Hace un tiempo leí a Daniel Millán hablar en Twitter sobre las consecuencias del confinamiento por COVID-19 en personas autistas. Creo que es un tema interesante que abordar aunque haya pasado tanto tiempo y, personalmente, he decidido hacer un poco de memoria para explicaros cómo lo viví yo.
Cuando
nos confinaron, yo estaba en mitad de mi curso de inglés C1. La noticia cayó
como un jarro de agua fría para una persona tan angustiada por su futuro
laboral como ya sabéis que fui yo durante muchos años. Además, me rompieron una
rutina sin previo aviso y me dejaron tragando con la incertidumbre de no saber
cuándo la podría retomar, ni cómo. Nuestra profesora era muy comprometida con
su trabajo y nos dijo que, de manera extraoficial, ella seguiría dándonos
clase, aunque las del curso estuvieran paralizadas, porque consideraba que, si
no, todo nuestro progreso se perdería. No haríamos todos los días ni las mismas
horas, pero sí que le dedicaríamos tiempo.
Esa
rutina que nos ofreció, me aportó cierta seguridad, aunque me costó lo suyo
adaptarme a ella, al igual que a la que nos habíamos montado en casa de subir a
la azotea por las mañanas a dar vueltas y ponernos por la tarde a bailar con
vídeos del Just Dance en YouTube. Cuando ya me hube adaptado, hasta le
tomé el gusto.
Empecé
a considerar el confinamiento como un regalo cuando dejé de castigarme por estar
estancada en mi situación laboral tan lamentable. Saber que no era culpa mía,
me tranquilizaba. Entonces, como decía, empecé a disfrutar del confinamiento:
me encanta estar sola y poder disfrutar de mis aficiones. De hecho, aquellos
días los aproveché mucho para jugar a Final Fantasy VIII, que es uno de
los videojuegos más representativos de mi infancia y puede aportarme cierta
seguridad, aunque haya una historia oscura detrás.
Sin
embargo, silenciosamente, un peligro me acechaba. Ya sabéis que a veces a las
personas autistas nos pasan cosas de las que no nos damos cuenta hasta que son
demasiado evidentes. Primero empecé a experimentar problemas para concentrarme:
en los exámenes y actividades de inglés, a menudo respondía mal porque entendía
la pregunta al revés y esto era porque no leía correctamente, me fallaba la
atención. No solamente eso: además, antiguamente yo me metía mucho dentro de
una tarea que estuviera haciendo, me abstraía, me concentraba un montón y perdía la noción
del tiempo, de la realidad y casi que el mundo dejaba de existir a mi alrededor…
pero desde el confinamiento, ya no puedo hacer eso. Casi al mismo tiempo comencé
a tener pérdidas de memoria:
- Entraba en las habitaciones sin saber a qué iba.
- Se me cruzaba la idea de hacer algo y, al segundo –sin exagerar–, lo
olvidaba.
- Me decían algo y, cuando me daba la vuelta, literalmente, era incapaz de
recordar qué me acababan de decir.
- Cuando veía una película, anime o episodio de una serie, era incapaz de
recordar lo que acababa de ver justo cuando acababa y trataba de hacer memoria.
Estas
pérdidas de memoria también me afectaron a nivel social, porque no me veía
capaz de recordar absolutamente nada de lo que la gente me explicara. A modo de
ejemplo, mi amigo Will me explicó una historia personal suya muy dura e íntima
y, cuando hubo novedades al respecto y le dije que no me sonaba nada de lo que
me estaba hablando, al pronto se enfadó. Luego me entendió, obviamente, pero su
enfado también fue lógico.
Meses
más tarde me enteraría de que esta situación se dio porque mi cerebro se
estresó. Estaba estresada y no me había dado cuenta. Y, para alguien con una
memoria prodigiosa como la mía, esto resultaba muy frustrante.
Cuando
el confinamiento se terminó, no volví a tener mi vida de antes. Mi memoria,
aunque va mejorando poco a poco, todavía se resiente mucho y de verdad que
estoy triste por no tenerla como antes y me gustaría hallar la manera de
recuperarla, porque estoy convencida de que se puede, me niego a pensar que se
trate de un daño neurológico o cognitivo irreversible.
Pero
no me afectó solamente en ese aspecto. Una de mis aficiones es escribir y quise
aprovechar para empezar una novela… pero nunca la empecé porque el cerebro
estaba bloqueado, era incapaz de juntar palabras para formar una frase
literaria. Desde que nos confinaron, a pesar de que sí he continuado escribiendo
por libre y redactando trabajos universitarios, así como las entradas de este
blog, me doy cuenta de que tengo muchos lapsus lingüísticos: a veces no
recuerdo la preposición correcta, a veces tecleando las omito, a veces me salen
incoherencias gramaticales, ya no sitúo las comas de forma tan perfecta como
antes, no puedo centrar mi atención en un único párrafo y estoy saltando de uno
a otro hasta que, incluso, me he dejado alguna frase por terminar –me pasó en
el primer trabajo del máster que entregué y, como la capacidad atencional
no es la misma que la que tenía en prepandemia, no me di ni cuenta–…
Y
sigo: no solo me afectó en eso. Cuando nos desconfinaron y podíamos volver a
quedar con nuestros allegados, sufrí muchísimo. De repente, la calle volvía a
sentirse hostil y el procesamiento sensorial se me disparaba. Me molestaba todo:
ruidos, sonidos, luces, contacto físico… Y, entonces, cuando alcanzaba a verlos para pasar el
rato con ellos, ya estaba con la energía bajo mínimos. De hecho, los shutdown
me daban antes que en la vida prepandémica y también me daban de forma más
seguida. Es decir, que tenía mucho menos aguante. Si tenía que tratar con gente
por mensajería instantánea, recibir un mensaje de cualquier persona me agobiaba
y no quería responder o necesitaba mentalizarme para hacerlo –esto me sigue
pasando–. Esta mentalización podía ser de unos pocos segundos o de, incluso,
días. Esto suponía algunas broncas frente a la incomprensión de algunas amistades, pero también hubo personas que me daban
toques con cariño y desde la comprensión, como fue el caso de mi amiga Gemma,
que se preocupaba –y se preocupa– por mí cuando desaparezco por unos días.
Relacionado
con todo esto, perdí toda práctica de socialización y me surgió la ocasión de
apuntarme a un curso de alemán. En ese aspecto social no lo hice mal, pero sí
me sentí más torpe, por no hablar de la frustración, nuevamente, de olvidar
ciertos aprendizajes cuando, no solo tenía una buenísima memoria, sino que,
además, tengo un enorme talento para aprender idiomas.
Lo
que fue más duro es que yo, cuando llevo tiempo sin relacionarme con gente,
tengo una fuerte tendencia al aislamiento. Este aislamiento acarrea que me meta
muy en mis profundidades autistas a tal punto de perder toda práctica social… y
con ese panorama me tocó estrenarme como docente, lo cual me expuso a ciertos
peligros, como a la indefensión frente a un director de colegio que me acosó y
que me dejó unas secuelas que todavía arrastro.
En
la actualidad, he ido haciendo progresos en lo de los shutdown: volver a
relacionarme seguido con gente ha hecho que, con el tiempo, se me regulara de
nuevo la energía y ahora vuelva a tener el aguante de antes. Además, también
estoy recuperando mi capacidad de luchar contra la injusticia, por lo que, si
hay alguien que no me trata bien, vuelvo a ser capaz de imponerme. Ya no tengo
esos comportamientos de haber estado aislada durante demasiado tiempo.
Pero
otra cosa en la que también me afectó el confinamiento fue en el bloqueo
emocional. Quienes me conocen ya saben que yo soy muy intensa. Previamente a la
pandemia, expresaba mis emociones intensas sin tapujos, no me cortaba lo más
mínimo. ¿Que te tiraba al suelo al abrazarte con gran ímpetu porque me acababas
de dar una buena noticia? ¿Que me hacías daño y lloraba sin parar como si me hubieras
hecho la cosa más grave del mundo? Pues era lo que había, no podía controlarlo
y tampoco quería hacerlo, porque el que me quiere tiene que quererme como soy.
Sin embargo, ahora cuando recibo algo, tanto bueno como malo, a veces mis emociones se
bloquean. Sin ir más lejos, en mi último cumpleaños mis amigos me organizaron
una sorpresa y me pasé parte del día con las emociones bloqueadas, metidísima
en mí misma y sin mucha capacidad de reacción. Antes de la pandemia me habría pasado mucho rato con un stimming exagerado,
corriendo por la sala, abrazando a todo el mundo muy fuerte, gritando, diciendo
tonterías, saltando, bailando, etc. Y sí, conseguí sacar esa parte de mí… pero
solo cuando pasaron algunas horas y hubo gente que se lo perdió, por lo que me
sentí mal después.
Al
final, aquel idilio de confinamiento en el que poder hacerme compañía y
disfrutar de mí misma como hacía tiempo que no hacía, mientras aprendía a tomarme
mi tiempo para todo y no ir con prisas, resultó ser una ilusión. Trajo muchas
más consecuencias negativas de las que creí.
Como ya he dicho, me estoy recuperando. No con todo, porque lo de los mensajes a través del móvil sigue siendo un reto y la memoria y la concentración, aunque están mejor, siguen muy tocadas. Han pasado tres años y aún arrastro las consecuencias. Esto no es fácil, pero lucharé todo lo que haga falta por recuperar mi vida anterior en la medida de lo posible. Yo no me rindo.
He perdido también memoria, capacidad de atención, me expreso peor ke antes porke he perdido vocabulario (como si al "diccionario" ke yo tenía en mi cabeza le faltaran páginas) y me encuentro más torpe también. Pensaba ke era consecuencia del covid, ya ke escuché decir ke podía tener consecuencias a nivel cognitivo ke no se sabía cuánto tiempo podrían durar.
ResponderEliminarAhora estoy haciendo un curso on-line y a veces yo misma me doy cuenta (un poco después) de ke habría ido mucho mejor otra palabra en vez de la ke puse, ke tal como lo escribí daba lugar a ambigüedad o no explicaba bien la idea ke yo kería expresar.
No se me ocurrió ke, en vez de algo cognitivo secuela del covid en sí mismo, pudiera ser algo más relacionado con lo ke tú cuentas. Quizás sea mejor ke sea eso, igual así tengo esperanza de ke mejore, de hecho algo ha mejorado en este tiempo y por eso acabo encontrando las palabras aunke un rato después.
Como siempre, traes temas ke creo nos interesan y ayudan a todos y, lo más curioso, es ke son cosas ke no tengo conciencia clara hasta ke te leo.
Carmen la granaína