Si hay una conducta de la que siempre hablamos entre autistas y con la que hasta nos permitimos hacer broma para gestionar el sufrimiento que nos causa, esta es el sobreanálisis.
La
gente que convive con autistas lo sabe bien: las personas autistas le damos
muchas vueltas a todas las cosas. Es casi una respuesta automática a una
cuestión ajena que puede ser o no ser importante y que puede ni siquiera durar
más de dos segundos. Generalmente, al menos en mi caso, se tiende al sobreanálisis
después de una situación social. Por ejemplo, quedas con alguien y en algún
momento dice algo o hace algún gesto, pero la conversación va tan deprisa que
no te da tiempo a procesarlo. Pueden ocurrir dos cosas: o que te hayas dado
cuenta de ese algo y te haya llamado la atención, pero no hayas podido
reaccionar a tiempo para comentarlo; o que estés tranquilamente en tu casa, te
asalte un recuerdo de esa conversación en el que no habías reparado con
anterioridad y te hagas preguntas.
Es en
una situación así cuando se inicia el proceso improductivo del sobreanálisis.
Improductivo, porque no vas a sacar una respuesta certera a menos que hables
con la otra persona. «¿Qué habrá querido decir con esa frase?», «¿Qué
significa ese gesto que me ha hecho en ese momento puntual?», «¿Por
qué me ha mirado de esa manera?», «¿Esto que me ha dicho, era una
broma o era una puyita?», «Con esta frase ambigua, ¿se refería a esto o a aquello?».
Empiezas a buscar las posibles respuestas y el significado de las mismas y,
cuando tienes todas las opciones que consideras, llegas al callejón sin salida
de no tener la seguridad de saber cuál de ellas es la correcta o si la
verdadera ni siquiera la estás contemplando. Pero seguirás dándole vueltas,
porque no lo puedes evitar, porque la incertidumbre te quema y te hace no poder
sacar de tu mente esos momentos. ¿Qué puede calmar una situación así? O
hablarlo con la otra persona, o quedar con ella y observar cómo se comporta:
eso siempre da pistas sobre si te puedes relajar y volver a tu estado natural o
si debes ponerte en alerta y preocuparte.
Este
es solo un ejemplo de tantos otros. Las relaciones sociales dan para mucho
sobreanálisis. Y sí: suponen un sufrimiento enorme. No te quitas ciertas
imágenes o palabras de la cabeza, pero quieres hacerlo. Intentas distraerte con
otras cosas, pero, cuando crees que lo consigues, te vuelve a asaltar un
pensamiento. Sientes que la incertidumbre te pesa y que te gustaría obtener
respuestas, pero debes resignarte a no tenerlas, a menos que quieras hablarlo
con la otra persona, cuestión que casi nunca te plantearás porque ya te conoces
y sabes que en la mayoría de los casos eres tú montándote una paranoia
inexistente, por lo que no quieres complicarle la vida a nadie y menos si es
importante para ti.
El
sobreanálisis es un sufrimiento que se padece en el más absoluto de los
silencios, salvo que tengas amistades dispuestas a ayudarte. Siempre que estoy
por entrar en uno de esos bucles, intento contactar con algún amigo para
contarle la situación que me aflige. Y es que el sobreanálisis es el paso
previo o incluso a veces paralelo al bucle autista. Del bucle ya hablaremos
otro día. La cuestión es que, una vez que contacto con alguien que me quiera
escuchar o leer, contextualizo a la persona lo más objetivamente posible y
aportándole datos extra que le puedan ser de utilidad, entonces esta amistad me
da su opinión. Esto es bueno porque te ayuda a considerar puntos de vista de
alguien que lo ve desde fuera, incluso si esas dos personas no se conocen.
También puedes darte cuenta de si hay personas que lo ven como tú o si no lo
ven así, que esto también es bueno para ir descubriendo si se trata de una
película que te has montado en tu cabeza o si tu intuición no te falla lo más
mínimo; si es lo segundo, igual no consigues tranquilizarte, sino empeorar tu
estado emocional. El problema de esto es que solo sirve para calma personal en
algunos casos. Para los demás, se trata de un ejercicio con poca utilidad,
porque la amistad a quien le estás planteando la situación no tiene la verdad
categórica de absolutamente nada: no conoce mejor que tú al individuo causante
de tu sobreanálisis, no vio la situación en directo y tampoco es esa persona,
por lo que al final vuelves al callejón sin salida, pero tal vez sintiéndote más
en compañía, no en tanta soledad, porque hay alguien que te ha escuchado y
apoyado. Es posible que, incluso, te haya dado estrategias para sacarte de tu
malestar.
Es
por ello que hablaba de la improductividad del sobreanálisis. No sé si te
puedes desprender de esa conducta adquirida, pero supongo que sí puedes
aprender a sobrellevarla o controlarla un poco. Sería lo más sano, más que nada
por toda persona autista que pasa por ello: Está claro que el sobreanálisis es
consecuencia directa de la necesidad de anticipación, malas experiencias,
ansiedad, miedo, falta de habilidades sociales y/o mala gestión de la
incertidumbre. Todo ello mezclado con la ya tan conodida intensidad emocional autista. Esto quiere decir que esta conducta, en la mayoría de los casos,
tal como comentaba anteriormente, vendrá derivada de una situación irreal, de
una película que se monta una persona misma en su cabeza, sin más. Al no ser
real, sí que es cierto que, cuando lo descubres, sientes un alivio enorme.
Pero, mientras tanto, has estado sufriendo innecesariamente. Y lo sabes, pero
te faltan herramientas para gestionarlo adecuadamente. A mí, a veces, lo que me
pasa es que se me junta la ansiedad de la incertidumbre con un nivel enorme de
curiosidad y ganas de encontrar respuestas, lo que pasa es que no siempre –de
hecho, casi nunca– es fácil solucionar lo que estás sobreanalizando en poco
tiempo. En esos casos, una persona sumamente paciente como yo se torna
impaciente y eso le genera más ansiedad.
A
veces el sobreanálisis no parte de una situación tan extrema. Puede, con
seguridad, tratarse nada más que de no saber con certeza a qué se refiere un
enunciado ambiguo en un ejercicio o un examen, por ejemplo. No son pocas las
veces que he errado mi respuesta «porque he entendido mal a lo que hacía
referencia»,
no siendo el origen de este malentendido una cuestión de literalidad, sino más
bien de sobreanálisis, lo cual implica pensar en varias opciones de
significado, tener que tomar una decisión sobre por cuál inclinarse y
equivocarse eligiendo. Es bien real que, a menudo, en los exámenes en los que
me he visto en esa tesitura, para reducir mis posibilidades de error, lo que
hago es responder: «Si el enunciado refiere a esto… Pero, si se quería hablar
de esto otro, entonces…», lo cual muestra bastante bien las vueltas que le das a
un simple enunciado con tal de esforzarte por entenderlo y no meter la pata. Y
esto lo llevo al extremo, incluso en mis aficiones. Recuerdo un caso concreto
en el que en el videojuego Life is Strange, que es de tomar decisiones,
dependía de ti que una chica se suicidara o no. Si conseguías salvarla o no,
dependía de las respuestas que le fueras dando a sus planteamientos. Yo no
conseguí salvarla, porque las opciones que me daban me sonaban muy ambiguas y
tengo infinita tendencia a optar por la interpretación que no es. Meses más tarde
pasó por la misma secuencia mi amiga Marina y ella sí la salvó. Yo le conté lo
que me pasó a mí y me dijo que entendía perfectamente lo que me había pasado,
pero que igual si no hubiera sobreanalizado tanto las opciones, lo hubiera
tenido más sencillo.
En
otros aspectos de mi vida, el sobreanálisis entorpece mi aprendizaje o me
bloquea. Una anécdota que me viene a la cabeza es de cuando estudiaba teatro,
que con el profesor de segundo año todo lo que hacíamos era muy natural, muy
orgánico, prácticamente improvisado. Mi cerebro sobreanalítico no podía frenar
ni en esos casos y me costó mucho cambiar el chip. Recuerdo que un día, al ver
que me estaba agobiando en medio de una escena, me ayudó a salir adelante y,
cuando terminamos, me dijo: «Eres demasiado racional, piensas
demasiado. Déjate llevar, no puedes pensar tanto cuando haces teatro».
Hay personas que me leen en Twitter y que saben de mis conflictos con el
profesor de lenguaje musical. Mi lucha en este aspecto es que canto bien cuando
se trata de canciones, pero cuando me dicen de cantar un acorde, me cuesta
encontrar la posición de garganta que me lleve a cantar lo que me piden. El
profesor cree que el origen de esto es otro, pero yo lo tengo bastante claro:
hay varias razones por las cuales me pasa y una de ellas, con la que sí está de
acuerdo él, es que pienso demasiado. Cuando me toca cantar una nota, no la
canto directamente, sino que empiezo a pensar cómo debería colocar la garganta
para que me salga dicha nota. Empiezo a probar posiciones antes de emitir
ningún sonido y eso hace que la urgencia del momento acreciente también mis
nervios, que se suman a la tensión de cantar en público. Al final, tomo una
decisión en cuestión de segundos y movida por la huida hacia adelante y el
impulso, por lo que la primera opción suele estar equivocada. Y todo por no
dejarme llevar, por forzarme inconsciente y sistemáticamente a pensar en todas
las posibilidades antes de tomar una decisión.
Además
de hablar con alguien que te quiera escuchar y dar su opinión, ¿hay algo más
que se pueda hacer? Cuando a mí me come la ansiedad por culpa del sobreanálisis
y este no me deja dormir, tiendo a incorporarme en la cama y a pensar en voz
alta. Me hago preguntas que me contesto y voy trazando un camino hasta dar con
el núcleo del problema que me hace sentir así, las alternativas, las
consecuencias de estas y cómo solucionar lo que me aflige. No siempre me siento
con esa capacidad de raciocinio, pero, cuando estoy bien como para llevarla a
cabo, consigo relajar los niveles de ansiedad. La incertidumbre seguirá
estando, el sobreanálisis ya estará hecho y ya habrá causado su mella, pero por
lo menos tendré herramientas para enfrentar lo que venga y eso me tranquiliza.
A
las personas que vivís desde fuera los sobreanálisis autistas, solo daros las
gracias por la paciencia y pediros que sigáis mostrándola. Pensad que sufrimos
mucho y que, en momentos así, vuestro apoyo nos supone una ayuda enorme,
probablemente imprescindible.
Está muy guay la entrada y súper completa. Creo haber tenido el gusto de leerte en algunos sobreanálisis, y pensándolo ahora lo cómico es que fuimos dos sobreanalizando, jaja. Sin dar nombres, tuvimos una extensa cadena de correos paralelo al principal que normalmente escribimos y dimos la mil y una vueltas al comportamiento de una persona. Como bien decís, no solucionamos nada. Si hubo algo cercano a una solución fue cuando volviste a intentar interactuar con esa persona. Pero entiendo el alivio que mencionás de poder contar lo que te sucede a alguien y juntos buscar posibilidades para las que estar preparados emocionalmente en caso de que ocurran. Tampoco va mal para que una vez haya ocurrido algo bueno o malo con el tema puedas contarlo y no sea algo que te tragas para adentro sin poder decir cómo te sientes.
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