Si formas parte del colectivo autista o alguien de tu entorno lo es, sabrás de sobra la fama que tenemos las personas autistas cuando nos referimos al tema de la empatía.
¿Es
cierto que las personas autistas no tenemos empatía? La respuesta rápida sería
decirte: Depende. Hay personas con mayores dificultades que otras, pero la
experiencia me dice que esto es así tanto para personas autistas como para
personas neurotípicas. Se suele acusar mucho al colectivo autista de su falta
de empatía, cuando más a menudo de lo que parece, son las personas neurotípicas
las que muestran falta de ella. Es una generalización: ya sabemos que ni todas
las personas son empáticas, ni todas tienen dificultades de esta índole. Pero,
¿Por qué ocurre esta disonancia?
Para
entender bien esto, tenemos que tener en cuenta cómo se compone la empatía.
Para mí, lo más básico es establecer la diferencia entre los dos tipos de
empatía existentes:
La empatía
afectiva es aquella que nos permite sentir las emociones que siente la persona que
nos está contando su historia.
La empatía
cognitiva es aquella que nos permite entender la situación que nos explica
la otra persona, sin necesidad de sentir ni conectar con sus emociones. Se
trata de una comprensión desde la razón, pero entendiendo por qué se siente de
esa manera.
Todos
los seres humanos tenemos ambos tipos de empatía. Es por ello que algunas
situaciones nos hacen llorar, mientras que otras, simplemente, las entendemos
desde un punto de vista más racional y lógico. Unos tienen más empatía afectiva
que cognitiva, mientras otros tienen más empatía cognitiva que afectiva. Otros individuos las tienen bastante equilibradas. También se da el caso de gente que tiene problemas con ambos tipos de empatía y
esto no es exclusivo de personas autistas. A modo de ejemplo, os puedo contar
que yo tenía una amiga en el grado superior a la que le tenía que explicar mis
problemas riéndome, porque era la única forma que tenía de lidiar con sus caras
de incomprensión e incluso de burla y sus comentarios desafortunados, dada su falta de empatía
reconocida por ella misma. Y ella era neurotípica, pero era consciente de sus
limitaciones y, al menos, sabía que debía trabajar en ellas.
¿Qué
pasa con la persona autista y por qué se mantiene ese mito de la falta de empatía?
Yo no puedo hablar por todas las personas en el espectro que hay en la
comunidad, pero sí puedo hacerlo desde mi experiencia y desde mi punto de
vista.
Hay
personas autistas que tienen una elevada empatía cognitiva, tanto, que la
empatía afectiva queda a veces escondida o supeditada. Esto quiere decir que,
si les cuentas un problema, su reacción natural les llevará a ser demasiado
racionales y lógicas. Claro está, no significa que no sean empáticas, pero es
cierto que no tendrán la respuesta que, quizás, tú necesitabas en ese momento
por estar demasiado implicado emocionalmente en lo que te sucede. Por eso,
desde fuera, puede parecer que no tengan empatía, pero no es tan así.
Algo
que merece la pena aclarar antes de seguir es que, no es que las personas
autistas no tengamos empatía –en general–, sino que la expresamos de manera
distinta. Una persona con elevada empatía cognitiva, al no ofrecer una
respuesta emocional a tu historia, te repelerá porque tu mente aún no está
preparada para tener ese tipo de planteamientos. Es comprensible, pero no es
que la persona autista que reaccione de esa manera tenga falta de empatía, sino
fallas en la lectura emocional del momento. Es alguien que te quiere ayudar,
eso tienes que tenerlo en cuenta. El asunto es que no siempre la ayuda práctica
debe llegar desde el principio: hay veces que hay que atender las necesidades
emocionales primero. Y esto, tal vez, sea lo que ayudaría a entender a la
persona autista lo que el otro individuo necesita. ¿Pero reaccionar así es
malo? No, no lo es, según el contexto. Es más: hay veces en las que buscan a
las personas autistas para contarles los problemas, precisamente porque tratarán
de dar con la solución más práctica, más lógica para ese hecho en concreto.
Una
persona autista con una elevada empatía afectiva es muy probable que, al
pronto, no sepa reaccionar ante lo que le explicas. Si te encuentras en el caso
de que esa persona parece quedarse indiferente, no es que no le importe lo que
le explicas: es que está sintiendo tanto lo que tú sientes, que se ha saturado
y necesita procesar toda la información. Piensa que tiene que asimilar lo que
le has contado, lo que te hace sentir, lo que siente ella y lo que cree que
debe decirte para hacerte sentir mejor.
¿Cuál
es mi caso? Ambos. Depende de la persona, depende de lo que me cuente. Me pasa
como a todo el mundo: hay situaciones que me pegan más fuerte a nivel emocional
y otras que desde un lado más lógico (cognitivo) puedo comprenderlas, aunque no
me generen la emoción de manera interna. Sí que es cierto que, si a mí me
cuentas algo que me despierta mayor empatía cognitiva que afectiva, voy a
preferir no decir nada porque comprendo que son momentos delicados y que, tal
vez, lo que tenga que decir, no sea el momento de decirlo. Entonces, optaré por
escucharte, por abrazarte, hacerte preguntas por si ello te hace reflexionar y
llegar a alguna conclusión por tus propios métodos, hacerte reír si puedo, darte
mi opinión desde un lado más distante. Y sí, es cierto: hay personas que me
buscan por ello. Gente que viene: «Oye, Marta, tú que eres más fría y distante,
que sabes darme un punto de vista más sensato y visto desde fuera…».
Para sorpresa de algunos, a veces sí puedo reaccionar cognitivamente, pero a
veces, aunque vengas buscando eso, me sale reaccionar emocionalmente y no les
sirvo de nada. Eso no funciona a deseo expreso de la persona que pide un
consejo – aunque yo intento complacerla, por supuesto –, sino que va en función
de cómo me pille el cuerpo, más que otra cosa.
Si se da el caso de que se me pronuncia más la empatía afectiva, entonces es muy probable que me bloquee al pronto y no sepa qué decirte. Pero soy la típica que al día siguiente se contacta contigo para hablar de «lo que me dijiste ayer» y te soltaré todas mis reflexiones y posibles soluciones por si ello puede resultarte de ayuda. ¿Es una reacción a destiempo? Puede ser. Pero no es falta de empatía, eso seguro. Es solo una manera distinta de lidiar con ella, es una forma diferente de expresarla. Así pues, no te sientas mal si al pronto la persona parece que no te hace mucho caso, o parece que no le importa lo que le cuentes: ten en cuenta que, en el momento en el que le has contado ese algo, has puesto en marcha la maquinaria autista del sobreanálisis, del procesamiento emocional y del exceso de ilusión por ser de ayuda para ti y por confiar en ella. Cuando procesen todo ello y den con ciertos puntos clave, vendrán a buscarte para ser tu mejor y mayor apoyo. Piensa que, desde el momento en el que pronuncias tus palabras, tus problemas se hacen nuestros y vamos a darle vueltas como si nos estuviera pasando a nosotros mismos. Si predomina en mí la empatía afectiva en ese momento, puede que me aleje un poco de ti para procesarlo todo, pero al menos te daré un abrazo porque entenderé que es lo que necesitas. Es más: hay veces que es mucho mejor no decir nada, especialmente si no sabes el qué, y dar un abrazo en señal de apoyo. Y, si puede ser, sí: también intentaré hacerte reír. Tampoco está de más aclararle a la persona que tú vas a estar ahí para apoyarla en lo que necesite.
Después están las personas autistas con hiperempatía, entre las que me incluyo. Esto es: cuando tu empatía afectiva se dispara tanto, que sientes una compasión desmedida por la otra persona y absorbes sus problemas como si fueran tuyos, mucho más a otro nivel que si fuera una reacción de empatía afectiva común. Hablamos de no dormir bien dándole vueltas de manera improductiva al problema o la historia de la otra persona, por ejemplo. Hay personas que son hiperempáticas 24/7. Afortunadamente, no es mi caso: a mi me dan episodios esporádicos. ¿Por qué digo que es una suerte no tenerla fija? Porque deja unos resultados devastadores. Nos agota en todos los sentidos, sufrimos lo indecible, incluso con situaciones muy ajenas a nosotros, como que alguien te cuente la vida de otra persona que ni conoces o como cuando escuchas las noticias por televisión y te muestran vídeos. Es tremendo.
Además, en algunos casos, puede significar exponerte fácilmente a un abuso, por la sencilla razón de que experimentas empatía incluso con personas que te odian y quieren hacerte daño. Porque en esos momentos te da igual: tú solo ves a una persona sufriendo y quieres aliviar su pena. No tenemos en cuenta que hay personas que no son agradecidas y que, si nos odiaban antes, esto no va a cambiar por que arrimes el hombro cuando estén mal. También ocurre a la inversa: alguien con quien no te llevabas (ni bien ni mal) o con quien te llevabas cordialmente bien, de repente te siente vulnerable al acercarte a ayudarle y, cuando se siente mejor, decide aprovecharse de ti. Sí, hay gente así. Sin ir muy lejos, tuve una compañera así en el grado superior. Durante el primer curso apenas habíamos hablado, pero, durante el segundo año, estuve ahí para ella en un momento dado y eso le sirvió para aprovecharse sutilmente de mí hasta casi final de curso, cuando me tocó hacer el trabajo importante de los estudios con ella y me la jugó muy fuerte porque había estado todo ese tiempo esperando a ver por dónde me podía asestar un buen golpe.
También puedo hablar de una compañera de la universidad que, pese a odiarme con toda su alma y haberme hecho mucho daño, sabía que, aun así, no podría negarme a ayudarla. Siempre me buscaba para pedirme ayuda con algunas cosas relacionadas con los estudios o con papeleos varios. Hasta que no corté del todo nuestra relación, continuó con ello.
Pero es que esto nos hace acercarnos incluso a personas desconocidas. Y eso puede ser bueno si la otra persona es buena, pero puede ser terrible si a quien vas a atender es alguien peligroso. Yo me he expuesto alguna vez ante el peligro y es muy duro darte cuenta posteriormente de que te podría haber pasado cualquier cosa... y todo por culpa de que empatizaste con el discurso de ese alguien. Esto lo expliqué en Impulso empático hacia la soledad ajena. En dicha entrada, al final, hablo de exponerse a algún peligro, pensando en un hecho en concreto que me sucedió cuando tenía veinte años. En la esquina de mi casa, se me acercó un chico diecisiete años mayor que yo, diciéndome que había tenido un flechazo conmigo. No le creí, le dije que no nos conocíamos de nada y que me dejara en paz. Pero ese chico sacó a flote el tema estrella que a mí me hace empatizar con el mundo: me dijo que se sentía solo. En su caso, porque se acababa de mudar al barrio. Dimos muchas vueltas y, pese a mi notable incomodidad, me fui a tomar algo con él en un bar de mi barrio. Allí la suerte me sonrió y al final no ocurrió nada extraño: volví a mi casa, sin más. Pero ese chico, tal como se comportaba y por todo lo que insistía en que hiciéramos, bien podría haber sido un violador o alguien metido en trata de blancas. Sí, algo tan serio... y tengo mis motivos para pensarlo. Por suerte, soy empática, pero también muy precavida y no pierdo la cabeza fácilmente: sé usar mi inteligencia con astucia para protegerme. Pero ese episodio empático podría haberme costado, incluso, la vida.
Siguiendo con la universidad, alguno de los que me leen se acordarán de cierta profesora que tuve en tercer curso y a la que me empeñé en ayudar. Era una persona con un buen fondo, pero con una falta enorme de habilidades sociales, que hacían de ella una persona distante, muy dura, que trataba mal a la gente a su alrededor. A mí me trataba fatal, hubo un tema de por medio que sabía que me hacía daño e insistía erróneamente en él. Yo, aun así, me mantuve a su lado y no quise dejar de apoyarla y de intentar ayudarla, pero cuanto más me acercaba, más daño me hacía. Al final tuve que hartarme yo misma, cansarme y poner límites. Porque empatizar con ella me estaba haciendo mucho daño, mientras ella se mostraba muy indiferente. Aprendí a la fuerza que, si alguien necesita ayuda pero no la pide ni la quiere, no vas a poder ayudarle por más que lo intentes. Pero yo estaba dispuesta a sufrir todo lo que hiciera falta si con ello conseguía que ella mejorara un poquito. Hasta esos extremos conseguimos llegar a veces.
Nuestros niveles de empatía son tan grandes, que no solo se pronuncian ante personas: también lo hacen ante animales y objetos, como en alguna ocasión os he contado, por ejemplo, en Empatía hacia los objetos. Yo no puedo hacer daño a un animal sin sentirme la peor persona del mundo, ni puedo escoger un objeto sin quedarme mal por el objeto que no escogí. Soy la típica persona que, a pesar de sentir rechazo por el insecto que se le acaba de acercar, no puede matarlo y tiene que hacer lo que sea para quitárselo de encima haciéndole el menor daño posible. Una vez, cuando mi gato era pequeño, se lanzó a morderme el brazo. Yo estaba de pie y él me alcanzó de un salto. Mi única opción para sacármelo de encima era tirar de él y lanzarlo lo más lejos posible. Lo hice, sí, pero lo lancé hacia el sofá. Porque la urgencia del momento no me hace perder ni la conciencia ni la empatía y yo no quería que Shiro se hiciera daño. Sabía que, tirándolo al sofá, podía echar una carrera y volver a atacarme, pero prefería eso que tirarlo al suelo arriesgándome a herirlo. Esto le pasaba porque de pequeño no sabía controlar el juego. Después se le pasó pero, cuando ya se hizo mayor, los dos últimos años tenía un comportamiento agresivo extraño. A mí me atacaba a menudo con maldad y me hacía llorar. Me hacía muchísimo daño, sí, pero yo lloraba sobre todo porque, hasta ese entonces, yo había estado hiperconectada con Shiro y nos entendíamos a la perfección. Pero en esos momentos yo sabía que estaba sufriendo por algo y me mataba por dentro no saber por qué. Porque él era un animal, pero sí, con las personas también nos pasa: sufrimos bastante cuando sabemos que alguien lo está pasando mal y no nos cuenta cuál es el dolor que le aflige. Porque nos gustaría ayudar a toda costa, ni que sea escuchando.
La empatía es todo un tema bastante complejo y no puede resumirse en: las personas neurotípicas tienen empatía; las personas autistas, no. Hay personas autistas con muchísima más empatía que una persona neurotípica. A los pocos días de diagnosticarme, Alba me pidió que le grabara unos vídeos contestando a unas preguntas, como favor para una formación al profesorado que ella estaba realizando. Una de las preguntas era: ¿Dirías que tienes menos, igual o más empatía que la gente de tu alrededor? Mi respuesta, algo más extendida, fue explicarle que yo tenía más empatía que el resto. Y lo justificaba referenciando todo lo anterior, más momentos en los que la gente se enfadaba conmigo porque no entendían que empatizara con según qué situaciones y personas que no enlistaré por no levantar ampollas, porque sé que se genera polémica absurdamente. Sí: creo que tengo tanta empatía que eso me convierte en una incomprendida en muchos casos. Esto sucede porque hay veces que la gente no entiende la diferencia entre que tu empatía cognitiva te permita entender a gente con comportamientos deleznables o que ha realizado atrocidades y que justifiques o defiendas a esa persona. Empatizar no es justificar ni defender, sino comprender por qué lo ha hecho, teniendo en cuenta su perfil psicológico, su historia, su educación o lo que sea. Y está muy feo que deseéis que pasemos por situaciones similares a las de las víctimas para que comprendamos por lo que están pasando. No os miento si os digo que una amistad que perdí hace años, por poco la pierdo mucho antes por una discusión así. Como decía, la empatía es un sistema complejo y no se puede pretender simplificarla en: tú tienes empatía y tú no. Porque dependerá de la situación, dependerá de la persona con la que vayamos o no a tenerla, dependerá de cómo nos pille el cuerpo, como decía más arriba, e incluso de cómo reaccione la persona a nuestras respuestas. Porque hay días que no tenemos el mejor ánimo o la mejor disposición del mundo para escuchar y otros días en los que estamos tan a tope que ponemos una atención exagerada. En cualquier caso, lo que sí que está claro es que la empatía no es de acceso exclusivo para el colectivo neurotípico, sino que la comunidad autista podemos acceder también, a veces, incluso, con pase VIP.
Solo acabar esta entrada con un dato de curiosidad: el título de este artículo hace referencia a un libro que guardo desde que era pequeña y que pertenece a una colección de los Looney Tunes para concienciar sobre el medio ambiente. En este caso era el volumen ¿Ozono? ¡Sí, gracias!
Ay ké buen artículo sobre un tema tan complejo, ke suele estar tan acompañado de hipocresía y tan injustamente narrado cuando se pone en relación con el autismo, :Me siento identificada con mucho de lo ke cuentas. me ha emocionao mucho esta entrada. Un abrazo
ResponderEliminarCarmen la granaína