Hoy se cumple un año de mi diagnóstico de autismo. Quería aprovechar la fecha para reflexionar sobre lo acontecido a lo largo de todo este tiempo.
Ya
sabéis que yo sabía que era autista ya con veinte años. ¿En qué cambió mi vida
recibir el diagnóstico oficial? Pues siempre pensé que no cambiaría mucho, pero
nada más lejos.
Para
empezar, soy más permisiva conmigo misma. Si estoy a punto de sufrir una crisis
o hay algo que no me hace sentir bien, lo puedo exteriorizar desde la calma, expresar
cómo me siento y mis necesidades. Esto no sucedió de la noche a la mañana. En
todos estos meses ha sido un largo proceso. También es cierto que no me pasa
siempre, pero sí me doy más margen y me cuido más.
Además
de eso, también he ido tomando conciencia de algunas características autistas
que no sabía que tenía, o que sí lo sabía, pero que no atribuía al autismo. Esto,
sobre todo, fue gracias a escribir en este blog. Porque al pensar sobre cómo
hablar de este o aquel tema, siempre he tratado de adentrarme en las profundidades
de mi ser y extraer todo el jugo que pudiera ser útil para mis lectores. Así
que, gracias, porque si no hubiera gente que me leyera y que me escribiera las
cosas bonitas que me decís, la mayoría no de manera pública, quizás habría cerrado hace
tiempo y me habría privado de este autoconocimiento.
Relacionado
con todo esto, también he descubierto que me voy dejando llevar más. Estoy
rompiendo el masking lentamente. No es una tarea en absoluto sencilla, pero me
siento orgullosa de mis avances. Esto hace que yo misma me vislumbre más torpe
de lo que creía. Más bien, me demuestra a mí misma que aquella adolescente que se
expresaba y era ella libremente, después desapareció, no por crecimiento o
madurez, sino porque la oculté bajo el masking para evitar problemas. Y ahora
está reencontrándose conmigo, ya en mi adultez, con mis cambios evolutivos y
sí, por supuesto, también mis mejoras a nivel social, que no son pocas.
De
todo esto me he ido percatando a lo largo de los meses, pero fue muy revelador,
especialmente, quedar con mi amiga Cristina en la Japan Weekend. Ella también
es autista y tiene el diagnóstico desde hace bastante más tiempo que yo. Por primera
vez en muchos años, de manera inconsciente, me despojé del masking, me mostré
como realmente soy. Cristina hizo lo propio porque nos prometimos que haríamos
de aquella quedada un espacio seguro. Y vaya si lo hicimos. Fue muy curioso porque
estuvimos en un nivel de intensidad elevadísimo y ambas caímos en el bajón a la
vez, para luego levantar el ánimo al mismo tiempo. Ella respetó mis momentos de
no soportar el ruido del lugar y yo respeté sus momentos en los que la conversación
tomaba rumbos que le hacían sentir ansiedad. No sé cómo explicarlo, pero me sentí
como en casa, porque a cada cosa que yo le contaba, Cristina me entendía y
hasta compartía mucho mis vivencias. Esto es algo que, tristemente, no me había
pasado mucho… o no a esos niveles. Ella era la primera persona autista con la
que quedaba en persona.
Aparte
de lo ya mencionado, también me permito decir abiertamente que soy autista en
entornos en los que creo que deberían entenderme. Por ejemplo, el otro día,
durante el descanso de clases, una compañera me gastó una broma, le dije: «¡Que
soy autista! ¡Que yo me lo trago!» y nos echamos unas risas, porque yo ya se lo había contado previamente. En la actualidad, no me acongoja tanto decirlo, a pesar de encontrarme con mucho
capacitismo y misautismia. Porque sí: ese es el gran riesgo. Ese y el posible
acoso, no nos llamemos a engaño. Hay gente muy cruel en este mundo y decir alegremente
que eres autista no es una opción.
Hablando
de capacitismo y misautismia. Es muy cierto que me he vuelto más sensible a
este tipo de comentarios. Cuando no tenía el diagnóstico, me costaba entender
por qué a mis compis autistas les dolían tanto algunas palabras. Yo siempre he
sido muy pasota, así que pensaba que sería bonito si aprendieran a pasar también
para evitarse disgustos. Pero una vez que recibes el diagnóstico, te das cuenta
de que esos comentarios son hirientes, no tanto por las palabras en sí, sino
por las implicaciones que tienen. Y duelen, ni que sea un poquito. Te das
cuenta de que la gente tiene mucho que aprender, incluso aquellos que se dicen
profesionales, y no sabes si tienes las fuerzas y las energías suficientes como
para hacer pedagogía con todo aquel que te encuentres. Porque, a veces, incluso
por mucho que hagas, a la gente no se le queda la información o finge que le
interesa conocer cuando no es del todo así. Y esta es una realidad.
En la línea de la sensibilidad despertada, tener oficialmente el diagnóstico también ha provocado que determinados comentarios me generen rechazo, inclusos si vienen de la propia comunidad autista y constatan una realidad. Esta es una cuestión que ya comenté, pero, por ejemplo, me distorsiona mucho cuando me tratan de discapacitada. Desde la otredad, entiendo que el autismo puede ser una discapacidad, pero me cuesta concebirme a mí misma como discapacitada, porque realmente no lo siento de esa manera. Tal es así, que incluso aún tengo instantes en los que me ataca el síndrome del impostor. Asimismo, me sucede igual en esos momentos en los que la gente asume mis características autísticas como verídicas solo porque se sustentan sobre unos criterios generales que no todos tenemos por qué cumplir. Diferente sería que me preguntaran si es mi caso o no; pero la asunción de ello como cierto es lo que me rechina y me quema por dentro. Esta es una cuestión en la que debo trabajar, pero no me condiciona ni me afecta en mi día a día.
Mi
asignatura pendiente sigue siendo contárselo a mis padres. No os voy a engañar:
he sentido el impulso muchas veces, especialmente durante los primeros meses.
Pero luego siempre me he retraído. No son pocas las veces que ha salido el tema
del autismo en mi casa como algo muy ajeno a la familia. Mis padres no están
preparados para recibir una noticia así. Sé que mi madre defiende que a ella le
gustaría saber este tipo de cuestiones y sé que merecen saberlo, por conocerme
bien, porque soy autista y eso forma parte de mi identidad. A fin de cuentas,
soy su hija y tienen todo el derecho a saberlo. Pero, al mismo tiempo, confesó
que para ella sería una tortura descubrir algo así a estas alturas, porque es
consciente de todo su desconocimiento que, en su caso, en lugar de reducirse, va
en aumento: antiguamente tenía más claro qué era el autismo y ahora lo
confunde a menudo con el Síndrome de Down. Mi padre ha establecido un
aprendizaje algo más claro, pero tampoco está preparado todavía. Aún necesito
hacer un poco de limpieza a esos prejuicios impuestos por la sociedad. Quizás
con el tiempo pueda llegar a pasar. Lo que sí es cierto es que, cuanto más
tiempo pasa, es peor y se vuelve más difícil. A mi padre estuve a punto de
contárselo no hace mucho, en un día que me confesó que él se sentía un bicho
raro, justamente cuando hablábamos de autismo. Creo que en este blog no lo he
mencionado nunca, pero yo siempre he sospechado que mi padre también es autista.
Y que mi madre lo fuera tampoco me sorprendería. En aquel momento que mi padre
soltó esa frase, pensé que igual había llegado la hora de decírselo, porque el
autismo es hereditario y a lo mejor a él le gustaría explorar su propia
realidad si lo estima oportuno. Tal vez yo le esté privando de ello. No lo sé.
¿Cómo se le dice que eres autista a unos padres que creen que el autismo es que
te falte un hervor o que no estás bien? ¿O que las personas autistas son incapaces de cuidar a otras personas o de llevar una vida normalizada? Son mis padres, los quiero y no quiero preocuparles
solo porque tenga una estructura mental distinta y mi cerebro procese las cosas
diferente. Lanzarles una noticia así para que se informen en un mundo capacitista
que todavía cree en el autismo como un trastorno –¡O incluso enfermedad!– en
lugar de verlo como un simple neurotipo distinto, solo va a conllevarles sufrimiento.
Y van a toparse con muchos prejuicios, mitos y falsas creencias de gente que
les va a informar como si fuera esa la verdad, cuando no es así.
Todo
se andará. Tampoco quiero centrar esta entrada en ello.
Si
me enfoco nuevamente en mí, puedo decir que, por supuesto, mis características
autistas no se han ido. Sigo sintiéndome fatal cuando algo que tenía planeado
salta por los aires por culpa de agentes externos, por ejemplo. Sigo sufriendo
shutdowns cuando quedo con mis amistades, especialmente si lo hago en la capital.
Sigo experimentando ansiedad ante situaciones sociales. Las texturas de la comida que me hacen ser tan delicada comiendo, todavía se me hacen todo un mundo. Aún me cuesta soportar los entornos con mucho ruido. Pero al poder expresarlo
más abiertamente, también puedo dar pautas para que los demás me ayuden o
respeten mi espacio. Además, me permito hacer más stimming sin complejos y delante de quien sea, incluso ante mis padres. Y eso también me hace ganar en salud mental.
Otra
cosa que he descubierto y contra la que estoy luchando es que, debido al
masking, me he vuelto expresivamente más plana. No quiere decir que no
experimente las emociones, sino que no las exteriorizo. Esto me ha llevado a un
nivel tal que, en los últimos meses, me he percatado de que estoy
emocionalmente bloqueada. Estoy muy rota. No hace mucho abracé un peluche y
empezaron a salirme lágrimas de los ojos. No lo entendí, pero desde entonces
duermo con ese peluche porque me hace sentir bien. No dormía con peluches desde
mi infancia. También me está costando exteriorizar las emociones en general. En
estos días me he sentido agobiada, pero solo lo sentía por dentro y nadie lo
notaba; quería llorar y no me salía. He tenido algunas preocupaciones sociales
y tras comentarle a algunas compañeras del máster que mejor no me preguntaran,
notaba que mi expresión facial casi les estaba diciendo que me pasaba algo
grave, cuando en realidad no lo era y tenía que aclararles que era una nimiedad
porque sus rostros mostraban alarma. El viernes me dio un ataque de risa porque
leí una metida de pata de Paulina Rubio en 2015 y luego vi a mi padre dormido
en el sofá con un libro en la mano, pero que parecía que seguía leyendo. Esto es
algo por lo que no me reiría y, sin embargo, me dio un ataque, que tuve que cortar
bebiendo agua, porque tomando oxígeno no era suficiente.
Qué
sé yo. Son etapas. Ahora mismo estoy tomándome el autismo con humor, porque es
una postura sana. Lo abrazo y lo quiero, que es como tiene que ser. También tengo mis días
de bajón. Cada vez soporto menos cuando no me entienden o me malinterpretan,
porque me hace sentir que es culpa del autismo y entonces me sale la vena de
que me gustaría no ser autista. Pero son solo momentos.
La
realidad es que amo ser autista. Sé que mi visión del mundo la comparten unos pocos y la entienden solo algunas personas. Pero no necesito más. Estoy
feliz así. A veces es muy difícil, sobre todo con el tema de las amistades. Da
lo mismo: la vida son retos y hay que enfrentarlos. Autista o no, aquí estoy
para luchar y conseguir lo que quiero. Que es verdad que tendré mayores
dificultades para, por ejemplo, obtener un trabajo. Pues bueno. No es fácil
para nadie, así que pelearé con garras y dientes. Siempre lo digo y no me
cansaré de repetirlo: todo el mundo tiene sus historias, solo que las mías
tienen un nombre y las de los neurotípicos no. Tal vez yo tenga algunas más que
las personas neurotípicas, pero eso no me va a frenar en absoluto.
Soy autista
y lo único que lamento es no haber tenido la fortuna que tienen los peques de
hoy en día, que pueden ser diagnosticados desde la infancia. Siempre se escapa
alguno, especialmente si es una niña, porque el autismo femenino está poco
explorado y las pruebas diagnósticas se enfocan en los niños. Pero no me
quejaré, aunque haya corrido con una enorme desventaja: me diagnosticaron hace
un año y sigo aquí. Soy una superviviente. Y no, a la que emprendo el vuelo,
nadie me para. Siempre he sido igual. Ahora esta idiosincrasia mía tiene un nombre.
Perfecto. Las etiquetas salvan vidas y ayudan a una persona a conocerse mejor.
Para
mí fue un alivio que me confirmaran que soy autista. Todas las piezas encajaron
de repente. Estoy muy a gusto con ello. Adoro ser autista. De no serlo, no
podría ver el mundo a mi manera, ni vivir la vida tal como la experimento… Y
eso sería una grandísima pena.
Por cierto: el 22 de noviembre es el Día de la Música... Y uno de mis intereses absorbentes es, justamente, la música. Una preciosa casualidad.
Sobre lo último hay quienes dicen que no existen las casualidades y todo encaja como debe ser. Sea cierto o no, con esa quiero creerles xD
ResponderEliminarBueno, debo decir que por sobre cualquier otra cosa que leí, lo que más me gustó y con lo que me quedo es el momento en que escribirse que sos feliz. Después de todo, pienso que ese es el sentido de la vida y para ser felices con lo que nos rodea primero debemos serlo con nosotros mismos.
Algunas cosas casualmente me pusiste al día en el último correo. Ah no, cierto que no existen las casualidades (?)
Qué gusto verte por aquí de nuevo :).
EliminarMil gracias por tus palabras, qué lindo que sos ^^
Soy una chica con sospechas fuertes de ser parte del espectro autista. Estoy juntando dinero para un diagnostico oficial. Tengo una pregunta ¿La regla puede afectar?
ResponderEliminar¡Hola! Gracias por escribir :).
Eliminar¿La regla? No, no creo que afecte. De todos modos, llegado el momento, pregúntale a la persona que te vaya a realizar las pruebas y explícale en qué te suele afectar cuando tienes la regla.