Hay frases que la gente a menudo me repite, frases del estilo: «Es que tú eres muy seria» o «Es que no te ríes con nada».
Si
bien es cierto que me considero una persona seria, también puedo deciros que me
tomo la vida con más humor de lo que posiblemente aparento. Tiendo a reírme de
mí misma y de los demás, pero desde el cariño y con todo el respeto del mundo,
de una forma muy sana. Porque sí, porque bastante difícil y absurda es ya la
vida a veces como para tomárnosla tan en serio y bastante mal me siento cuando
la intensidad de una emoción vivida como negativa me provoca un meltdown. En momentos en los que me he encontrado peor suelo sacar mis mejores comentarios y la gente se suele sorprender porque sostienen que, cuando estás tan mal, no te quedan ganas ni de reírte.
Es cierto
que no me saldrán carcajadas por las mismas cosas que al resto, pero eso no
significa que no me puedan hacer gracia. Por ejemplo, los chistes no suelen
llegarme demasiado, pero puedo reconocer cuándo un chiste me parece bueno;
adoro a José Mota, pero muy a menudo no me hace sacar una carcajada y eso no
significa que no me guste o no me haga gracia: sencillamente, varios de sus
sketches me parecen extraordinarios y son muy disfrutables sin esa necesidad de
reír, porque a veces plantea situaciones cuyo trasfondo es triste, doloroso, injusto
y/o indignante y solamente te sale disfrutarlos desde una perspectiva más bien
contemplativa. Y sí, las expone de una forma divertida y así lo percibo, pero mi forma de vivir ese humor no necesariamente es expresiva.
Hay personas que en determinadas situaciones esperan que te rías. A mí no me sale fingir la risa, así que, como mucho, puede que sonría o que me salga alguna mueca extraña. Esa sonrisa o esa mueca pueden ser genuinas o pueden ser impostadas por la situación, pero siempre me encuentro con que las personas neurotípicas no lo diferencian para nada. No sería la primera vez que hago una mueca extraña y me dicen: «Te ha hecho gracia, ¿eh?» cuando gracia no ha tenido ninguna. O gente que, al ver que no te ríes a carcajadas, te comenta: «Puedes reírte, ¿eh?», como si necesitaras su permiso para hacerlo. Que no me ría a carcajada limpia no quiere decir que no me haga gracia: es tan simple como que mi expresión emocional en esos casos no es tan externalizante; pero también puede ser, directamente, que no me haya hecho gracia y solo esté tratando de reajustar mi reacción y expresión facial a la situación social. Cómo saber si es una u otra solo lo consiguen aquellas personas que me conocen bien.
A mí me gustan mucho los juegos de palabras, aquellos chistes gráficos que dejan expuesto un doble sentido. Uno de mis favoritos es este. Se le considera a veces también como humor literal. De verdad, hay algunos muy buenos por ahí y otros no tanto, como pasa con todo. Pero no hace falta que sea un chiste gráfico: si hay un comentario ingenioso con juego de palabras, me va a hacer reír mucho, sobre todo si es inesperado.
Y no
creáis, que esto me ha traído algún que otro problema a nivel social, porque
esa risa a veces no la puedes controlar y puede ser muy inadecuada y dar lugar
a malentendidos. Por ejemplo, recuerdo una vez, cuando tenía trece años, que un
compañero se metió con una amiga llamándola Granollers, que es el nombre de un
pueblo de Catalunya, haciendo un juego de palabras con su cara llena de granos.
A mí se me escapó la risa porque no me esperaba que soltara eso tan de repente
y porque el juego de palabras en ese momento me pareció ingenioso, si bien realmente
no lo es tanto. Mi amiga se ofendió y se enfadó conmigo, como es lógico; sin
embargo, yo no me estaba burlando de ella: sencillamente, el comentario me hizo
gracia, aunque la situación me pareciera mal. Y esa sí es la clave, al menos la
mía y la de muchas personas autistas que conozco: una situación nos puede
parecer fatal, pero como alguien suelte un comentario inesperado e ingenioso, vamos
a tener un problema si no conseguimos controlarnos. A posteriori, te sientes la
peor persona del mundo por herir a alguien, porque solo tú eres consciente de
lo que significaba tu risa, la otra persona no lo sabe si no te conoce bien. Por
tanto, vas tú con tu reacción inocente y luego entras en un conflicto social que
sientes que es responsabilidad tuya. Recuerdo una vez que una profesora me
llamó la atención porque un compañero soltó algo ingenioso y a mí me hizo reír,
pero ella me conocía, así que directamente me dijo: «Marta, no te rías, porque no
es gracioso».
Ya sabía que no me reía a malas, que era algo incontrolable porque aparte la risa es algo que se me contagia muchísimo al verla en otras personas. Aquella señora me conocía desde la primaria,
por eso no se ofendió y supo qué decirme.
Pero para que veáis que no se trata de ninguna burla hacia los demás, os puedo hablar de otra ocasión en la que quien recibió la burla fui yo. Hablaba con mi compañero de pupitre sobre mi abuela paterna, enferma de Parkinson. Mi compañero soltó un chiste muy tonto y burlón sobre los parkings haciendo un juego de palabras con la enfermedad de mi abuela. Mi tutora lo escuchó, pero mientras le estaba echando la bronca, yo me estaba intentando aguantar la risa, no con mucho éxito, debo decir. ¿Me gustó su comentario? Pues no. Por dentro estaba pensando que ese chaval era gilipollas y que tenía muchas ganas de partirle la cara –la adolescencia, que es así de ferviente a veces–, pero en cambio, estaba luchando por no reírme.
Esto es algo que con los años he ido aprendiendo a controlar, porque entiendo lo mucho que me perjudica a mí misma socialmente, pero también lo mucho que puedo herir a alguien cuando ni siquiera es mi intención. Aun así, a veces es difícil. A veces alguien tiene una reacción que no te esperas y te ríes, entonces la otra persona se ofende y luego es complicado explicarle que no te reías de esa persona en sí, sino de la reacción e incluso de ti mismo por no esperarla, a veces incluso por tus propios nervios. No hace mucho me pasó con una amiga, que me reí y le dije claramente que me había hecho gracia su reacción. Se enfadó. Me hizo gracia su reacción porque le pedí un favor y no sabía si me iba a decir que sí o que no, estaba nerviosa. No me esperaba que su respuesta no fuera ni sí ni no, sino que me saliera por otro lado, así que me hizo gracia y me reí. Se ofendió porque creyó que me estaba burlando de ella, cuando en realidad me estaba riendo genuinamente de su reacción e, incluso, se podría decir que, en parte, de mí, por no haber contemplado esa otra posibilidad.
Cuando estudiaba teatro, en tercero, una profesora nos puso un vídeo de un dramaturgo que había perdido la cabeza. Lo que aquel señor decía era tristísimo, daba mucha pena. Si te parabas a reflexionar, sentías el peso de la decadencia mental de una persona y te podía dejar mal cuerpo. Es más, en mi interior, estaba experimentando ese malestar. En cambio, superficialmente estaba luchando en mis adentros por no echarme a reír ahí mismo, por algo tan absurdo y tonto como que no me esperaba que aquel señor tuviera ese timbre de voz que tenía.
Situaciones como esta última las he vivido muchas veces. Y aún es peor si encima tu mente te lleva a algún recuerdo peculiar. Una vez luché por no reírme ante la voz de alguien porque por su forma de hablar me recordaba al Aberroncho, mientras que el pobre hombre explicaba muy afligido cómo vivió él el bombardeo de Guernika. Es decir, que era algo muy, muy serio. Quizá, en ese caso, no solo influyera el recordar al personaje del Aberroncho, sino los propios nervios que me producía empatizar con la historia de aquel señor. No lo sé.
Pero
bueno, dejando a un lado la risa inoportuna, se podría resumir en eso: aquello
que me hace reír son los juegos de palabras y todo aquello que sea inesperado. Y si es un chiste con referencias a algo pasado pero que lo ligue de alguna manera, incluso puede ser mucho más divertido. También la ironía y, en ocasiones, el sarcasmo, aunque este último no siempre por su clara intención de ataque. En bachillerato tuve a una profesora que era muy irónica y ella misma me confesó haber sentido mucha sintonía conmigo precisamente porque yo siempre me reía de sus comentarios irónicos a la par que ingeniosos. Sí, yo, la autista... Para que luego digan. Sobre todo esto, no es tan solo que nos guste de los demás, sino que a menudo es también nuestro tipo de humor, el humor que usamos como nuestro.
Ahora quisiera reflexionar sobre el humor como conducta adaptativa. Hay veces que buscamos hacernos los graciosos porque creemos que de esa manera vamos a tener una interacción social satisfactoria, la otra persona se va a relajar más en el momento, vamos a ser mejor recibidos... Y nos llevamos una sorpresa al ver que esto no es así. Yo no suelo forzar mucho el humor: soy consciente de que, cuanto más natural te salga todo, más fácil será que la otra persona se ría. Pero sí que he tenido momentos de intentarlo, pensando que eso me iba a acercar más a alguien o que iba a conseguir que se riera y luego he fracasado en el intento. ¿Sabéis lo peor de estos casos? Que muy a menudo decimos cosas que, en realidad, ni siquiera pensamos: solo las decimos porque creemos que a la otra persona le van a parecer graciosas. Entonces, cuando vemos que quedamos mal, nos sentimos todavía peor. Yo por eso hace tiempo ya que trato de no utilizar esa estrategia para acercarme a alguien. A veces se me escapa, pero normalmente lo controlo. En cambio, hay personas que esto lo fuerzan muchísimo y una de ellas sería mi padre, de quien ya sabéis que hace mucho que sospechamos mi madre y yo que es autista, aunque no tenga diagnóstico. En mi caso, cuando me pasa lo de fallar en el intento de decir algo gracioso, aun así he hallado personas que han entendido mi intención detrás de ello y me dicen: «Cómo te pasas», entre risas. En mi círculo de amistades, a veces, cuando se une alguien que no es del grupo, avisan de antemano que no tengan muy en cuenta mis comentarios, porque a veces sobrepaso el límite. Pero lo cierto es que ese aviso me molesta: yo no usaría nunca mi humor con alguien que no creyera que pudiera aceptarlo bien. Me puedo equivocar en mi juicio, pero eso pasará contadas veces y, cuando pase, pediré perdón como corresponde.
Y todo esto es interesante tenerlo en cuenta, porque a menudo es lo que nos cohíbe, o al menos a mí, de mostrar nuestra parte más humorística. Es más, os confieso que cuando la cohíbo y después veo que entre el grupo hay alguna persona neurotípica que sí se permite usar el mismo tipo de humor que yo, hasta me molesta. Intento a veces sacarlo en casos así, pero al haberme cohibido de buenas a primeras, después se me hace muy difícil no enmascarar esa parte y dejarme de hacer la persona más seria del mundo.
Me quedo con una frase que dijo The Thought Spot, una youtuber autista que un día hablaba también de este tema: «Mi humor no se corresponde con mi humanidad». Ella lo decía sobre todo por aquellas personas autistas que se ríen mucho con el humor negro. que no son pocas y entre ellas se encontraría mi padre si resultara ser autista. A mí particularmente no me agrada, aunque algún que otro chiste de humor negro sí que me ha hecho sonreír un poco. Pero el caso es que esa misma frase se puede aplicar también a mi situación individual. Con ella, pues, me despido.
Gracias por tu experiencia personal.
ResponderEliminarYo soy autista y en esto del humor no pillo muchas veces las cosas y me ha costado mucho aprender el sarcasmo porque soy muy literal.
Me encantan los juegos de palabras, mi nuevo poemario tiene muchos de ellos.
Decirte por último que soy muy ingenuo y si me río de algo no es de alguien sino de la situación o porque me hace gracia lo que dice.
Un placer conocerte.