Ir al contenido principal

El desgaste de las relaciones

Hoy no vengo a hablar de un tema bonito. Lo siento mucho, pero esta va a ser una entrada triste.

Los seres humanos buscan la interacción social, esto es así para neurotípicos y autistas. Nos relacionamos de igual manera, pero con matices muy diferentes. Esto puede provocar una serie de disonancias.

Las personas autistas estamos acostumbradas a vivir en esa disonancia constante con el mundo que nos rodea, de modo que la aceptamos según nos viene, la abrazamos según la individualidad de la persona y, en función de su estilo de interacción, tratamos de adaptarnos. Lo malo es que no siempre lo conseguimos.

Si eres autista, puedes tener amistades neurotípicas. Parece obvio, pero lo digo muy en serio. A veces, como sociedad, olvidamos que la base de toda relación es el entendimiento mutuo. Que existan disonancias no significa que tengamos que aislarnos, juntarnos únicamente con los de nuestro neurotipo. Es la vía fácil, pero la menos enriquecedora. Y esto va para todas las personas, en general.

He visto a autistas llorar porque sus amistades neurotípicas les han acabado abandonando. Me ha pasado a mí también. Nos abandonan porque se cansan de nuestra forma de ser. ¿Es nuestra personalidad un problema? No más que la de cualquier otra persona. Si a unos nos abandonan y a los otros no, es porque no están dispuestos a superar las disonancias, porque no piensan hacer un esfuerzo: asumen que la culpa es del autismo, que la distancia es insalvable.

La mayoría de mis amistades son neurotípicas. Surgen muchísimas de las disonancias de las que hablo, pero seguimos adelante hablando las cosas, expresando nuestras necesidades o, simplemente, llevando a cabo un ejercicio interno de empatía y comprensión por el otro que ni siquiera se hace necesario verbalizar. Ambas partes, que a veces pareciera que solo los que pertenecemos a una minoría tenemos que hacer esfuerzos, adaptarnos a los demás y pedir apoyos. No: una relación es bidireccional. Yo puedo equivocarme contigo, pero tú también te equivocas conmigo; yo me puedo adaptar a ti, pero tú también tienes que adaptarte a mí. Verter la responsabilidad y la culpa de una relación que no funciona sobre la otra persona, solo demuestra poca competencia social y falta de conciencia introspectiva. Esa es la vía fácil de las personas neurotípicas que se relacionan con autistas: la culpa siempre es del autista, que tiene dificultades –a la inversa seguro que también pasa, pero yo solo puedo hablar desde mi punto de vista–. Una cosa os voy a decir claramente: si una relación es bidireccional y no funciona, las dificultades no solamente las tiene el autista, sino también el neurotípico. Dejemos de echar balones fuera y tengamos un poco de responsabilidad afectiva.

No es justo que haya personas autistas que experimenten la pérdida constante. Hemos crecido escuchando que ya no nos aguantan más, que somos muy raros. Las personas son raras de por sí, no hace falta que sean autistas. El sistema neurotípico, por más común que sea, también es bastante raro. Mientras no comprendamos eso, estamos mal. Y, claro, no: no se comprende. La culpa siempre es nuestra. De las relaciones que nos dicen de todo y se marchan, pero también de los que se marchan silenciosamente sin dejar rastro, que eso ahora se lleva mucho en general, pero las personas autistas lo llevamos sufriendo toda la vida.

¿Sabéis la consecuencia de esto? Ahora que somos adultos experimentamos las relaciones sociales con mucha más ansiedad de la que nos toca. Estamos en alerta constante, siempre expectantes de ver si la persona sigue a gusto con nosotros o si se está cansando. Si es lo primero, nos sentimos los seres más felices del mundo; pero a veces detectamos señales de lo segundo y no siempre estas señales son reales: a veces son nuestros miedos irrumpiendo en nuestro sobreanálisis típico para acabar saboteándonos. Tardamos bastante en descubrir si lo son o no lo son y en ese vaivén nuestra ansiedad nos hace meter mucho la pata, cohibirnos, bloquearnos… Si a esto le sumamos la complejidad de las relaciones adultas, la ambigüedad en la que se manejan habitualmente, tenemos una bomba de angustia para el individuo autista. Y todo por el miedo al abandono. Porque queremos demasiado a las personas que tenemos a nuestro lado y, si detectamos que hay algo que no está bien, queremos saber qué es para arreglarlo y que la persona en cuestión no se canse. Importante sería que, antes de llegar a ese extremo, la persona comunique por qué siente que se está desgastando nuestra relación. Hablarlo, tal vez, ayude a que la relación se sanee y se superen los obstáculos. Lo que está claro es que, si no se hablan las cosas, no le das a la persona la oportunidad de que arregle aquello que te parece que está mal. Y esto entre neurotípicos se tiene muy claro –no siempre, aunque ya me entendéis–, pero cuando se trata de una relación neurotípico-autista, sencillamente se asume que no se tiene solución y que, a la que te canses, te irás.

Os voy a hablar de Pilar, una amiga que hace doce años que conozco y que tengo a mi lado. Nos conocimos formando parte de un mismo grupo de teatro. Ella debe sacarme más de veinte años. Empezamos a unir porque surgió un conflicto dentro del grupo en el que todo el mundo se posicionó en contra de Pilar… salvo yo, que ya sabéis que el tema de las injusticias lo llevo regular. Las disputas no nos dejaron disfrutar de nuestra relación, pero dos años después tuvimos una nueva oportunidad al volver a trabajar juntas. Aquel fue el año en el que tuve el cuadro depresivo. Pilar me ayudó muchísimo a salir de ese escollo, tiró de mí valientemente, me abofeteó emocionalmente cuando sintió que era necesario para hacerme despertar. Salí fortalecida de aquello y con ganas de conocer mejor a Pilar, porque lo que nos había unido en aquellas dos ocasiones fue muy fuerte. Nada más empezar a ser oficialmente amigas, metí la pata dos veces seguidas con ella. Recuerdo haber sentido una culpa horrible y una sensación de que esos errores habían condenado al fracaso nuestra relación cuando ni siquiera había comenzado. Lo hablamos, lo solucionamos y, a día de hoy, aquí estamos. Ella tenía un carácter desconfiado y reservado, al igual que yo. Pero fue empezar a quedar, darnos la oportunidad de contarnos pequeñas cosas y que la rueda se moviera a nuestro favor. Cuanto más me abría yo, más se abría ella y nuestra relación se fue retroalimentando positivamente. Con la llegada de la pandemia, perdimos mucho el contacto, sobre todo porque dejamos de quedar por el miedo al contagio. El otro día quedamos por primera vez en más de dos años y estuvimos tres horas hablando sin parar. Al principio nos costó arrancar: cuando llevas tiempo sin ver a una persona, a veces cuesta saber de qué hablar. Pero fue iniciar y que todo fuera fluido. Llegar hasta aquí solo fue posible por el esfuerzo de ambas. Y sí, hubo disonancias entre ella y yo, pero ella nunca me echó la culpa de nada, ni yo a ella. Entendimos que fueron fruto de nuestro tipo de relación y las solventamos unidas, como las personas adultas que somos.

Creo sinceramente que de eso se trata. Claro que entre personas de un mismo neurotipo la situación es más sencilla. Mi amiga Cristina es autista también y nuestra relación fluye como un arroyo porque existe un entendimiento superlativo entre nosotras. Pero sabed que, igual que hay peleas, discrepancias y conflictos entre neurotípicos, también los hay entre autistas. Si nos comportamos de una manera con los de nuestro neurotipo, bonito sería que nos comportáramos igual con los que son de otro. Porque, al fin y al cabo, no dejamos de ser todo el mundo lo mismo: personas. Y ya veis que una relación fluida se puede lograr, independientemente del neurotipo.

En mi caso personal, yo siempre distingo dos tipos de relaciones: las que empiezan de buen rollo y las que empiezan profundas/íntimas. La idea es que, con el tiempo, todas las relaciones de amistad tengan ambas vertientes, aunque su punto de partida sea totalmente el opuesto. Las que comienzan desde el buen rollo, generalmente, no me hacen sufrir: nos llevamos bien, nos divertimos, charlamos… El ambiente es distendido y el tiempo dirá si profundizamos más creando un vínculo más íntimo o no. Para mí, si una relación empieza profunda o yo pretendo que así sea, significa que me importa más mantenerla en mi vida. Pero esa es un arma de doble filo: al importarme más, al principio me cohibiré mucho más también porque me dará miedo dar pasos en falso que lo estropeen todo. Si esa cohibición se prolonga en el tiempo porque la otra persona también muestra sus dificultades o no me facilita la situación, se genera un bloqueo. Y del bloqueo cuesta tanto salir, que solo genera sentimiento de frustración: “¿Por qué si confío tanto en esa persona no puedo demostrárselo? ¿Por qué si quiero que me conozca en profundidad existen obstáculos que me lo impiden? ¿Por qué siento ansiedad y vergüenza cuando consigo desbloquear un impulso y me dejo llevar? ¿Por qué cuando lo hago siento miedo de decepcionar a la otra persona o de que esta pierda el interés en mí?”, etc. Me genera la frustración a mí por mis planteos, pero al otro también porque se da cuenta de que algo no anda bien y que su forma de actuar no ayuda. Si no salgo o la persona no me saca de ese bucle, la relación se irá desgastando porque la otra persona se cansará, se le agotará la paciencia de tanto esperar y sus reacciones también me distanciarán más a mí de ella, no sin antes causarme dolor y mucha confusión, puesto que estas personas son las más importantes de mi vida. Y no solo eso: como coincida con alguna de esas con las que tengo buen rollo, aún se distanciará más, creyéndose culpable de que mi relación consigo no sea igual, porque tendrá la falsa creencia de que, al estar de buen rollo con los demás, me llevo mejor, cuando eso no es necesariamente cierto. Tal vez hacer el tonto con alguien me hace sentirme más relajada, pero que una persona con la que inicié de forma profunda me cuente algo de sí misma y me escuche cuando hablo de mí es una alegría mucho mayor.

Otra cosa es lo que me pasa a veces con algunas amistades neurotípicas, que tienen miedo de hablar de estos temas conmigo porque me creen demasiado sensible como para poder soportar un mal momento o porque creen que tengo tan mal carácter que me voy a enfadar. Sí, soy muy sensible, pero no os preocupéis: podré soportarlo. ¿Acaso no es mejor que me cuentes lo que te aflige de nuestra relación? Aparte de sensible soy intuitiva y puedo notar fácilmente que algo pasa, aunque no sepa el qué. Esa incertidumbre me quema y me condiciona y, si no lo hablamos, tampoco me das opción a pensar en soluciones. ¿No sería preferible que fueras con total sinceridad aun a riesgo de hacerme daño? Prefiero un dolor que pueda sanar, antes que una cicatriz sin respuestas que me dure de por vida y que quede impregnada de confusión. Y sí, tengo mi carácter, pero eso no significa que me enfade por cualquier cosa. Mucho menos si vienes a contarme aquello que sientes que no está haciendo fluir adecuadamente nuestro vínculo. Una relación es de a dos: no decidas por tu cuenta si algo se puede arreglar o no, porque yo también tendré algo que decir al respecto.

Generalmente, procuro estar atenta para darme cuenta de si una relación se está desgastando o no: ya sabéis, el trauma. Suelo acertar, pero a menudo no sé cómo arreglarlo, porque hay personas con las que hablarlo no es una opción: por ejemplo, una vez conocí a alguien que, tras comentarle el fruto de nuestra incomodidad mutua con intención de ponerle remedio, se echó para atrás y levantó un muro inquebrantable. Entre eso y ver que nos estamos distanciando y que, bastante a menudo, esa persona ni siquiera es consciente de ello, me causa un agobio que me hace actuar torpemente. Cuando no me doy cuenta de este desgaste, lo que espero de la otra persona es que me lo comunique, porque de eso se trata: antes que dejar morir una relación, lo bonito es luchar por ella. Yo siempre estoy dispuesta, pero no todo el mundo lo está y esto es algo que la terquedad autista no asume fácilmente.

¿Sabéis otra cosa? Con esto último hay que tener mucho cuidado, porque a la persona autista se le mezclan la férrea voluntad de luchar por alguien y la terquedad de cuando se le mete algo entre ceja y ceja con la empatía. Esto nos lleva a justificar cualquier acción o palabra hiriente que tome la otra persona hacia nosotros. Lo justificamos, lo tratamos de entender, nos ponemos en su lugar, porque queremos seguir creyendo en esa persona y en la idea de que todo puede ir a mejor con el tiempo. Y no os voy a engañar: muchas veces es así e insistir, «picar piedra» como se dice, comerse los marrones del otro mientras no está en condiciones de cuidar la relación, sale bien cuando la otra persona sale de su círculo vicioso, se da cuenta del daño que te ha causado, te cuida y te compensa sus errores –esto puede ser, simplemente, que en una mala racha pague sus frustraciones contigo, tú te quedes a su lado por comprender la situación y luego, cuando la otra persona ya esté bien, tenga el valor de reconocer el daño que te hizo, pedirte perdón y ponerle voluntad para arreglarlo y mejorar la relación–. Pero muchas otras veces esa tozudez por luchar por un vínculo nos trae más problemas que otra cosa: a nivel personal, de sentirnos tristes, ansiosos, culpables y demás; pero es que también nos puede dejar más expuestos a situaciones de abuso y maltrato, en las que la persona se da cuenta de lo que te pasa, juega contigo y se aprovecha de ti. A veces, esto es involuntario, por la propia indecisión de la persona, por darte pie a seguir y después alejarte, lo cual te confunde mucho y te hace sufrir de más. Pero, en ocasiones, es del todo intencionado e, incluso, no se queda tranquila hasta que te pisotea la autoestima.

No sé si se habrá notado en mi forma de escribir esta entrada, pero ha sido angustiante poner en palabras lo que llevo pensando durante tantos años. Lo peor es que es tristemente común en personas autistas vivir estas experiencias con sus relaciones sociales. Y es terrible, porque nos mina muchísimo emocionalmente y nos cohíbe al iniciar relaciones nuevas, como si no tuviéramos suficiente ya con lo que tenemos de base.

A mí me cuesta concebir que, pudiendo crear relaciones sanas, la gente opte por buscar culpables, no responsabilizarse de sus acciones (o no acciones) o por ser tóxicos. Es decir, todos somos tóxicos alguna vez en nuestra vida, pero es que hay personas que esto lo llevan incorporado con determinados perfiles de persona. Y esto es así: ser autistas nos hace más vulnerables a este tipo de gente. No sé los demás, pero yo los atraigo como un imán. Y así me va, que en mis treintaidós años actuales no he parado de llevarme chascos y de recibir daño de muchas de las personas que me he ido cruzando por el camino.

Y que quede clara una cosa: la idea no es mantener los vínculos a toda costa por falta de madurez para asumir que, cuando una relación se acaba, ya está. La vida es así, la gente viene y va, los caminos se separan por razones muy variadas. El problema no es ese, sino que la raíz de esa separación sea que la otra persona haya cambiado sus sentimientos hacia ti porque ya no le gusta tu forma de ser o porque te ha sustituido por otras personas que acaba de conocer y que no le suponen tanto quebradero de cabeza.

Que sí: que no vale la pena sufrir por ello. Pero para el autista no es una cuestión de sufrir por ese vínculo, sino que ya tenemos desde siempre una idea muy implantada en nuestro cerebro: que nunca lograremos encajar, que nunca nadie nos va a entender ni a querer como realmente nos merecemos (porque sí, lo merecemos, mal que a muchos les pese). Y situaciones así te hacen caer en ese sentimiento desolador de soledad cuando ya creías que lo habías superado porque sentías seguridad en tus vínculos. No es el vínculo en sí, sino la sensación vertiginosa, real o irreal, de que no has mejorado nada en tu vida. No es el vínculo en sí, sino la angustia de volver a empezar. No es el vínculo en sí, sino el trauma al que se suma. No es el vínculo en sí, sino lo que afectará en el futuro a tus acciones, a tus relaciones y a tu forma de ser. No es el vínculo en sí, sino las cicatrices del pasado que reabre.



Comentarios

  1. Es todo un tema y súper doloroso sin dudas cuando una parte intenta salvar el vínculo y del otro lado soltaron la soga. Si no hay una razón evidente y siempre hablando cuando al menos una de las dos personas sigue apostando a la relación, echar la culpa al otro me parece cobarde e inmaduro. Pero bueno, lo dice alguien que tiende a echarse la culpa a sí mismo en este tipo de situaciones a pesar que tampoco es lo correcto xD

    Desde el punto de vista neurotípico, solo repetir lo que dijiste de que tomársela contra la diferencia de neurotipo es no poner interés en la relación a secas, porque claramente no es ningún impedimento a tener un vínculo y pueden haber tantas disonancias como entre los del mismo neurotipo.

    ResponderEliminar

Publicar un comentario