Cuando era adolescente me enfrenté, como todos, a una época de cambios. Recuerdo algo muy particular que me sucedía cada vez que en el colegio nos daban vacaciones, ya fuera en Navidad, Semana Santa o verano: notaba cómo mi personalidad cambiaba en algún aspecto. Y lo notaba en serio, con sensaciones muy físicas. Quizá me volvía más alegre, más misántropa, más madura, más reflexiva, más cabezota… lo que fuera. Pero lo notaba. Y estaba tan acostumbrada a ello, que, cuando a veces ese cambio tardaba en llegar, me ponía de malhumor sin poderlo remediar. Es más: me sentó muy mal cuando ya superé la adolescencia y no pude seguir experimentando ese tipo de cambios.
Con
esto quiero decir que los periodos vacacionales han sido siempre cruciales en
mi vida. Y, aunque en otros también, principalmente en dos aspectos que me
ayudan mucho es en mis aprendizajes y en mis adaptaciones.
Al
hablar de adaptaciones me refiero a cuando llegas nuevo a un lugar o empiezas
algo que desconoces: curso, estudios, trabajo… Es verdad que te vas adaptando
incluso si no paras, pero la adaptación que se hace en esos casos es muy
distinta porque no es tan eficiente: simplemente te dejas llevar y te
acostumbras a fluir. Por ejemplo, en el ámbito laboral, cuando he tenido que
estar dos semanas en un mismo colegio, en pocos días ya estaba habituada, pero
no adaptada. Quizá esa podría ser la diferencia. Llega el fin de semana que,
sí, son días de descanso y, sí, ayudan a que la semana siguiente seas más
eficiente. Pero no es el mismo grado de eficiencia. Si pienso en el colegio en
el que estoy a fecha de hoy, recuerdo que, cuando entré, no sabía ni dónde me
había metido. Iba muy angustiada y asustada por lo que pudiera hacerme mi
alumnado. Bueno, de hecho, alguna que otra situación desagradable tuve que
enfrentar. Con el paso de los días me estaba habituando, pero no estaba ni
mucho menos adaptada: aunque estuviera muy contenta con mis compañeras, lo
cierto es que me estaba metiendo en un ciclo vicioso de pensamientos negativos
que no me estaban haciendo ningún bien. Y entonces llegó la semana de baja. Esa
semana de baja desconecté casi por completo, no pensé casi nada en el colegio.
Cuando volví, de repente, parecía que llevaba allí toda la vida, parecía ya
desde el primer minuto que estaba acostumbrada al ambiente y que podía con
todo. Gané tanta confianza que comenzó la fase de empezar a comprender en
profundidad a mi alumnado y tratar de ganármelos poco a poco. Y esto pasó
porque tuve una semana de descanso.
Del
mismo modo ocurre con los aprendizajes. Yo recuerdo que, cuando era pequeña, el
primer trimestre siempre iba peor que los otros dos. Todos partíamos de un
conocimiento base y mis coetáneos iban aprendiendo progresivamente, pero yo
estaba como estancada. Hasta que llegaba Navidad. Entonces, de repente, en el
segundo trimestre mejoraba bastante en algunas materias.
Pues
este tipo de situaciones me han pasado toda la vida y me consta que es algo
bastante común en personas autistas. Por ejemplo, en aprendizajes recientes
podría hablar de guitarra. Cuando empecé a tocar en grupos, me costaba
muchísimo. Era muy frustrante porque no avanzaba y sentía que me quedaba atrás.
Había empezado un febrero, así que a los dos meses fue Semana Santa. Cuando
volví, de repente, era como si me hubiera vuelto una gran guitarrista. Y no:
no practiqué ni pensé en las canciones que tocábamos en ningún momento. Esto se
extrapola a cualquier conocimiento de mi vida. Aunque no siempre sucede, sí
pasa en el noventa y nueve por ciento de los casos.
No
sé si existe una base teórica que hable al respecto, que demuestre que lo que
digo pasa en personas autistas por una razón equis. Pero sí puedo hablar de una
analogía que se me hace muy fácil para ilustrar a la gente cómo entenderlo:
A mí
siempre me gusta compararlo con aquellos videojuegos en los que obtienes
experiencia, pero solo al final. Empiezas una pantalla con un nivel de base y,
mientras vas avanzando, vas acumulando experiencia, pero esta no te hace mejor
a lo largo de esa pantalla, porque, aunque la acumules, todavía no la tienes. Es
cuando terminas esa pantalla que, todo lo acumulado, lo adquieres, lo asimilas
como mejora de personaje. Antes de terminar, sabes que lo vas a obtener al
final, pero no te afecta mientras tanto.
Esto
es igual. Es como si, al llegar las vacaciones, se cerrara un nivel, una
pantalla, un combate Pokémon de gimnasio, una misión. El periodo de descanso
sería la pantalla en la que te pone los logros y los puntos de experiencia que
obtienes y tú lo ves como un espectador. Luego le das al botón de Start y pasas
de pantalla, nivel, vas a otro combate o ciudad, etc., pero ya sí, con la
experiencia anterior conseguida.
Ké sorpresa me he llevao al abrir y encontrarme el nuevo formato del bloc, aparte ke es mucho más cómodo me parece precioso y como relajante, me encanta el color. No sé si esto viene a cuento akí pero no sabía donde escribirlo. Y bueno, en cuanto a la entrada ke acabo de leer pues ke admiro tu capacidad para encontrar la forma tan fácil de explicar estas cosas, es así tal cual. Como siempre gracias.
ResponderEliminarSí, perdona, es que en su día me entró mucho apuro por probar una cosa y tenía que hacer ya el cambio, por eso no me esperé a tu respuesta. Pero me alegra que te guste este nuevo template.
EliminarGracias a ti por ser tan fiel lectora :).
Interesante... Habría que investigar si es un patrón habitual para más gente. Desde ya, de este lado del globo cuesta comparar porque al alcanzar Navidad o vacaciones de verano no es nuestro intermedio, sino nuestro final de etapa. Es muy normal que lleguemos ahí con los PS al mínimo y aunque subamos de nivel nada los restaura, jaja.
ResponderEliminar¡Un saludo!
Cierto, allá la Navidad es como fin de curso, ¿verdad? Siempre recuerdo en las series argentinas que decían de llevarse materias a marzo y a diciembre, así que entiendo que son los dos periodos de descanso que tienen allá. Nunca recuerdo cómo funciona el calendario escolar de allá, pero siempre quise saberlo bien aprendido: me da curiosidad. Te preguntaré por mail, jajaja.
Eliminar¡Abrazo!
Claro, los dos periodos de descanso son el corto de julio y el más extenso de diciembre a marzo. En julio son dos semanas de vacaciones de invierno. Y de mediados de diciembre a principios de marzo están las vacaciones de verano. O sea, el ciclo lectivo inicia en marzo y termina en diciembre. En caso de desaprobar una asignatura durante el año, se rinde un final en diciembre justo antes de las fiestas. Si vuelve a irte mal o no quisiste presentarte en diciembre, hay una última oportunidad en marzo o a veces en febrero antes de empezar el ciclo nuevo para saber si pasás o no de curso.
EliminarLo dejo escrito aquí por si a alguien más le sirve, pero cualquier duda igual pregunta n.n
Abrazo ♡
Está bueno saber eso. ¡Gracias por contarme! ^^
EliminarNosotros tenemos tres periodos vacacionales. El curso comienza en septiembre y tenemos el primer trimestre hasta unos días previos a Navidad (tipo 21-22). Ahí tenemos vacaciones hasta el 7-9 de enero (depende de en qué caiga) y de enero a marzo o abril tenemos el segundo trimestre. Marzo o abril porque ahí llegan las vacaciones de Semana Santa y no siempre cae en las mismas fechas. A veces se ha comenzado el tercer trimestre antes de ir a Semana Santa. Y ya a la vuelta de Semana Santa (que son unos 10 días de vacaciones más o menos), hasta el 21-22 de junio, que termina el curso hasta septiembre.
Abrazo <3
He llegado por causalidad a esta entrada de blog y me he quedado asombrada de que, cada vez que llegaba la época de exámenes en la universidad, en el mes de enero y justo después de las vacaciones de Navidad, el primer examen siempre lo suspendía, y sabía que iba a tener que repetirlo en junio, antes, incluso, de haberlo hecho. El resto me salían redondos. Nunca entendí el porque. Quizá tiene algo que ver con esa "adaptación" de mi cerebro neurodivergente.
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