándome en sus reacciones a las
interacciones con los demás. Puedo pasarlo igual de bien o de mal que yendo con
un grupo reducido. Sé que resulta difícil de entender, pero es que no todo en
esta vida es hablar. Nutrirse de las experiencias de otros también es
divertido. Os puedo decir que, además, recuerdo las anécdotas de esos grupos
como si las hubiera vivido yo misma en primera persona y a veces ni los propios
participantes las recuerdan.
¿Me
gustaría que las cosas fueran diferentes? Pues no os lo voy a negar. Pero es
difícil trabajar en ello cuando no te mueves en círculos tan grandes de manera
habitual. Cuando te falta costumbre en cualquier práctica, cuanto más tiempo
pases sin hacerla, más te va a costar luego. Pero, ojo, porque no es algo que
me martirice tampoco. Me gustaría que, en grupos grandes, cuando me veo abocada
a la participación, no me saliera la voz de la autoescucha que me hace ser
excesivamente consciente de lo que estoy diciendo, al mismo tiempo que me hace
perderme en mi discurso y sentir mareo por ver demasiados ojos pendientes de
mí, dispuestos a escuchar para soltar más tarde una respuesta. La sensación es
parecida a cuando empiezas a hablar, todo el mundo guarda silencio, tu voz se
amplifica en tus oídos aun si no estás hablando muy en alto, te invade una
sensación de vahído de la cual te quieres desprender y, por ello, si no te
distrae la autoescucha, vas a desear que termine tu aportación lo más rápido
posible.
Admito
que me da cierta rabia, especialmente en los núcleos de mi entorno laboral. En
un diálogo con otra persona puedo ser la más abierta del mundo, pero recuerdo
las veces que hemos ido varios a tomar el café después de comer y yo apenas he
abierto la boca. Más que rabia, a veces me da pena. Porque lo paso muy bien y
disfruto mucho de la compañía, pero al mismo tiempo reconozco que es una
lástima no poder dejarme conocer. También hay cierta parte de ego que me hace
pensar que, si me resultara más sencillo conversar en grupos grandes, la gente
me recordaría más y mejor.
En
grupos de trabajo, a menudo, lo que hago para sentir que estoy aportando y que
no me coma la ansiedad por el camino, es comentarle a la persona que tengo al
lado qué idea me ha surgido, qué sugerencia tengo o lo que sea. La tendencia
natural de la gente es decir: «¡Ah, pues podría ser! ¡Eh, mirad qué
dice Marta!»
y a veces es la propia persona quien lo comunica a los otros, o bien me da el
espacio para que lo explique yo. Es un poco absurdo, pero sí, me siento más a
gusto participando así en los grupos grandes.
Mirad,
yo pocas veces he tenido grupos de amigos. Siempre he sido la típica persona
que hace amistad con uno o dos y no pasa de ahí. Las pocas veces que he estado
con grupos, predominaba el silencio. Sí, aun si estoy con gente de mi total
confianza, ya que esto no tiene nada que ver con la confianza que tenga o no
tenga con la persona. Y sí, siempre me ha resultado muy frustrante no formar
parte del típico grupo de amigos en el que te sientes tan a gusto que
participas todo el tiempo, interactuando con los demás sin problema alguno.
Digamos que ese es mi sueño frustrado. Porque, así como en los grupos de
trabajo me busco estrategias con una persona cómplice, con los grupos de
amigos, no hago tanto eso, pero sí tengo otra manera de relacionarme: dirigirme
concretamente a una persona, como si no hubiera nadie más en ese momento.
¿Os
cuento algo? Es la misma razón por la que no levanto la mano en el aula tan
fácilmente y prefiero ir con el profesor al final de la clase y comentarle lo
que sea. En esto sí que he ido trabajando un poco más: lo hice un poquito en el
grado superior, abandoné la idea en la universidad y retomé la práctica cuando
estudiaba los cursos de inglés y de alemán del paro. Los idiomas son mi punto
fuerte, mi talento más natural, así que aproveché el aprendizaje de inglés y
alemán para poner en práctica la participación activa en el aula. Eso y
sentarme en primera fila, lo cual me hace menos consciente de tener personas a
mi alrededor y hace que me resulte mucho más fácil olvidarme de mi entorno.
Cuando
era adolescente, esta situación la gestionaba muy mal. En los tiempos en los
que llegué a juntarme con grupos grandes, mi manera de actuar no se ajustaba a
quien yo era. Como me faltaban recursos para relacionarme eficientemente con
los demás, muchas veces me excedía con el masking y, especialmente, copiaba mi
entorno. ¿Qué quiere decir esto? Que hacía y decía cosas «porque
es lo que la gente de mi edad suele decir/hacer». No era ni por un afán de
sentirme aceptada o integrada, ni siquiera por mostrarme influenciable: era
porque creía que era así como se tenía que relacionar una persona de mi edad. Lo
hablaba hace unos días con mi amigo Will y su comentario más revelador fue: «Suena
a reflejar el ambiente… un poco autista, es un comportamiento muy concreto». ¿De
qué estoy hablando, específicamente? De bromas relacionadas con el sexo, de
comentarios graciosos derivados del mismo tema, de expresiones y palabras que
giraban en torno a lo mismo o manejándose en otro tipo de vulgaridad. Y sí, no
os voy a negar que algo de razón tenía. Pero las personas autistas, cuando
copiamos el entorno, nos saltamos ciertos códigos sin darnos cuenta, con lo
cual, en muchos contextos o en determinados momentos, salimos escaldados porque
muchas veces no entendemos la connotación real de aquello que se dice o hace.
También porque no terminamos de comprender en qué momentos se debe emplear cada
cosa y cuándo no es una buena idea.
Esto
tiene una serie de implicaciones sociales bastante intensas, pero, como en esta
entrada estamos hablando específicamente de las relaciones en grupo, vamos a
hablar exclusivamente de ello. La consecuencia directa de cuando no conoces
bien los tiempos y contextos adecuados en los que se debe emplear esta serie de
recursos es que te empiezan percibiendo como una persona graciosa, pero
terminas por descubrirte como un individuo extraño o peculiar. Porque no tardan
mucho en percatarse de tu torpeza social y, aunque no sepan qué te pasa, sí
intuyen que algo está fallando contigo y los desconecta de ti. Llegado ese
momento, puedes ser la persona más amable y graciosa del mundo, que dejará de
funcionar. Y ahí puede ser que empiecen las burlas o las evitaciones.
Sentirse
desvinculado del grupo con el que te juntas, ya sea grande o más pequeño,
también tiene un componente doloroso. Igual que observas a la gente desde la
distancia cuando estás en un grupo grande, cuando guardas silencio mientras
estás con el grupo, independientemente de lo numeroso que sea, te das cuenta de
que entre sus miembros se van estrechando los lazos y tú tienes la sensación
constante de estar quedándote atrás y de que nunca vas a terminar de conectar
con la gente, por lo que nunca vas a tener amigos de verdad. Y este pensamiento
es muy desolador.
Esto no significa que lo que sientes sea una experiencia ajustada a la realidad. Muchas veces sientes eso y, lo que ocurre, es que tu vínculo se establece de una manera diferente. Funciona distinto, pero es igual de válido. Otra cosa es que te pueda gustar más o menos. A mí esto me sucede incluso con mis relaciones individuales. Pero ya hablaremos de ello más a fondo en otro momento.
He hablado mucho de los grupos grandes, pero, ¿Qué sucede con los grupos pequeños? En mi caso, como decía, mientras mis acompañantes sean solo tres personas, estaré bien. Habiendo solo una persona más, lo quiera o no, voy a empezar a cohibirme. Y eso no significa que tenga nada en contra de la persona que suma cinco. Por alguna razón inexplicable, me afecta mucho su presencia, pero aun así puede que la quiera mucho y que sí busque relacionarme con esa persona. Ni yo misma entiendo por qué me pasa. Quizá sea una cuestión ambiental, química o no lo sé. Debería preguntarle a algún experto en el tema para tener una explicación plausible no basada en simples sensaciones mías.
Soy persona de relacionarme mucho mejor en el tú a tú, de uno en uno. Pero un pequeño grupo lo disfruto muchísimo también. De hecho, mi grupo habitual está formado por dos chicas, un chico y yo. En esas quedadas me lo paso genial. Cuando somos más, también lo disfruto, pero dentro de un grupo más numeroso me hago un mapa mental de grupos más pequeños para poder interactuar a gusto. También es cierto que, estar con un grupo con más miembros, me consume mucha más energía, por lo que es bastante más fácil que me dé un shutdown. Este detalle es importante porque condiciona mi relación con la gente.
Así pues, mi manera habitual de relacionarme en grupo será intervenir un poco si el grupo es muy grande, un poco más si es pequeño y despreocupadamente si ese grupo pequeño es acogedor. Pero el verdadero vínculo con cada uno de sus miembros lo nutriré desde la interacción individual con cada uno de ellos.
Por último, aclarar que la comodidad no me exime de seguir siendo torpe. A menudo me pasa que, cuando quiero hablar, no se me escucha. No con la maldad de no querer escuchar, sino que a veces mi proyección vocal no es buena, en otras la gente está demasiado enfrascada en la conversación que está teniendo con alguno de los miembros del grupo y sus mentes no codifican mi mensaje espontáneo. Sucede a menudo, además, que, cuantas más personas formen el grupo, más difícil será saber en qué momento puedes intervenir y que, cuando intentes hablar, alguien hable encima de ti y se oiga más a la otra persona. Esto me pasa más habitualmente de lo que me gustaría, puesto que es una de las razones por las que a veces me frustro: repetir hasta incluso cinco veces el inicio de una frase y que no consiga introducirla al completo en ningún momento. Por eso a veces opto por guardar silencio, sin más. Pero esto no es culpa de nadie: ni mía, ni de los componentes del grupo. Son cuestiones del directo condicionadas por las características individuales.
Las relaciones en grupo me parecen muy complicadas. Me molesta que me interrumpan si estoy hablando, especialmente si estoy contando una situación, anécdota o historia. Me carga la inmediatez de la interacción, porque si te preguntan algo y estás respondiendo, como no lo sueltes todo de golpe y sin dejar intervenir a nadie, es muy posible que estés más de una hora para explicar una sencilla anécdota porque todo el mundo quiera decir la suya. Me agobia que, en ocasiones, los egos e intereses individuales se antepongan a los grupales cuando estos perjudican al grupo. Me hastía la lucha constante que tienen algunos por llevar la razón o pretender que se cumplan sus exigencias y lo demandante que puede llegar a ser satisfacer las necesidades de cada persona sin olvidarte de las tuyas. Al menos, esta es mi vivencia. Pero es muy enriquecedor compartir con toda la gente que te rodea y relacionarse en grupo puede llegar a ser, a veces, una experiencia memorable que merece todas las oportunidades del mundo.
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