Ir al contenido principal

Desconexión social

Hoy vengo a hablaros de algo que más o menos he ido tocando en otras entradas y que no sé si tiene nombre, pero a lo que yo llamo «desconexión social».

Lo que yo entiendo por «desconexión social» hace referencia a esa sensación de tristeza que te hace pensar que nunca vas a pertenecer a un grupo de forma real, aun si estás en ellos y cumples tu función. Estás en una quedada con amigos, se ponen a hablar y a hacer bromas entre ellos y tú observas todo lo que ocurre a tu alrededor. Casi sin darte cuenta, te paras a analizar qué tipo de relación tienen individualmente contigo cada uno de los allí presentes y algo no te encaja: con algunas personas sí tienes esa relación, pero no con todas y, cuando están con los demás, apenas te notan. Y tampoco sientes que te hace falta, pero, entonces, te preguntas: «¿En qué momento ha surgido esto entre ellos?». Porque tú no lo has visto, no lo has presenciado, pero se llevan aparentemente genial entre todos, hasta tienen bromas internas que ni siquiera intuyes de dónde han podido salir porque no has sido testigo de cuándo se generaron. Crece en ti la idea de que te has perdido algo y no entiendes por qué ha pasado, cuestión que despierta un pequeñito sentimiento de soledad o abandono. Así pues, te da la sensación de que el más desconectado del grupo eres tú y no sabes ni cómo ni cuándo ha podido ocurrir. Es entonces cuando la tristeza se va haciendo más grande, porque tampoco sabes en qué grado esta sensación de desconexión es real y cuánto de verídico hay en ella. Puede que solo sean imaginaciones tuyas. A veces lo es y tus sensaciones solo remiten a algún tipo de trauma social. Pero puede ser que también sea cierto lo que sientes: al fin y al cabo, autistas y neurotípicos a menudo transitamos ondas distintas.

Esto no solo ocurre en los grupos de amigos, sino también en otros grupos sociales. Puede pasarte perfectamente en tu clase de los estudios que estés cursando o en el puesto de trabajo que estés desempeñando en ese momento. Y un punto de inflexión es cuando te percatas de que entre estas personas hablan de temas variados, pero contigo solo conversan sobre los estudios o cuestiones laborales. Al principio te preguntas si no será por ese sentido de responsabilidad tan elevado que se desprende de tus acciones. Piensas que acuden a ti porque confían en ti y eso está bien, pero si luego no son capaces de hablar contigo de otros temas, ¿Será que, simplemente, no saben qué decirte y te hablan de ello porque no saben de qué más pueden hablarte?

Quizá no sepan qué decirte, sí. ¿Pero acaso entre ellos no se van conociendo? Entonces, no entiendes cómo puede ser que con el resto consigan sacar temas distintos y contigo no. Y no sabes a qué se debe, por lo que piensas que es una distancia que nunca conseguirás salvar, porque debe ser que, por ser autista, no tienes la misma capacidad social que las personas neurotípicas; o porque, aunque la tengas, siempre va a quedar ese resquicio de comunicación distinta que no va a permitir que en una misma situación vivida entre dos personas neurotípicas y una neurotípica con una autista, en la segunda se trascienda, aun si los comentarios fueran los mismos.

Esto de lo que os hablo no es nada nuevo. Me pasa desde que era pequeña. Es algo con lo que he crecido y, aunque pueda pensar que estoy harta de sentirme así, no es como si se pudiera controlar. Me pone bastante triste llegar a pensar que ni siquiera tenga arreglo, aunque desconozco si es así. No es baja autoestima, ni bajo autoconcepto. A veces incluso dudo que tengan que ver en esto las experiencias del pasado, si bien pueden influir, por supuesto. Para mí, después de analizarlo durante tantos años, esta manera de sentirse es otra forma de experimentar el hecho de sentirse diferente al resto.

Entonces aparece el muro. Ese muro imaginario del que a veces os he hablado y que guarda relación con el autismo. Ese muro que te hace pensar que jamás vas a encontrar tu sitio del todo. No quiere decir que no encuentres comodidad en las personas con las que te relacionas, ni que no puedas ser feliz con ellas: yo soy muy feliz en mis relaciones sociales. Incluso unas pocas me permiten ser yo misma y eso me hace sentir como en casa. Nada mejor que eso.

Y es que, individualmente, tratando con la gente, sí hay conexión social, según con quién trates. Es en grupo cuando, no es ni siquiera que falle, pero sí sientes que algo no termina de funcionar. Puedes pensar que igual eres tú, que tienes que hacer un sobreesfuerzo por ser la minoría y porque alguien tiene que dar el paso y no puedes esperar a que lo hagan los demás por ti. Lo haces, lo intentas, pero a veces lo que recibes es una sonrisa falsa y una mirada de confusión porque no comprenden qué es exactamente lo que estás intentando. O eso, o te encuentras gente que te dedica una sonrisa social  porque quiere ser amable contigo, pero te das cuenta de que se genera un momento incómodo porque tu intervención, al ser poco habitual, tampoco es correspondida con el mismo ánimo que cuando habla otra persona con un perfil más socialmente aceptado.

Afortunadamente, hay ocasiones en las que alguien de dicho grupo se te acerca, vuestro vínculo resuena y gracias a esa persona desaparece ese hundimiento inminente. No es un grupo, es una persona. Pero es suficiente para demostrarte que, tal vez, no necesites sentir un arraigo tan fuerte por el grupo, ni que ellos lo sientan por ti; quizás sea cierto que entre ellos hay un acercamiento mayor en el que no estás del todo incluido. Pero eso, a menudo, solo significa que contigo tienen otro tipo de relación. Ni mejor, ni peor: distinto. Y esa relación es igual de válida y valorada, importante y cercana. El alivio que siente el corazón, tras esos minutos en los que podías sentir que te ahogabas en la soledad, es una de las maravillas emocionales que haya podido experimentar.

Sin embargo, me encantaría no tener que pasar por ese proceso nunca más. Pero no lo puedo evitar: me pasa constantemente, cuando estoy con varias personas con las que el nivel de relación es más o menos el mismo, veo que entre ellas se ha establecido una comunicación más fluida y, por ende, un vínculo mejor fundamentado. En cambio, yo no consigo que se trascienda de lo básico, o sí lo consigo, pero en esos instantes no soy consciente, porque desde el momento en el que en el grupo hablan entre todos y nadie habla conmigo, este proceso de pensamiento se reinicia. Y es curioso, porque buscas a la desesperada encontrar que haya otras personas a las que les esté pasando como a ti. No por aquello del consuelo de tontos, sino porque si hay alguien igual de callado, también observando, será la señal de que lo que estás sintiendo no es real y de que te puedes tranquilizar porque no te estás quedando atrás. Ese es el momento en el que comprendes que no eres tú, que es la situación en sí tal como se está dando y que, sí, se le puede sumar tu torpeza social, pero es solo consecuencia de esa torpeza y no de que realmente exista un conflicto en los afectos.




Comentarios

  1. Ay ké interesante esta entrada y ese final tan confortante y creo ke cierto. Me ha gustao mucho, nunca había leído sobre este tema así de esta manera y mientras te leía pensaba Ojú es ke es así tal cual lo cuenta. Aunke reconozco ke yo muchas veces desconecto en las conversaciones así de más de 3 personas así ke entiendo ke en ese tipo de reuniones así más grupales esas personas me traten distinto.
    Carmen la granaína

    ResponderEliminar

Publicar un comentario