Las
personas autistas nos relacionamos de manera distinta a las personas
neurotípicas. Esto no es malo per se, pero, al hallarnos en situación de ser
minoría, nos pone en desventaja y nos expone a sucesos desagradables e indeseados.
Hemos
crecido siendo conscientes de nuestra torpeza copiando la manera neurotípica de
relacionarse, hemos ido aprendiendo a base de bofetones emocionales y mucho
enmascaramiento. Pero nuestra comunicación es la que es y, a veces, se generan
malentendidos; malentendidos que durante tiernas etapas como lo son la infancia
y la adolescencia se magnifican de una manera abismal, por lo que un
malentendido parece el mayor de los agravios para la otra persona.
Siempre
hemos sido los bichos raros, los marginados de la clase, aquellos de los que
burlarse o reírse por nuestra particular forma de hablar, expresarnos o
relacionarnos. Y, sabiéndonos distintos sin comprender por qué, nos adaptamos a
buscar estrategias para evitar conflictos, porque somos muy sensibles a estos,
pero también porque valoramos mucho nuestras escasas relaciones sociales y
queremos cuidarlas.
¿Cuál
es el problema de esto? Que se nota. Me explico con un ejemplo muy básico,
aunque podría dar muchísimos:
Yo
he naturalizado preguntar cuando aquello que se me dice o se me pregunta no lo
entiendo. Pregunto a la persona que a qué se refiere con tal de poder responder
adecuadamente y no dar lugar a malentendidos que puedan repercutir
negativamente en nuestra relación. Esto es bueno, claro. Es bueno si la persona
que tienes delante tiene una predisposición relacional sana. Si no, se da
cuenta de tu inexperiencia social, de tu inocencia o llamadlo como queráis, ya
que los neurotípicos solo preguntan eso de manera muy puntual porque suelen
entender el sentido por el contexto. Que una persona con actitudes tóxicas se
dé cuenta de eso es terrible, porque sabe por dónde atacarte y te conviertes
enseguida en una víctima potencial.
Yo
soy un imán para las relaciones tóxicas. Tal es así que, un día, mi amigo
Albert, al que siempre le cuento todo, me dijo: «Oye, no te ofendas, pero,
¿Alguna vez has tenido alguna relación que no haya sido tóxica?». Tenía razón:
hasta hace poco, eran mínimas las relaciones sanas que había tenido. Muchas de
ellas se desarrollaron de modo que la gente se me acercaba solamente con un
propósito o interés y, una vez cumplido, se fueron. Por nuestra tendencia
innata a querer ayudar a los demás, nos cuesta poner un límite en ese punto y
la gente se aprovecha. En ese y en muchos otros, pero más adelante os pondré
algunos ejemplos. Esto nos pasa porque siendo tan genuinamente amables y
serviciales con los demás, este tipo de personas se creen con el derecho de
usarte porque te perciben como a un subordinado o algo por el estilo: total,
hagan lo que hagan, vas a estar ahí. Si tú no has entrado de lleno todavía en
el vínculo de la relación, lo ves enseguida y te vas antes de que sea demasiado
tarde; pero a menudo no se ve tan pronto y luego ya le tomas tanto cariño a
esta persona que puede ser, incluso, que te dejes pisar por ella y la ayudes
incondicionalmente solo por mantener su amistad. Esto, por fortuna, a mí no me
ha pasado. Mi carácter y mi adolescencia me hicieron dejar de tener miramientos
con gente así una vez las detecto.
De
las relaciones tóxicas cuesta mucho salir. Especialmente es duro para una
persona autista, sobre todo si no tiene el apoyo social necesario. Y es que,
para empezar, primero has de darte cuenta de que lo es y eso no siempre es
fácil porque la persona que para ti es tóxica no suele serlo desde el principio
y, cuando empieza a mostrar ese tipo de comportamientos, los atribuyes a
defectos… y defectos tenemos todos, así que te crees nadie para juzgar a la
otra persona. La quieres y la aceptas tal como es, aun si te duele en algún
aspecto, porque tampoco entiendes muy bien las intenciones que hay detrás de
ello. Poco a poco y con sus artimañas manipuladoras, narcisistas y/o
egocéntricas te va encerrando en su círculo y llega un punto en el que te das
cuenta de que esa persona está siendo tóxica contigo, pero para entonces ya es
tarde: ya te has vinculado de alguna manera con esta persona, por lo que
dejarla no es una opción de buenas a primeras porque tu intensidad emocional,
tu lealtad y tu extremo valor por las amistades no te lo permiten. En ese
momento interviene aquello que nos pasa a muchos autistas: tenemos una empatía
enorme, al punto de entender por qué esa persona está actuando de esa manera.
Es ahí donde yace el gran problema de todo esto:
Muchas
veces, al entender lo que le pasa a la otra persona, sin querer la
justificamos. O ni siquiera eso, pero basta con comprenderla para desarrollar
una paciencia infinita y aguantar lo que, en realidad, debería ser
inaguantable. Esto es porque a la empatía se le suma el cariño. Al menos a mí
me pasa que, cuando quiero a una persona, la quiero mucho, muy intensa y
profundamente. Me cuesta vincularme, así que, cuando lo hago, lo hago con todas
las consecuencias. Cuando la relación es sana es precioso, pero esto también es
fácilmente perceptible para este perfil de personas, por lo que a menudo sacan
provecho con posturas de victimismo y chantaje emocional.
A
veces es tan difícil darse cuenta de que la persona está siendo tóxica para ti
que no te percatas hasta que tu relación con ella ha terminado por la razón que
sea. Cuando se termina una relación tóxica, se te queda en el cuerpo una
sensación horrible. Te han absorbido tanto que te sientes responsable de lo que
acaba de pasar… Hasta que al cabo de unos días logras razonar con claridad, te
das cuenta de que no es tu culpa y de que, en realidad, te han liberado de un
peso enorme.
Todo
esto también nos hace vulnerables a relaciones de abuso –obviando el hecho de
que una relación tóxica ya es de por sí un tipo de relación de este calibre y
que una relación de abuso es, a su vez, tóxica– o a caer víctimas de alguien
que nos quiere hacer daño. Un ejemplo claro de mi vida reciente sería mi
experiencia con el director mafioso, aunque en ese caso no aguanté por
vinculación, sino por la situación laboral delicada en la que me hallaba.
¿Otro? Un contacto casual que tuve con el director de una fundación que me
quiso contratar estafándome y en cuyas redes, afortunadamente, no caí gracias a
que amistades cercanas me advirtieron del peligro, que yo por poco me tiro de
cabeza solo porque supo tocar donde emocionalmente me volvía más sensible y
vulnerable. Pero si queréis un ejemplo mucho más tangible o cercano, en la
carrera me sucedió con una profesora del tercer curso con la que parecía que me
llevaba bien pero que tenía unas habilidades sociales bastante cuestionables y
que, ni bien le dije que me daba miedo algo que a ella le encantaba,
aprovechaba cada clase para machacarme con ello y empezar a tratarme fatal. Si
os digo que, aun así, la elegí como tutora de TFG, creo que os haréis una idea
de por qué las personas autistas somos tan vulnerables a estas relaciones y por
qué nos hacemos tanto daño hasta darnos cuenta de que no da para más y que
tenemos que huir de ahí. En mi cabeza, ella era buena persona porque yo había
visto esa parte de ella y se había llevado bien conmigo, por lo que tenía que
luchar por devolver la relación a su situación anterior: no buscaba nada más
que normalizar la situación, poder tenerla cerca sin tensarme ni acongojarme.
Luchar incondicionalmente por una relación en un caso así no tiene sentido. En
mi defensa diré que convertirla en mi tutora fue un acierto porque saneamos
bastante nuestra relación a fuerza de estar en contacto constante: nos
conocimos mejor. Pero que tuve a mis amistades de entonces tremendamente
preocupadas por mí y que me pedían por favor que no me arriesgara tanto y
eligiera a otra persona, también. Yo me había vinculado con ella, sabía que
ella en algún punto conmigo también, y me negaba a dejar las cosas así de
enturbiadas: no buscaba una cercanía, tan solo poder saludarla con una sonrisa
sin sentir que me podía hacer daño. De ahí mi insistencia. Pero no fue sano y
me trajo mucho dolor y mucha confusión: esto es muy claro en las personas autistas
porque funcionamos socialmente de forma distinta, como ya he dicho. Por lo
tanto, ciertas circunstancias nos provocan confusión e incertidumbre y eso nos
genera ansiedad, bloqueo y, a veces, incapacidad para actuar. Eso es lo que nos
hace vulnerables, porque nos deja en situación de indefensión.
Hablando
de la universidad, puedo contar una experiencia que tuve durante los dos
primeros cursos con un grupo que estaba siendo tóxico para mí y que no me daba
cuenta. De hecho, no me percaté hasta que explícitamente una de las componentes
de dicho grupo empezó a atacarme y machacarme a diario. En esa ocasión aguanté,
no por mi vinculación con ella, sino con el resto del grupo. En mi cabeza tenía
sentido aguantar porque valía la pena por las demás e incluso eso me animaba a
veces a ignorar lo que me hacía la otra, no darle importancia. Además, entendía
más o menos que su comportamiento provenía de una inseguridad personal muy
grande, incluso reconocida por ella misma, por lo que empatizaba y me dejaba
hacer porque justificaba su conducta agresiva por tener su bienestar emocional
comprometido. Progresivamente, las otras se iban posicionando de su lado, pero
yo aún mantenía la esperanza de que descubrieran toda la porquería que se
escondía detrás de su actitud. Creo que os daréis cuenta del mal ambiente que
generaba la chica cuando os diga que nuestro tutor del segundo curso de la
carrera intervino. Lo hizo de forma lo suficientemente sutil como para que
todas ellas se dieran por aludidas sin que el resto de la clase lo supiera,
mientras también me respetaba a mí y saltaba en mi defensa. Un profesor
universitario haciendo eso creo que dimensiona correctamente la situación. Aun
así, ella a veces me pedía ayuda con algunas cuestiones y yo la ayudaba porque mis
principios me dicen que hay que ayudar incluso a tu peor enemigo. Hasta que
corté vínculos del todo con ella y con el resto del grupo, que entonces dejó de
pedirme ayuda con sus cosas.
Puedo
decir orgullosa que últimamente he aprendido a detectar antes estas conductas
en personas de mi entorno y las expulso de mi vida en cuanto lo siento más
necesario: sigo dando oportunidades, porque me parece justo darlas, pero sé
establecer límites y cortar cuando estos se sobrepasan. Este verano, sin ir más
lejos, he despedido de mi vida a dos personas.
La
primera de ellas era un chico que desarrolló una hiperfijación por mí debido a
una admiración mal gestionada. Ya desde los inicios de empezar a hablar con él
no me gustaba mucho su manera de relacionarse conmigo, había algo en él que me
inquietaba y me incomodaba. Por supuesto, no me callaba y se lo decía, luego
cambiaba, pero siempre acababa volviendo a su actitud inicial –esta es una
señal de alerta en este perfil de personas–. Lo positivo en este caso es que no
llegué a vincularme con él, por lo que pude tomar distancia. Cuando tienes esa
posibilidad de ver las cosas desde la lejanía, es mucho más fácil darte cuenta
de que te está intentando captar una persona con comportamientos tóxicos. Le
fui dando largas hasta que este verano mi amigo Kevin vino a visitarme, le
conté la situación para cerciorarme de que no eran paranoias mías –una es que
ya se vuelve desconfiada y me ha pasado también que he malpensado durante
muchísimo tiempo de personas que me apreciaban de verdad y que querían mantener
una relación sana– y él me dijo claramente que sí, que era una persona que
estaba siendo tóxica conmigo. Consensuamos bloquearlo de todos los lugares
posibles y así lo hice. Otra señal de alerta para compis autistas: si hablar
con esa persona te genera ansiedad, no eres tú, es que esa relación no te hace
bien y eso significa que ahí no es. Da igual que hayáis vivido cosas buenas, da
igual que esa persona haya sido buena contigo y que se haya comportado como una
gran amistad en algún momento o en periodos largos de tu vida. Si su
comportamiento tóxico es transitorio, con el tiempo se disipa; pero si no,
ninguna razón tiene el suficiente peso como para que te quedes ahí. Una persona
tiene que sentirse bien con las relaciones que mantiene, si no, no tiene
sentido.
La
segunda persona de la que me he despedido ha sido una dura decisión largamente
meditada: una amistad de hace seis años. El que me conoce sabe perfectamente
que yo no corto por lo sano una amistad, sea reciente o añeja, si no es por una
razón sustancial. Me importan demasiado mis amistades como para ser yo la que
dé el paso de alejarse, sea por el motivo que sea. El caso de esta persona es
algo más complejo, porque a la vinculación que sentía por ella se le sumaba la
empatía y el justificar sus actos por sus problemas de ansiedad, sin caer en la
cuenta de que yo también tengo problemas de ansiedad pero no me excuso en ella
para tratar mal a nadie. Esta es otra señal de alerta: si la persona se escuda
en sus problemas de salud mental para tener actitudes que te hacen daño, ahí
tampoco es. Pero justamente por su ansiedad y su depresión he aguantado que me
basuree muchas veces: malos tiempos tenemos todos, hay que estar en las buenas
y en las malas y puedo comprender que alguien te trate mal en periodos en los
que esta persona no está bien. Que no tenemos por qué aguantarlo, que no nos
merecemos ese trato y que es injusto. Lo sé. Pero para mí es una cuestión de no
abandonar a esa persona cuando más te necesita: luego, cuando se encuentre mejor,
ya se aclararán los tantos. El problema de esta persona es que, no: sus actos
no se justificaban por sus problemas de salud mental, aunque ella así lo
quisiera pintar. Había épocas en las que hablar con ella era entrar en
discusión sí o sí. Una discusión en la que ella simplemente se mostraba
agresiva, atacando, victimizándose y haciendo chantaje emocional mientras lo
disfrazaba de estar expresando lo que sentía. No puede ser que, cada vez que
hables con alguien, ya sea individualmente o en grupo, se genere un mal rollo,
una discusión, un malentendido, porque no cumples con su expectativa sobre cómo
deberías expresarte y comunicarte con ella. Eso no es sano ni para ella ni para
el resto. Por eso, recientemente, después de molestarse conmigo por una nimiedad
que ella interpretó a malas cuando era todo lo contrario, decidí cortar la
relación. Porque, vuelvo a repetir: si el hecho de que una persona te hable te
genera ansiedad, ahí no es. Y sé que ella no está bien y despedirla me hizo
sentir una persona horrible –porque, para colmo, esta gente tiene la capacidad
de manipulación suficiente como para hacerte sentir así–, pero poco a poco me
voy desligando de ese sentimiento y, aun estando en ese estado, siempre he
sabido que hice lo correcto. Por respeto a nuestra relación, no podíamos seguir
haciéndonos daño de esa manera: mi trato hacia ella nunca fue tóxico, pero no
se adecuaba a sus necesidades y eso la hacía sufrir. Lo entiendo, lo respeto y
por eso es mejor alejarse. Esto es responsabilidad afectiva.
Estoy
vomitando muchas experiencias y, la verdad, no me siento del todo cómoda siendo
tan explícita en un tema como este, sobre todo porque algunas de ellas son muy
recientes y el que me conoce sabe que me cuesta mucho hablar de situaciones
dolorosas muy cercanas en el tiempo y que, para hablarlas con comodidad,
necesito que pase bastante. Pero me parece necesario para ilustrar que no es
fácil aprender, que cuando lo has sufrido una vez, después es terriblemente
sencillo que se repita esa situación, porque de verdad que no eres consciente.
El problema en realidad es ese. Si fuéramos conscientes de que esa persona que
se nos acerca viene con predisposición de actitud tóxica, nos alejaríamos ipso
facto: a nadie se le ocurriría quedarse sabiendo eso y estando emocionalmente
sano. Por ello creo que, al menos en mi caso, no es ni un problema siquiera de
baja autoestima, o de inseguridad personal o lo que sea: es que lamentablemente
–y vuelvo al principio de todo– hemos crecido expuestos y habituados a este
tipo de situaciones, estamos tan acostumbrados a que se vinculen de esa manera
con nosotros, que ya es que actuamos por inercia, por memoria o algo parecido.
Esto es peligrosísimo, porque justamente, el peligro no se detecta, no se
activa el modo de supervivencia inherente al ser humano porque tu cerebro ya lo
ha asumido como normal. Y no: no lo es y no se debe permitir. Por eso hay que reaprender
y estar atentos. Fácil no es, porque incluso sabiendo las señales de alerta se
te pueden escapar, por todo lo anteriormente comentado y porque estas personas
suelen ser muy taimadas. Pero, por lo menos, sí me parece importante estar más
preparados, porque eso aumentará las posibilidades de que nos percatemos de
todo antes de que sea demasiado tarde y nos cause un sufrimiento que, de
partida, era innecesario.
Con
esto no quiero decir que las personas neurotípicas no sufran relaciones
tóxicas: por supuesto que las sufren, solo que, tal vez, no con la misma
frecuencia. Por ellas también va esta entrada, porque en esto estamos juntos.
Tampoco quiere decir que los autistas seamos seres de luz incapaces de hacer
daño a nadie. No nos engañemos: todos hemos sido o seremos tóxicos alguna vez
para alguien porque nadie está libre, a priori, de caer en ello. Lo importante
es que ese sea un estado transitorio, preferiblemente puntual, que forme parte
de un aprendizaje vital y que tratemos de reducir el impacto al máximo posible
ni bien nos demos cuenta. Mientras no lo convirtamos en un patrón y tengamos la
posibilidad de disculparnos con la persona damnificada, podremos salir adelante
y ser las buenas personas que de verdad somos. Al final, la vida es eso:
aprender, equivocarte, levantarte y seguir aprendiendo. Pero que esto no nos
perjudique ni nos transforme negativamente y que tampoco nos fustiguemos por
ello, porque no nacimos sabiendo y es normal que en nuestro camino de
aprendizaje cometamos errores y hagamos daño sin querer a las personas que más
queremos. Forma parte de la vida, pero tenemos que darnos cuenta de ello y
alejarnos cuando alguien más nos está perjudicando la salud. Aunque empaticemos
con estas personas, aunque las comprendamos, aunque las queramos ayudar, si
algo he aprendido de la experiencia es que no se puede salvar a quien no quiere
ser salvado y que, a veces, no podemos hacer suficiente por algunas personas
que necesitan acceso a atención profesional. Es frustrante, pero es así. Y ante
todo esto, lo primordial es el autocuidado y el autorrespeto. El resto, luego.
Qué bien escribes y qué generosa por compartir. Las relaciones personales son la asignatura más difícil de esta carrera llamada vida. Proteger y protegernos. Elena
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